martes, 5 de enero de 2016

DEMOCRACIA O REVOLUCIÓN


Quizás mi visión no sea la de un historiador ni de un analista político, pero en términos sociales, un revolución casi siempre va de la mano con actos de violencia que buscan defender una causa o cambiar una realidad.

Hugo Chávez Frías en 1998, en su campaña electoral que le llevó a la presidencia, ofrecía revolución, pero la ofrecía paradójicamente dentro de un sistema democrático que no podría llamarse debilitado sino ineficiente. Una realidad social que había potenciado la pobreza y donde sin duda había vergonzosos vicios de corrupción. Pero Chávez no ofrecía una democracia eficiente, ofrecía con una revolución superar esas realidades. La pregunta era: ¿necesitaba Venezuela una revolución?

Chávez se valió de un arma envidiada por todo político, su popularidad casi total que arrastraba a masas necesitadas. Como me decía un familiar, en ese tiempo si Chávez se hubiese querido proclamar rey lo hubiese logrado, en un ejemplo quizás exagerado pero que expresaba lo que a nivel popular se vivía con ese líder. Pero Chávez creía que Venezuela necesitaba una revolución institucional y con ello la Asamblea Nacional Constituyente fue la clave para cambiar todas las instituciones del país.

Poco a poco fuimos entrando en un sistema de autocracia, porque como Chávez señalaba el único que podía gobernar Venezuela era él. En una democracia la única que puede gobernar es la institucionalidad. Chávez fue un verdugo electoral. Amparado por el poder del estado y unas instituciones “amigas” a su popularidad, aun cuando algunos resultados electorales quedan en duda por su transparencia, sus triunfos eran un golpe muy duro para quienes se oponían a él. No obstante la oposición, plagada de erros pero que también esos errores les ayudó a madurar políticamente, reconocía y se reagrupaba. La clave acá es que siempre se reconoció la derrota electoral cada vez que ganaba el oficialismo chavista. Eso ayudaba a que se mantuviera la imagen de una democracia viva en mi país. Pero la democracia se mide también desde el otro lado de la moneda, es decir, cuando el ejecutivo pierde. Acá es cuando quizás el tigre ha mostrado más sus rayas, y es aquí donde la palabra revolución, para ellos, vuelve a tener más fuerza que la palabra democracia. La defensa primordial para el chavismo es la revolución que los mantenga en el poder, en sus conquistas, no la institucionalidad democrática, no esa suerte de defender los poderes constitucionales. Porque en democracia se asume con eficiencia el poder y se entrega con alegría siempre que el relevo venga por las vías electorales que expresen la voluntad de los ciudadanos electores.

En Venezuela la democracia mancha la piel de morado con la tinta indeleble que muestra con orgullo el ejercicio del voto. En revoluciones la piel se tiñe de rojo con la sangre de combatientes que en algunos casos se inventan enemigos porque viven del conflicto. Sin embargo, hoy Venezuela se juega una de sus últimas cartas democráticas para cambiar un sistema de país cuya democracia ha sido por 17 años un holograma. Si esto falla quizás veríamos algo no muy común y poco deseado, dos revoluciones enfrentadas, una que se niegue a ceder el poder y otra que busque rescatar la democracia. Un país que vive cada vez en más pobreza y violencia, con un precario daño educativo y social requiere se termine de una vez esta mezquindad política, conflictiva y egoísta. Necesitamos políticos con fecha de caducidad, necesitamos cambio. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.


Lic. Luis Tarrazzi

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