“…del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias." (San Mateo 15, 19)
Con esta frase del
evangelio inicio esta reflexión a razón de la noticia, a muy tempranas horas de
este día, del fallecimiento de un dirigente político venezolano quien al
momento de su defunción ejercía el cargo de Ministro de Educación. No es mi
intención centrarme en su vida porque no lo conocí, y lo que sé de él es lo que
a través de los medios escuché de él, de manera directa o comentada por otros.
En mi caso diría que perteneció al lado contrario a mis concepciones de
servicio y de lo que yo, como ciudadano, espero de un trabajador público. Pero,
como dijo una vez Steve Jobs “Nadie
quiere morir. Incluso la gente que quiere ir al cielo, no quiere morir para
llegar allá. La muerte es el destino que todos compartimos. "... Y es como debe
ser porque la Muerte es muy probable
que sea la mejor invención de la Vida”.
Sobre esta última
parte subrayada por mí quisiera comenzar la primera parte de mi reflexión. La
muerte ante para quienes padecen un mal es un gran consuelo, es un recurso de
finitud que nos permite crear conciencia de que todos los esfuerzos por
aferrarse al poder, vivir sin límites y sin empatía al prójimo, tiene sus
consecuencias. Con la muerte de Chávez y de tantos líderes del mundo hay
quienes lloran y quienes exhalan un aire de consuelo. Pero el mal cuando se
hace sistematizado trasciende a sus actores, solo deja el cargo vacante y eso,
me temo, va a seguir siendo así hasta la parusía del Señor. Nadie quiere morir,
pero la muerte se impone a nuestras querencias, y además, nadie sabe cómo,
cuándo y dónde ocurrirá. Así el ejemplo de tener las lámparas encendidas deja
claro que la muerte siempre llegará como el ladrón no invitado que dejará todo
lo que obtuvimos (lícita o ilícitamente) y nos llevará a nosotros para vivir
ante La Verdad, las consecuencias de nuestras vidas.
Lo preocupante es
las reacciones de una muerte. No es el que se va, sino los que nos quedamos
comentando el hecho. Y con Aristóbulo se dio el fenómeno que preguntara el
santo Alberto Hurtado en un título de un libro que él escribió y yo voy a
parafrasear: “¿De verdad somos cristianos?
Muchos bautizados
y catequizados en colegios católicos se suman (y yo diría, nos hemos sumado) a
las olas de memes, burlas, desprecios y alegrías de las tragedias de otros.
Sentimos ese sabor a justicia cuando alguien que percibimos hizo daño o
gestionó mal recursos públicos dejó de vivir esta vida, porque un creyente
jamás dirá: que dejó de existir. Y seguimos la línea de la eternidad y es una
de las pocas veces que se predica y se defiende la existencia del infierno. Con
rapidez les ubicamos ahí, pisamos el dolor de sus allegados y, pasando la
viralidad, volvemos a la vida normal, dando espacio para destruir a otros.
Las redes sociales
son el mejor reflejo de lo que tenemos como sociedades. Vemos el corazón del
mundo a través de ellas. En las redes sociales hablamos sin filtros. Y es sin esos
filtros que Dios nos conoce, juzga y ama.
Orinar sobre la
tumba de un adversario hoy lo podemos hacer de forma digital y aunque caiga mal
esto que afirmaré: eso no es de Dios ni
lo que Jesús nos motivó a vivir. Yo me he subido a muchas de estas olas,
pero esta sí la dejé pasar. No fue Aristóbulo una persona que tuviera en mi
corazón un espacio de afecto, respeto a cariño, pero ya no está. Ya no estará
en mi futuro y me consuela que está ahora en manos de la verdad perfecta, la
justicia perfecta y el amor perfecto. Y solo clamo a Dios que los condenados no
triunfen en él. Y que en el reflejo del rico Epulón, no termine en el lugar
donde Dios no está y que nosotros aprendamos, en especial los que quedamos, y
muy especialmente a sus adeptos y compañeros políticos, que de ese enemigo, la
muerte, solo se triunfa en Cristo.
Pronto Aristóbulo
quedará en un espacio muy reducido de mis recuerdos activos. Su imagen se irá
desvaneciendo y seguiremos viviendo. Él, por su parte, solo conocerá una
realidad eterna y esperemos no le toque la peor, porque el infierno nunca es
justicia en el amor de Dios. El infierno es para aquellos que no quieren vivir
con Dios. Pero, lo que sí no quedará en el olvido es lo que reaccionamos, en
este efímero capítulo de nuestras vidas,
ante este hecho mal. Cuáles miserias cognitivas y emocionales les dimos
leña y se avivaron para ser graciosos o no perder la tarima de fama de este
momento. Y ojalá tengamos tiempo de mostrar el rostro más misericordioso de
Jesús, reflejado en nuestras palabras y pensamientos y no el rostro más
primitivo de la irracionalidad intelectual.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, pues ellos serán saciados” (Mateo 5:6)
¿Saciado por
quién? Esa respuesta la dejo a libre entender
Dios los bendiga,
nos vemos en la oración
Luis Tarrazzi
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