Sé que la sola afirmación es algo
grotesca pero permítanme explicarle el por qué de mi título. En mi país
Venezuela, y sé que también es lenguaje de muchos países del mundo (si no
todos), el tema de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos pareciera
estar de moda. Muchos políticos nos hablan de la importancia de tener un
sentido de pertenencia hacia nuestro país natal, defender nuestras costumbres y
valores e inclusive, como lo propuso una vez el fallecido presidente Hugo
Chávez Frías, la revolución bolivariana debía ser defendida aunque pasáramos
hambre y necesidad.
Clint Eastwood, el reconocido
actor y director de películas de Hollywood expresó una vez: “Quizás algunos países necesitan un dictador”
y es lógico suponer que su frase para muchos resultó escandalosa, pero en mi
opinión es verdad.
La soberanía y la independencia requieren
de una madurez ciudadana que no todos los pueblos y regiones tienen. Pensando
sobre esto me vino a la mente la conocida parábola del hijo pródigo. Este,
dependiente del Padre, pide independizarse, pide la parte de su herencia y se
va. Y estando lejos, independiente, su pésima administración y conceptos de
vida lo hacen inclusive reflexionar que hasta
los sirvientes de su padre vivían mejor que él En esa oportunidad la
aventura de independencia le hizo volver con recursos despilfarrados y con un
sentido de culpa elevado al máximo.
Acto seguido, ya no a nivel de
parábola sino de historia, el pueblo de Israel en el desierto con Moisés, tras
meses de monotonía alimenticia tienen el gesto de ingratitud de mirar con
nostalgia para atrás, al reino de Faraón, y pensar que en Egipto “tenían qué comer”, es decir, vivían
mucho mejor que ahora como pueblo libre.
Considero que el problema no es
la soberanía sino el reconocer que todos somos siervos y que esa condición de
siervos nos lleva a poder tener dos clases de amo: los del mundo o Dios. Nuestra madre, la Santísima Virgen María, que
es Reina de todo lo creado, ella misma se declara sierva de Dios en el Magníficat
(“porque ha mirado la humillación de su
sierva”) y así, entregada a la providencia de Dios, logró que nada le
faltara para vivir y se apartó de los engaños del demonio.
Nuestros políticos no pueden
pretender que los pueblos sean soberanos sin primero tener nociones claras de
civismo y responsabilidad ciudadana. Nuestros políticos no pueden pretender
abogar a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos cuando TODO lo que
consumimos depende del mismo planeta, creado por Dios, que nos da el agua y
alimento que luego comercializamos. ¿Somos autónomos?, ¿qué pasaría si no
lloviera más o si las tierras no dieran ningún alimento?, ¿podría nuestra
autodeterminación hacer llover o darnos de comer? Esas nociones ideológicas
demagógicas nos quieren hacer pensar que somos libres y soberanos pero al final
siguen siendo unos pocos quienes están dictando los caminos del mundo, las
necesidades del mundo y las corrientes del pensamiento.
La única forma de superar la
esclavitud es cuando Cristo, desde nuestra santidad sufrida y sudada, nos diga:
“a ustedes ya no los llamo siervos sino
amigos”. Hasta entonces, no presumamos ser reinos ni naciones que, dándole la
espalda al Creador, actúan como los viñadores
asesinos dueños de una viña que no les pertenece.
Las Malvinas expresaron que no
querían separarse de Inglaterra. Cataluña hoy se revela a la constitución
española y se autoproclama nación independiente. Otros hablan de imperios y
conspiraciones. Se escandalizan cuando sobrevuelan cielos “de países” o “aguas de países”. Partimos de un
mundo dividido, partimos de pueblos que solo cambian de colonos pero siguen
colonizados aunque sus opresores tengan su misma nacionalidad. Si el dictador
es extranjero es invasión, si es nacional es “autodeterminación”.
El punto final de mi opinión no
es que seamos libres o esclavos, es respondernos a la pregunta de si siendo
libres o esclavos ¿a quién estamos sirviendo? Es concientizar si somos lo
suficientemente capaces, como personas y sociedad, de convivir responsablemente
con principios de república que permitan crecer a sus habitantes y no cambiar
colonos por una suerte de políticos nacionales que nos digan que los únicos que
nos pueden gobernar son ellos como si fueran una suerte de padres de familia
ante niños indefensos.
No sé si los países deban ser
soberanos o dependientes, pero sí pienso que mientras no sirvamos a la verdad
jamás seremos libres, porque la promesa es que “la verdad nos hará libres”.
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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