Quizás mi visión no sea la de un historiador ni de un
analista político, pero en términos sociales, un revolución casi siempre va de
la mano con actos de violencia que buscan defender una causa o cambiar una
realidad.
Hugo Chávez Frías en 1998, en su campaña electoral que le
llevó a la presidencia, ofrecía revolución, pero la ofrecía paradójicamente dentro
de un sistema democrático que no podría llamarse debilitado sino ineficiente.
Una realidad social que había potenciado la pobreza y donde sin duda había
vergonzosos vicios de corrupción. Pero Chávez no ofrecía una democracia
eficiente, ofrecía con una revolución
superar esas realidades. La pregunta era: ¿necesitaba Venezuela una revolución?
Chávez se valió de un arma envidiada por todo político, su
popularidad casi total que arrastraba a masas necesitadas. Como me decía un
familiar, en ese tiempo si Chávez se hubiese querido proclamar rey lo hubiese
logrado, en un ejemplo quizás exagerado pero que expresaba lo que a nivel
popular se vivía con ese líder. Pero Chávez creía que Venezuela necesitaba una
revolución institucional y con ello la Asamblea Nacional Constituyente fue la
clave para cambiar todas las instituciones del país.
Poco a poco fuimos entrando en un sistema de autocracia,
porque como Chávez señalaba el único que podía gobernar Venezuela era él. En
una democracia la única que puede gobernar es la institucionalidad. Chávez fue
un verdugo electoral. Amparado por el poder del estado y unas instituciones “amigas”
a su popularidad, aun cuando algunos resultados electorales quedan en duda por
su transparencia, sus triunfos eran un golpe muy duro para quienes se oponían a
él. No obstante la oposición, plagada de erros pero que también esos errores
les ayudó a madurar políticamente, reconocía y se reagrupaba. La clave acá es
que siempre se reconoció la derrota electoral cada vez que ganaba el
oficialismo chavista. Eso ayudaba a que se mantuviera la imagen de una
democracia viva en mi país. Pero la democracia se mide también desde el otro
lado de la moneda, es decir, cuando el ejecutivo pierde. Acá es cuando quizás
el tigre ha mostrado más sus rayas, y es aquí donde la palabra revolución, para
ellos, vuelve a tener más fuerza que la palabra democracia. La defensa
primordial para el chavismo es la revolución que los mantenga en el poder, en
sus conquistas, no la institucionalidad democrática, no esa suerte de defender
los poderes constitucionales. Porque en democracia se asume con eficiencia el
poder y se entrega con alegría siempre que el relevo venga por las vías electorales
que expresen la voluntad de los ciudadanos electores.
En Venezuela la democracia mancha la piel de morado con la
tinta indeleble que muestra con orgullo el ejercicio del voto. En revoluciones
la piel se tiñe de rojo con la sangre de combatientes que en algunos casos se
inventan enemigos porque viven del conflicto. Sin embargo, hoy Venezuela se
juega una de sus últimas cartas democráticas para cambiar un sistema de país
cuya democracia ha sido por 17 años un holograma. Si esto falla quizás veríamos
algo no muy común y poco deseado, dos revoluciones enfrentadas, una que se
niegue a ceder el poder y otra que busque rescatar la democracia. Un país que
vive cada vez en más pobreza y violencia, con un precario daño educativo y
social requiere se termine de una vez esta mezquindad política, conflictiva y egoísta.
Necesitamos políticos con fecha de caducidad, necesitamos cambio. Dios los
bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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