En una de las cartas que San Pablo dirige al pueblo de
Corinto (1 Cor. 12, 12-30) y siempre de la mano con la bien entendida necesidad
de mantener la fe unida, el apóstol utiliza con sabiduría divina una
comparación entre la fe y el cuerpo humano. Esa comparación inicia con el
reconocimiento de las diferencias, es decir, San Pablo describe que el cuerpo
humano si bien tiene muchos miembros y todos con funciones distintas, ninguna
de esas partes, aun desconociendo su
naturaleza (propio de los transgéneros),
deja de ser parte del cuerpo.
En mi título empleo dos realidades que son, explícitamente,
contrarias al cuerpo, la primera al cuerpo físico, corrupto y finito; y la
segunda al cuerpo místico de Cristo que es la Santa Iglesia Católica.
San Pablo señala que todos los miembros del cuerpo son
importantes y necesarios según lo que son. Quizás algunos miembros tengan mayor
relevancia aparente que otros pero al final todo lo que nos compone
fenotípicamente tiene un por qué, y ese por qué lo descubrimos conscientemente
cuando ese miembro falla, se hiere o nos es mutilado. La paz en estos conceptos
parte del hecho de aceptar la naturaleza
de lo que somos. Imaginemos que el oído se sienta ojo o que el ojo se sienta
nariz. Ese sentir no hará que el oído vea ni que el ojo huela, así legalmente
se cambiaran las identidades.
El rechazo al cuerpo místico (propio de los protestantes) va
en un sentido más amplio, porque es el rechazo total a un cuerpo que por el
bautismo (sacramento común en toda la comunidad cristiana que nos hace hijos
conscientes de Dios) formamos parte. El protestante es un miembro que sería bien
descrito en esta enseñanza de San Pablo: “puesto
que no soy ojo no soy del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?”
Esta realidad es el deber ser de todo intento ecuménico de unir las
denominaciones cristianas, haciendo ver que aunque no se sientan parte del
cuerpo místico de Jesús sí lo son por el bautismo y por la fe en Jesucristo.
Los conflictos de identidad son percepciones que en
milímetros, centímetros o metros marcarían una X desde la realidad natural
hasta tu realidad perceptiva, es lo que somos vs lo que creemos o queremos ser.
Creer o querer no doblega lo que se es desde un punto de vista natural y
funcional.
Así como en los tiempos de universidad el querer ser médico
no te da la licencia sino el esfuerzo de pasar por un proceso selectivo y evaluativo
que determina tus capacidades para esa labor, así la naturaleza marca tus
actitudes y aptitudes para lo que se espera de ti, lo que Dios espera de cada
uno de nosotros.
Rechazar el cuerpo físico que Dios nos dio y el cuerpo
místico (la Iglesia Católica) que Cristo nos ganó a fuerza de cruz no da paz,
ni es un gesto de humanidad. Es en realidad el alimento de un engaño que
económicamente interesa mucho a quienes viven científicamente, legislativamente
y pastoralmente de ello. Médicos que cambian el sexo de las personas, políticos
que defienden los derechos de uniones homosexuales y el ser reconocidas como
familias con abiertas posibilidades de adopción y pastores de iglesias
cristianas cuya única legitimidad la encuentran en su propia percepción de la
Palabra de Dios, sin tradición ni vínculo histórico con la verdad.
Rechazar la naturaleza de lo creado es rechazar al Creador.
Educar que ese rechazo es un “derecho humano” que se debe imponer en nuestras
legislaciones es un pecado que me recuerda esta frase de Cristo: “aquel que haga caer al más pequeño de estos
más le valdría que le aten una piedra y lo lancen al fondo del mar” (Marcos
9,42). Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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