¡Cuánto dolor gritó este mundo tan solo en el siglo XX!, gracias
a ideologías extremistas, a dictaduras cruentas y a democracias corruptas. La
opresión del hombre por el poder y los placeres derivados de este han hecho
cosas tan horrendas que son casi increíbles de contar. ¿Por qué?
Uno de los factores que han servido de excusa para ello ha
sido el falso patriotismo, ese que por defender fronteras y soberanías han
puesto al país por encima de sus propios habitantes.
Un país es más que su
gente, así como un carro es más que su carrocería. Pero de nada le sirve
al carro existir sin que exista un hombre que lo maneje. Los países son países
porque así lo dispuso el hombre, no Dios. Sin el hombre, lo que hoy llamamos
países terminaría siendo simplemente Creación
de Dios, con el principal adjetivo que es repetitivo en el libro del
Génesis: “Y vio Dios que era Bueno”.
Es difícil sostener respuestas bien argumentadas del por qué
el hombre se empeña en auto destruirse. Pensamos en el pecado, en la tentación,
en la concupiscencia. ¿Pero no habrá algo más?
Esta tendencia a delimitar para separar pero a la vez para
apropiarnos de algo y que ese algo haya sido capaz de crear guerras y severos
conflictos, no solo nos invita a cuestionarnos los sistemas políticos como tal,
sino también nos invita a cuestionar nuestra noción de mundo. Países,
fronteras, comunismos, capitalismo, revoluciones, luchas de clases, todo este
se da como un cáncer dentro de un cuerpo, un espacio de tierra, al que llamamos
comúnmente país.
Hasta el deporte se torna apasionado cuando
internacionalmente derrotamos a naciones. Definitivamente Dios no creó los
países.
Pensamos en el cielo, aquel lugar donde van los que fallecen
y ahí no cabe un ideal con fronteras. No, el cielo no tiene países. Y quizás
aunque hoy resuene como una utopía pensar que los países desaparecerán, sí les
puedo asegurar que el Cristo que volverá triunfante marcará el fin de las
fronteras, el acabose de las naciones. Los países morirán.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
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