Aunque sigan los esfuerzos diplomáticos
por convencernos de que no todo el islamismo es violento y que son unos pocos
(10%) los extremistas que intentarían actos violentos contra otras
denominaciones de fe, la verdad es que tras esa cortina de humo el islam crece
y será, en pocas décadas, la gran conquistadora del continente Europeo (cabe
destacar que el 10% de un millón seiscientos mil musulmanes es ciento sesenta
millones de personas, es decir, 5 veces la población de mi país Venezuela).
Hay que ser sinceros y reconocer
que el cristianismo católico no vive sus mejores tiempos. Poca influencia
política, casi nula su influencia moral y sin duda una aguda contaminación
sincrética han debilitado las raíces de
este mensaje de fe que tiene como principal característica el haberlo recibido
directamente por la palabra de Dios, ya que como cita San Juan en el capítulo 1 de
su evangelio: “En el principio era la
palabra, y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios”.
Jesús advertía de los tiempos
así. No es primera vez que el cristianismo ha tenido que luchar para
sobrevivir. En unos tiempos con el ocultamiento, en otros con las armas y desde
el siglo séptimo en adelante se sumó a las filas doctrinales adversas, de
conquistas y reconquistas de adeptos y territorios, el islam.
Mi opinión acá no es la opinión
de la Iglesia Católica, a la cual respeto y que como siempre he señalado sea su
palabra siempre por encima de la mía. No obstante, aunque se traten de crear
puentes comunes entre el islam y la fe cristiana la realidad es que estos
puentes no existen, y no existen porque el argumento de que adoramos al mismo
Dios, inclusive eso, lo pongo en franca duda.
Nuestro Dios es uno y trino. El no reconocimiento de Cristo como
Dios, uno con el Padre y el Espíritu Santo, es como decir que da lo mismo ver Los
Simpson y Blanca Nieves porque al final ambas son caricaturas, cuando en el
fondo sabemos que los contenidos son profundamente diferentes. El argumento de que
ambos reconocemos a un único Dios también sucumbe, ya que si le pidiésemos ese
reconocimiento a Satanás él también se vería en la necesidad de reconocer al
único Dios, y muchas veces con mayor claridad que nosotros, aunque no por ello
le sirva y le ame. Esos puentes de unión entre el islam y el cristianismo solo
han permitido el avance de una doctrina que tiene como norte de fe, sugerido
así por el Corán, islamizar el mundo, no motivado a aceptar una diversidad de
credos contraria a afirmar que “Alá es
Dios y Mahoma su profeta”.
Dice el Señor Jesús: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no
pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el
alma como el cuerpo en el infierno”, y esta afirmación la debieron tener
muy clavada en su corazón los miles de mártires que a lo largo de nuestra era
post cristiana prefirieron morir martirizados antes de renegar a Jesús.
¿Al islam se le debe tener?, la
respuesta es sí. Le deben temer quienes creen en él y practican sus doctrinas.
Temer de perder el cielo por no ver en Jesús la vida eterna, la encarnación de
Dios en la tierra, el único “camino” de salvación.
Sin pretender mostrar una actitud
de rendición ni acomodo, la actitud del cristianismo ante el islam no debe ser
de confrontación armada, intolerante ni excluyente. Tanto es así que el Islam
ha podido crecer y desarrollarse bien en país de tradición cristiana, inclusive
en mi país Venezuela esta comunidad existe y convive con otras denominaciones
de fe (respuesta que en muchos países de tradición musulmana es imposible esperar),
pero sí debe haber una respuesta del mundo cristiano más firme hacia el sentido
de pertenencia de Jesucristo. De verdad me enfurece cuando escucho a bautizados
decir que todas las fe son iguales porque al final todas amamos a un mismo Dios.
Me enfurece ver como Cristo es igualado de manera denigrante al pequeño tamaño
de Moisés, Buda o el mismo Mahoma, todos hombres mortales, finitos y que
necesitaron, al morir, pasar por la única puerta que les daba acceso al cielo,
porque cuando vieron el rostro de Dios tienen que haber visto el rostro de
Cristo, ya que Cristo afirmaba cuando le pidieron que les mostrara al Padre lo
siguiente: “El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre” (Juan 14,9).
Si para San Francisco de Asís el
Islam hubiese sido otra hermosa forma de llegar a Dios no se hubiera
aventurado, con riesgo real de muerte, a viajar hasta tierra musulmana para
evangelizar al feroz sultán, en tiempos de cruzadas. Este encuentro llevaba la
ambición grande de convertir al Sultán (porque el cristianismo es eso,
ambicionar un mundo en Cristo). Y lo hizo confiando en la promesa de Cristo: “Yo os daré palabras y sabiduría a las que no
podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”» Lc 21,15. Aunque
al parecer no haya logrado su gallardo objetivo se la jugó completo por Jesús
confrontando la doctrina musulmana con la revelación de Jesús. Así hizo esta
propuesta al Sultán: “«Si tú con tu
pueblo quieres convertirte a Cristo, me quedaré muy a gusto con vosotros. En
cambio, si te resistes a abandonar la ley de Mahoma por la fe de Cristo, ordena
que enciendan un fuego lo más grande posible y yo, con tus sacerdotes, entraré
en el fuego y así, al menos, podrás saber con conocimiento de causa cuál fe
debe ser tenida por más cierta o más santa»”
Hoy San Francisco de Asís sería
considerado un loco fundamentalista intolerante. Pero su virtud fue anunciar
con valentía un mensaje claro de salvación que es gratuito para todos y que
libremente puede ser acogido, ignorado o rechazado pero jamás omitido. Solo
Cristo abre las puertas del cielo y el mismo Mahoma hoy sabe esa verdad y la
conoce. En su realidad podrá estar al lado de Moisés disfrutando las glorias al
Eterno o como Epulón desesperado por advertir los errados caminos de sus falsas
interpretaciones, víctima de un engaño de Satanás o de un hambre de poder que
necesitaba un respaldo divino. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
No hay comentarios:
Publicar un comentario