EL HIJO DEL HOMBRE NO TIENE DÓNDE
RECOSTAR LA CABEZA, PERO USTED SÍ
Leyendo su reciente revelación en
donde no solo confesó que era homosexual sino que lo practicaba con una pareja, una de sus frases que me llamó la atención fue cuando dijo, según
reseña del portal de noticias Aciprensa, lo siguente: “Estoy dispuesto a pagar las consecuencias, pero es momento de que la
Iglesia abra los ojos ante los gays creyentes y entienda que la solución que
les propone, la abstinencia total de la vida del amor, es inhumana”.
Solo tomaré parte de este
declaración suya para desarrollar lo que, en mi pobre conocimiento y condición
pecadora, le deseo transmitir. Es bueno usted reconozca que lo señalado tendrá
consecuencias y también es justo que reconozca que las mismas las deberá pagar.
No por el hecho de que la Iglesia Católica, en sus autoridades y en especial en
la figura del Papa le puedan prohibir hacer, sino porque ante la mirada de
Dios, la principal mirada que le debería importar, también deberá rendir cuentas.
La Iglesia no ha tenido la mirada
cerrada o distraída para las personas que profesan la homosexualidad. El
catecismo de la Iglesia Católica, el cual estoy seguro usted debe conocer mejor
que yo, le dedica a los homosexuales un espacio (2357, 2358, 2359); y el amor
de Jesús les abre todo su corazón. Pero no lo hace, ni Dios ni la Iglesia, con
una suerte de lástima o de excepción misericordiosa, lo hace porque en la
condición de pecadores e hijos de Dios, las puertas del amor de Dios no se
cierran para recibirlos y acogerlos, corregirlos y enderezar sus rumbos.
La Iglesia no propone la castidad
como una “solución” a la homosexualidad, sino como un recurso para mantener la
gracia, para no perdernos en las debilidades de la carne y para poder devolver
algo del sacrificio que a nuestro redentor le costó muerte y muerte de cruz.
En algo que usted afirma puede uno
pensar que tiene algo de razón. “La abstinencia total de la vida del amor es
inhumana” Y es que el llamado del amor, el que nos invita Dios, es
sobrenatural, es para santos, es para personas que “renuncian a sí mismos,
toman la cruz de Cristo y le siguen” (Mateo 16,24). ¿Y es que en sus palabras no se
trata de esto padre Charamsa, de la permanencia del yo por encima de Dios?
Jesús señalaba: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo
suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por
eso el mundo os odia”. (Juan 15,19) Y es que ese es el problema, que
queremos seguir a Jesús con los placeres del mundo, con las pasiones del mundo,
con las miserias finitas que nos ofrece la vida.
Llama la atención que la
corriente moderna de los LGBT exigen a la Iglesia cambio, adaptarse a las
realidades de los nuevos tiempos. Esta petición confiesa mucho y dice bastante.
Porque al llamar al cambio, no a volver, quiere decir que se reconoce que la
voluntad original de nuestro Creador no es la que hoy los LGBT reclaman a la
Iglesia.
Usted ha roto dos votos: castidad
y obediencia. Fue su <yo> el que nos habló a través de los medios. Usted
en su doble condición de pecado vio una posibilidad con el sínodo de la familia
y con las posturas alejadas de la doctrina de algunos padres sinodales, los que
le invitaron, por una sugerencia del enemigo de la verdad, abrirse a esta
vergonzosa situación que vivía. Y no se lo digo porque yo sea menos pecador que
usted, sino porque al contrario de usted los pecados que vivo me duelen y trato
de vencerlos, aunque no siempre triunfe en mis batallas.
Pero tan hermosa es la Iglesia y
tan rica en misericordia que siempre habrá para usted un tiempo para el perdón,
tiempo que le durará mientras viva y cuyo reloj de arena ya está corriendo. Ya
lo hizo público, los medios seculares enemigo de la fe lo usarán como bandera,
lo invitarán a programas, tendrá sus minutos de fama, pero pasada esa efervescencia
y siguiendo la Iglesia siendo lo que es y será quedará usted solo con su
realidad. Y el tiempo pasará y cuando el fin esté cerca, ya no será la
homosexualidad ni la heterosexualidad, no serán los conocimientos teológicos
(que entiendo no son pocos en usted) los que le salvarán, será su fidelidad a Jesús y el
hambre de santidad que le reclamará su alma.
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste
estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a la gente sencilla”. (Mateo
11,25)
De corazón lamento tantas heridas
que se le hacen y se le siguen haciendo a la verdad, pisoteada por un mundo
lleno de soberbia y poco sacrificio. Dios le conceda, por la intercesión de
María Santísima, el tiempo para rezarle al Padre el salmo 50(51). Dios le
bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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