Cuando uno lee noticias tan
tristes como las del personaje Bill Cosby, un hombre que sin duda formó parte
de mi infancia y entretenimiento y sé que de muchos de los lectores también, no
dejo de pensar en el infierno. El infierno es la destrucción total de nuestras
actuaciones y apariencias. El infierno es el derrumbe de lo que muchos pensaron
éramos pero que Dios siempre supo lo que era verdad y lo que no. El infierno es
cuando le damos la espalda al amor y solo la justicia nos cae con un peso
destructor. Cosby es el vivo ejemplo de lo que los placeres y la fama del mundo
son, un castillo de naipes.
La noticia de Cosby tiene que ser
un llamado aleccionador para muchas personas que se dedican activamente a la
evangelización porque al final de nuestro tiempo podríamos descubrir que
siempre fuimos unos buenos actores pero un potente anti-testimonio cuando de
nuestra vida se trató. Cosby, como muchos otros que han pasado por situaciones
similares, vive en carne propia las advertencias que Jesús siempre hacía y que
sin duda los apóstoles anunciaban y no es más que el abierto y contundente
rechazo que debemos tener a las tentaciones del mundo, vendidas magistralmente
por los demonios. También entender que el principal recuerdo que debemos
mantener en agrado y en amor sobre nosotros es el que depositemos en la mente
de Dios porque solo él nos puede salvar.
¿No vemos cómo a medida que se
vuelve irrebatible el tema de los abusos de Cosby la respuesta del mundo es de
darle la espalda? Yo mismo me resistía a creer esta noticia, albergaba la
esperanza de que estas denuncias fuesen producto de la calumnia. Pero cada vez
el peso de las pruebas y los testimonios de las víctimas hace que mi razón
abandone el apoyo para este pintoresco ser del siglo XX y solo pueda venir a mi
mente y a mis emociones la palabra decepción.
Mas sin embargo no puede dármelas
de moralista ni juez porque el caso público de Cosby me hizo pensar en mis
propias actuaciones y miserias, en lo mucho que me falta por madurar y crecer,
en lo distantes que siguen mis líneas de apariencia y verdad, lo que perciben
de mi versus lo que realmente soy. Es lo
que soy lo que me salvará, porque así el mundo me crea un santo, el dueño
de la verdad sabrá, de cada uno, si esa santidad es solo la puerta bonita de un
cuarto desordenado y sucio o la puerta hermosa de un palacio de belleza y
riquezas invalorables. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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