jueves, 21 de enero de 2016

MEJOR ESCLAVO QUE SOBERANO


Sé que la sola afirmación es algo grotesca pero permítanme explicarle el por qué de mi título. En mi país Venezuela, y sé que también es lenguaje de muchos países del mundo (si no todos), el tema de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos pareciera estar de moda. Muchos políticos nos hablan de la importancia de tener un sentido de pertenencia hacia nuestro país natal, defender nuestras costumbres y valores e inclusive, como lo propuso una vez el fallecido presidente Hugo Chávez Frías, la revolución bolivariana debía ser defendida aunque pasáramos hambre y necesidad.

Clint Eastwood, el reconocido actor y director de películas de Hollywood expresó una vez: “Quizás algunos países necesitan un dictador” y es lógico suponer que su frase para muchos resultó escandalosa, pero en mi opinión es verdad.

La soberanía y la independencia requieren de una madurez ciudadana que no todos los pueblos y regiones tienen. Pensando sobre esto me vino a la mente la conocida parábola del hijo pródigo. Este, dependiente del Padre, pide independizarse, pide la parte de su herencia y se va. Y estando lejos, independiente, su pésima administración y conceptos de vida lo hacen inclusive reflexionar que hasta los sirvientes de su padre vivían mejor que él En esa oportunidad la aventura de independencia le hizo volver con recursos despilfarrados y con un sentido de culpa elevado al máximo.

Acto seguido, ya no a nivel de parábola sino de historia, el pueblo de Israel en el desierto con Moisés, tras meses de monotonía alimenticia tienen el gesto de ingratitud de mirar con nostalgia para atrás, al reino de Faraón, y pensar que en Egipto “tenían qué comer”, es decir, vivían mucho mejor que ahora como pueblo libre.

Considero que el problema no es la soberanía sino el reconocer que todos somos siervos y que esa condición de siervos nos lleva a poder tener dos clases de amo: los del mundo o Dios. Nuestra madre, la Santísima Virgen María, que es Reina de todo lo creado, ella misma se declara sierva de Dios en el Magníficat (“porque ha mirado la humillación de su sierva”) y así, entregada a la providencia de Dios, logró que nada le faltara para vivir y se apartó de los engaños del demonio.

Nuestros políticos no pueden pretender que los pueblos sean soberanos sin primero tener nociones claras de civismo y responsabilidad ciudadana. Nuestros políticos no pueden pretender abogar a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos cuando TODO lo que consumimos depende del mismo planeta, creado por Dios, que nos da el agua y alimento que luego comercializamos. ¿Somos autónomos?, ¿qué pasaría si no lloviera más o si las tierras no dieran ningún alimento?, ¿podría nuestra autodeterminación hacer llover o darnos de comer? Esas nociones ideológicas demagógicas nos quieren hacer pensar que somos libres y soberanos pero al final siguen siendo unos pocos quienes están dictando los caminos del mundo, las necesidades del mundo y las corrientes del pensamiento.

La única forma de superar la esclavitud es cuando Cristo, desde nuestra santidad sufrida y sudada, nos diga: “a ustedes ya no los llamo siervos sino amigos”. Hasta entonces, no presumamos ser reinos ni naciones que, dándole la espalda al Creador, actúan como los viñadores asesinos dueños de una viña que no les pertenece.

Las Malvinas expresaron que no querían separarse de Inglaterra. Cataluña hoy se revela a la constitución española y se autoproclama nación independiente. Otros hablan de imperios y conspiraciones. Se escandalizan cuando sobrevuelan cielos “de  países” o “aguas de países”. Partimos de un mundo dividido, partimos de pueblos que solo cambian de colonos pero siguen colonizados aunque sus opresores tengan su misma nacionalidad. Si el dictador es extranjero es invasión, si es nacional es “autodeterminación”.

El punto final de mi opinión no es que seamos libres o esclavos, es respondernos a la pregunta de si siendo libres o esclavos ¿a quién estamos sirviendo? Es concientizar si somos lo suficientemente capaces, como personas y sociedad, de convivir responsablemente con principios de república que permitan crecer a sus habitantes y no cambiar colonos por una suerte de políticos nacionales que nos digan que los únicos que nos pueden gobernar son ellos como si fueran una suerte de padres de familia ante niños indefensos.

No sé si los países deban ser soberanos o dependientes, pero sí pienso que mientras no sirvamos a la verdad jamás seremos libres, porque la promesa es que “la verdad nos hará libres”. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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