jueves, 28 de enero de 2016

¿SE NECESITA LA GRACIA PARA LA SANTIDAD?



¿SE NECESITA LA GRACIA PARA LA SANTIDAD?

Muchas veces me han preguntado si una persona siendo buena pero atea o no cristiana podría ir al cielo, a lo que yo casi siempre respondo lo siguiente: Lo primero es que dudo que a un ateo le interese ir al cielo pero si entendemos bien el mensaje de Jesús: “solo a través de mí hay salvación”, la fe en Cristo pareciera tener un papel vital para la buena eternidad. No obstante, la salvación no es un tema de opiniones nuestras sino de Dios, Dios al final siempre tendrá la última palabra.

Ahora bien, entendiendo que la santidad es un llamado para todos los habitantes del planeta y que la misma tiene como principal característica la superación absoluta del pecado vía perdón, resulta poco factible asumir que una persona sin la gracia pueda ser santa y que una persona no santa pueda ir al cielo.

La pregunta de fondo no es, entonces, si ausente la gracia pueda haber santidad, sino ¿cuáles son los caminos para obtener esa gracia? Esta pregunta me van a permitir desarrollarla por vías no convencionales, es decir, más que hablar de los caminos a la gracia hablaré de los caminos que impiden llegar a ella. Más allá del pecado que sería el principal enemigo de la gracia, es la obstinación en el pecado o la justificación del pecado la que nos impide llegar a ella, esa conducta que sugeriría a Dios adaptarse a nuestras realidades y no a nosotros convertirnos a la suya.

Es aquí donde marco la gran diferencia del camino a la gracia, por ejemplo, de un homosexual practicante, de un divorciado vuelto a casar de vida sexual activa o de una prostituta que tiene este único recurso para vivir, pero que en cada caso se reconocen pecadores y quisieran, con la ayuda de Dios, superar sus pecados; diferente de aquellos que en las mismas condiciones impulsen campañas y leyes para que esas realidades sean  legales y moralmente aceptadas. En ambos casos hay pecado, en ambos caso no está presente la gracia santificante, pero solo los que se reconocen pecadores pueden, con la ayuda de Dios, llegar a la gracia superando sus pecados.

No es lo mismo hablar de caminar hacia la gracia que luchar por conservarla. Aunque no existan cristianos perfectos sí hay los que pecan y pueden acceder sin problemas al sacramento de la reconciliación. Estos buscan recuperar la gracia perdida. Pero el que camina hacia la gracia es el que en condición de pecado mortal no se cruza de brazos a vivir en esa situación porque sabe que así jamás llegará a la tierra prometida del alma, al lugar donde Cristo nos prepara una habitación.

La radicalidad del pensamiento relativista, o como mejor la definiría el Papa Benedicto XVI: La Tiranía del Relativismo, es una inyección letal para la pureza de la gracia, porque es un acercamiento al amor de Dios sin sentirnos pecadores ni culpables. Diría, es una pretensión descabellada de sentarnos en la misma mesa con Dios y tratarlo de tu a tu.

La gracia se pierde y nos la arrebata el pecado. Fue este el motivo primario de la encarnación de Cristo, devolverle a la raza humana su condición de amistad por Dios. Por eso explicaba San Pablo que nos salvamos por la gracia de Cristo, una gracia que nos exige hacernos sus seguidores, aceptarlo como redentor e imitarlo en su rechazo al pecado; pecado que en Cristo jamás penetró y que en nosotros penetra pero que marca la diferencia solo una cosa: si le dejamos hacer morada ó, cada vez que caemos en él, nos duele y buscamos reparar el daño con el sacramento del perdón. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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