Debo decirle estimado James que usted no es el primero a
quien le remito un escrito. Ya hace tres años fue el Padre Krzystof Charamsa
quien siguió su consejo, pero de manera profética, al salir de ese “armario”
del que muchos hablan cuando aluden a la necesidad de confesar su preferencia
sexual. Pero ahora, con el mismo impacto mediático que tuvo el Padre Charamsa
le escribo a usted.
Me entristece ver y leer tantos sacerdotes, en especial de la
orden de San Ignacio de Loyolo (Jesuitas), aprovechando espacios, multitudes,
atención 2.0, para predicarse a sí mismos. Una suerte de aprovechar el momento
para predicar sofismas (verdades falsas) con un propósito para mí incomprensible
fuera del hecho de dañar o lastimar a la Iglesia Católica pretendiendo dejar
sin heridas a su fundador, Cristo.
Es una suerte de un evangelio, una iglesia, una verdad, que se
quiere construir para grupos. Un evangelio para homosexuales, otro para los
zoofílicos, otro para los pederastas, otro para heterosexuales. Es predicar “buenas
nuevas" a grupos según su impacto mediático. En su formación católica usted
debe conocer mucho mejor que yo los elementos fundamentales de la Verdad
Cristiana, su revelación, la guiatura del Espíritu Santo en sus dogmas y
doctrinas, su condición apostólica y la autoridad
que esta tradición tiene de cara a conservar una verdad que no nos
pertenece, que solo debemos cuidar y transmitir
sin alterar.
En sus generalidades usted afirma que La Iglesia ha tratado a los homosexuales como a los leprosos (generalidad muy dura). Una afirmación que
pisotea labores pastorales como la de la hermana religiosa Mónica Astorga,
quien trabaja con transgéneros para alejarlos de la prostitución, las
adicciones al alcohol y a las drogas para iniciar un camino de recuperación y
reinserción social. Y aunque cabe decir que eso no es garantía de conversión,
sí es un acercamiento del amor de Dios. Como ella, muchos religiosos(as)
anónimos, sin esa necesidad mediática de reconocimiento, ejercen muchas
labores.
Cabe otra diferencia en lo que usted interpreta por
conversión. Usted la asocia a una transformación de las emociones y la mente,
para mí es un alejamiento del pecado, de aquello que nos alejaba de la
gracia de Dios. Y para que esto tenga espacio tendríamos que definir ¿qué es
pecado? Podría en un ejercicio de catequesis básico recitarle el decálogo, pero
voy a simplificarlo así: “El pecado es mirar mis conductas y convencerme que no
soy pecador. Es la soberbia de la conciencia, es sentir que al final no importa
lo que haga estamos justificados por el
amor y el sacrificio de Cristo (una visión protestante errada del
cristianismo). El pecado es una bofetada a la verdad”¸algo que siento usted
está haciendo promoviendo una falsa misericordia de Dios y alejando a muchos de
la gracia. ¡Cuidado padre James Martin!, la carga de esa culpa es muy pesada.
Se lo he recomendado a otros(as) religiosos que se han metido
en teologías políticas demagógicas, en falsa doctrina o en escándalos. Apague la luz que ilumina
su rostro y conviértase en vitral donde
brille la luz de Cristo. Sea camino a Cristo y no camino a su propia fama,
hueca y sin sentido. El tiempo se le acaba. Nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
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