Siempre he considerado que estas
palabras de Jesús fueron muy fuertes (“No
deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los
puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os
despedacen” Mateo 7,6), sobre
todo porque con estas mismas palabras, un poco más suavizadas, fue que Jesús de
entrada puso un breve obstáculo para hacerle a aquella mujer cananea (pagana) el
milagro que pedía:
Jesús le dijo: «No se debe echar a los perros el pan de
los hijos.»
La mujer contestó: «Es
verdad, Señor, pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa
de sus amos.»
(Mateo 15,26-27).
No sé si coincidan en mi
apreciación pero el utilizar a los perros como sujeto de la oración Jesús no
refiere de ellos una ofensa sino a una incapacidad
racional de valorar las cosas sagradas, una incapacidad que no es inocua en
el hombre y que puede llevar a los peores sacrilegios. Sea por ignorancia o a
voluntad (condicionante del pecado) lo que sí debemos tener precaución es de exponer
los temas sagrados o evitar dar las cosas sagradas de nuestra fe a personas que busquen pisotearlos, burlarlos
o sencillamente despreciarlos. Pero ¿dónde pueden estar estos perritos?
Plantearé dos escenarios, el sacramental
y el evangelizador.
Sacramental: Los guardianes de los sacramentos son los consagrados.
Y dentro de su gran responsabilidad de custodiar y discernir la administración
de los mismos pueden contar con el apoyo, en casos puntuales, de laicos. De
todos los sacramentos que existen (siete) la Eucaristía es “el sacramento de nuestra fe” en el cual
se hace presente, de forma viva y real
nuestro salvador Jesús. La Eucaristía si
bien no es un tema de exclusividad ni de privilegios para “dignos” tampoco es
una suerte de sacramento de la lástima que todos deben recibir por el simple
hecho de que Dios es amor. La Eucaristía no puede ser dada a quienes no cuentan
con la conciencia clara de saber a quién reciben, al salvador del mundo, a
Jesús, es decir, los soberbios que afirman no pecan o que “se confiesan directo
con Dios” sin pasar por el sacramento de la reconciliación. Tampoco aquellos
que niegan dogmas, que atacan a la Iglesia, que se burlan de las cosas
sagradas. La Eucaristía debe tener siempre un prólogo de adoración y este debe estar
contenido en las homilías, algo que he escuchado a pocos sacerdotes hacer
cuando, por ejemplo, antes de la comunión dicen palabras como estas: “Las personas que estén preparadas y no
tengan pecados mortales pueden acercarse a comulgar. Las que no lo estén permanecen en sus puestos y desde ahí hacen
la comunión espiritual”
Alguna persona podría argumentar
o repreguntar: ¿Pero cómo saber quién está preparado y quién no?, porque al
final la persona puede en silencio, sin que nadie la conozca, tomar la hostia y
comulgar indignamente. Es aquí donde la advertencia y la catequesis juegan un
papel crucial. Aclarando previamente los pecados que nos hacen indignos de
recibir el cuerpo de Cristo, o los pensamientos, afirmaciones, etc; se traslada
la responsabilidad absoluta al comulgante no haciendo cómplice al que da la
comunión.
Evangelizador: Este aspecto de la evangelización se centraría en el
maltrato o inmadurez para apreciar el mensaje de salvación ubicándose en muchos
espacios de la vida, pero en especial, hablando desde mi experiencia, lo
percibo agudamente en las aulas de clases donde se imparte educación religiosa
o formación en la fe. Llevar a jóvenes una lectura bíblica y que estos no hagan
silencio, tengan celulares en las manos, se rían, digan obscenidades, esa es
una actitud de perritos ante lo
santo, con lo cual no quiero hacer un juicio de valor del por qué de estas
actitudes, si hay intencionalidad o no, solo me baso en el hecho.
Los procesos catequéticos de primera
comunión y confirmación, por lo general llevados por laicos formadores
(catequistas) deben ser sinceros y bien
formados. Los discernimientos para determinar quiénes están preparados o no
para recibir los respectivos sacramentos, así como los cursos prematrimoniales,
creo deben esforzarse, sin miedo,
por decirle a una persona responsablemente: “usted aún no tiene conciencia clara del sacramento que desea recibir”.
No hacerlo es lanzarles a los perros gracias que no serán valoradas e
irrespetadas. Por ejemplo: ¿Tiene sentido que un joven que no entienda la
presencia de Jesús en la Eucaristía comulgue?; ¿Tiene sentido que un adolescente
que no acepte doctrinas y dogmas de la Iglesia se confirme?, ¿Tiene sentido que
parejas que aprueban el uso de métodos anticonceptivos, el aborto, que no
asistan con regularidad a la misa se confiesen, se casen sacramentalmente y
comulguen?
Un sacerdote me decía una vez, y tiene razón, que no podemos privar la
acción de la gracia, del Espíritu Santo, negando charlas y procesos formativos.
Y en eso coincido con él. No podemos negar el acceso a la formación pero
acceder a estos procesos no es un sinónimo de que por añadidura todo el que
ingrese lo logre, todo el que ingrese, como en el desarrollo humano, igual lo
va a lograr sea consciente o no. La virtud de ese pasaje de esa mujer cananea
ante Jesús es la respuesta que esta mujer da. Siempre lo he dicho, es uno de
los pasajes que más me identifica del evangelio. Porque de verdad, con mis
propias miserias y pecados, incoherencias y faltas, yo no soy digno de recibir
esos dones y gracias que Dios da, pero lo hermoso de esta mujer, que para mí es
una tesis de humildad, es que ella no se siente ofendida sino interpelada,
reconoce su falta, su distancia, y aún así pide con profunda humildad el
milagro porque reconoce ante ella a LA
VERDAD pura, EL PODER pura, al profeta de profetas, AL MESÍAS.
No sabemos si la mujer después de
este encuentro se convirtió a Cristo, pero podríamos intuir que sí por lo que
Jesús expresa seguidamente de ella: “Mujer,
¡qué grande es tu fe!” A partir de ahí esta mujer supera su estado
irracional e instintivo de su vida, se le abren los ojos y recibe conscientemente la gracia requerida.
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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