martes, 26 de enero de 2016

¿DEBEMOS TEMER AL ISLAM?





Aunque sigan los esfuerzos diplomáticos por convencernos de que no todo el islamismo es violento y que son unos pocos (10%) los extremistas que intentarían actos violentos contra otras denominaciones de fe, la verdad es que tras esa cortina de humo el islam crece y será, en pocas décadas, la gran conquistadora del continente Europeo (cabe destacar que el 10% de un millón seiscientos mil musulmanes es ciento sesenta millones de personas, es decir, 5 veces la población de mi país Venezuela).

Hay que ser sinceros y reconocer que el cristianismo católico no vive sus mejores tiempos. Poca influencia política, casi nula su influencia moral y sin duda una aguda contaminación sincrética  han debilitado las raíces de este mensaje de fe que tiene como principal característica el haberlo recibido directamente por la palabra de Dios, ya que como cita San Juan en el capítulo 1 de su evangelio: “En el principio era la palabra, y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios”.

Jesús advertía de los tiempos así. No es primera vez que el cristianismo ha tenido que luchar para sobrevivir. En unos tiempos con el ocultamiento, en otros con las armas y desde el siglo séptimo en adelante se sumó a las filas doctrinales adversas, de conquistas y reconquistas de adeptos y territorios, el islam.

Mi opinión acá no es la opinión de la Iglesia Católica, a la cual respeto y que como siempre he señalado sea su palabra siempre por encima de la mía. No obstante, aunque se traten de crear puentes comunes entre el islam y la fe cristiana la realidad es que estos puentes no existen, y no existen porque el argumento de que adoramos al mismo Dios, inclusive eso, lo pongo en franca duda.

Nuestro Dios es uno y trino. El no reconocimiento de Cristo como Dios, uno con el Padre y el Espíritu Santo, es como decir que da lo mismo ver Los Simpson y Blanca Nieves porque al final ambas son caricaturas, cuando en el fondo sabemos que los contenidos son profundamente diferentes. El argumento de que ambos reconocemos a un único Dios también sucumbe, ya que si le pidiésemos ese reconocimiento a Satanás él también se vería en la necesidad de reconocer al único Dios, y muchas veces con mayor claridad que nosotros, aunque no por ello le sirva y le ame. Esos puentes de unión entre el islam y el cristianismo solo han permitido el avance de una doctrina que tiene como norte de fe, sugerido así por el Corán, islamizar el mundo, no motivado a aceptar una diversidad de credos contraria a afirmar que “Alá es Dios y Mahoma su profeta”.

Dice el Señor Jesús: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno”, y esta afirmación la debieron tener muy clavada en su corazón los miles de mártires que a lo largo de nuestra era post cristiana prefirieron morir martirizados antes de renegar a Jesús.

¿Al islam se le debe tener?, la respuesta es sí. Le deben temer quienes creen en él y practican sus doctrinas. Temer de perder el cielo por no ver en Jesús la vida eterna, la encarnación de Dios en la tierra, el único “camino” de salvación.

Sin pretender mostrar una actitud de rendición ni acomodo, la actitud del cristianismo ante el islam no debe ser de confrontación armada, intolerante ni excluyente. Tanto es así que el Islam ha podido crecer y desarrollarse bien en país de tradición cristiana, inclusive en mi país Venezuela esta comunidad existe y convive con otras denominaciones de fe (respuesta que en muchos países de tradición musulmana es imposible esperar), pero sí debe haber una respuesta del mundo cristiano más firme hacia el sentido de pertenencia de Jesucristo. De verdad me enfurece cuando escucho a bautizados decir que todas las fe son iguales porque al final todas amamos a un mismo Dios. Me enfurece ver como Cristo es igualado de manera denigrante al pequeño tamaño de Moisés, Buda o el mismo Mahoma, todos hombres mortales, finitos y que necesitaron, al morir, pasar por la única puerta que les daba acceso al cielo, porque cuando vieron el rostro de Dios tienen que haber visto el rostro de Cristo, ya que Cristo afirmaba cuando le pidieron que les mostrara al Padre lo siguiente: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14,9).

Si para San Francisco de Asís el Islam hubiese sido otra hermosa forma de llegar a Dios no se hubiera aventurado, con riesgo real de muerte, a viajar hasta tierra musulmana para evangelizar al feroz sultán, en tiempos de cruzadas. Este encuentro llevaba la ambición grande de convertir al Sultán (porque el cristianismo es eso, ambicionar un mundo en Cristo). Y lo hizo confiando en la promesa de Cristo: “Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”» Lc 21,15. Aunque al parecer no haya logrado su gallardo objetivo se la jugó completo por Jesús confrontando la doctrina musulmana con la revelación de Jesús. Así hizo esta propuesta al Sultán: “«Si tú con tu pueblo quieres convertirte a Cristo, me quedaré muy a gusto con vosotros. En cambio, si te resistes a abandonar la ley de Mahoma por la fe de Cristo, ordena que enciendan un fuego lo más grande posible y yo, con tus sacerdotes, entraré en el fuego y así, al menos, podrás saber con conocimiento de causa cuál fe debe ser tenida por más cierta o más santa»”

Hoy San Francisco de Asís sería considerado un loco fundamentalista intolerante. Pero su virtud fue anunciar con valentía un mensaje claro de salvación que es gratuito para todos y que libremente puede ser acogido, ignorado o rechazado pero jamás omitido. Solo Cristo abre las puertas del cielo y el mismo Mahoma hoy sabe esa verdad y la conoce. En su realidad podrá estar al lado de Moisés disfrutando las glorias al Eterno o como Epulón desesperado por advertir los errados caminos de sus falsas interpretaciones, víctima de un engaño de Satanás o de un hambre de poder que necesitaba un respaldo divino. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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