jueves, 24 de marzo de 2016

LOS SACERDOTES Y LOS REFUGIADOS: UNA MISMA CONDENA




Hoy jueves santo del año 2016, como todos los jueves santos de la semana santa, recordamos de una manera muy especial a los sacerdotes. Esos hombres que han decidido tomar un camino de vida y un estilo de vida contracorriente, que tiene como principal requisito la renuncia de sí mismos para vivir a plenitud según las enseñanzas de Jesús.

El sacerdocio no es muy popular en nuestros tiempos modernos, sobre todo porque la doctrina que emana de ellos, que tiene como fuente los evangelios, la tradición y el magisterio, choca mucho con los nuevos valores centrados en el individuo, en el relativismo y en el hedonismo. No obstante, nunca está demás tener un sacerdote a la mano cuando de cumplir sacramentos se trate, cuando de infestaciones o posesiones se trate o cuando aquella enfermedad que tenemos evoluciona a fase terminal, ¿verdad? Así muchos ven en el sacerdocio una suerte de reliquia necesaria para casos puntuales pero no un compañero espiritual de vida.

El problema se agudiza con los anti testimonios sacerdotales, esos escándalos públicos que hacen eco satelital en todas los estratos de la vida humana y es aquí, justamente aquí, donde quisiera vincular mi título con el desarrollo de mi artículo. Los sacerdotes son como los refugiados sirios. Cuando se sabe que de centenares de trasladados hay una decena de extremistas musulmanes que migran con francas intensiones terroristas de matar personas e inmolarse, la respuesta inmediata, política y social, es de estigmatizar a todos los refugiados, asumiendo que lo mejor es devolverlos porque representan un peligro real para las sociedades donde buscan protección y auxilio. Así mismo, cuando se conocen estos casos terribles y vergonzosos de sacerdotes que abusan de menores de edad, o que tienen romances ocultos, vicios o doble vida, la respuesta inmediata, casi que dictada a nuestros oídos por Satanás, es que todos los sacerdotes son unos falsos, hipócritas y por ende, la fe católica es una mentira.

Leyendo sobre estos temas y más aun escribiendo sobre ellos viene a mi mente ese pasaje del evangelio en el que Jesús describe lo siguiente, en lenguaje de parábola:

“El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" Él les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?". Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."»
Mateo 13, 24-30

Para mí queda muy clara la respuesta que da el Señor a las dos interrogantes planteadas en mi artículo: ¿Qué hacer con los sacerdotes malos?, y ¿Qué hacer con los refugiados?

A la primera, aunque decretemos la intolerancia cero a los casos de abusos, filtremos los seminarios y afinquemos los temas de la obediencia, aunque no debemos jamás tapar ni justificar el pecado, el pecado siempre estará en la vida del sacerdocio. No por ello debemos quemar todo el cultivo y desviar la mirada de ese trigo que también existe en el sacerdocio y todavía da frutos de santidad. La promesa de Jesús no es que la iglesia sería perfecta sino que “ni las fuerzas del infierno prevalecerían sobre ellas”, algo que semánticamente es muy distinto. Pecado siempre habrá en la Iglesia, en los sacerdotes y en los laicos como usted y como yo, que por cierto también nosotros somos Iglesia. Pero no es el pecado la excusa lícita para abandonar a la Iglesia sino que los tesoros salvíficos que hay en ella nos  tienen que amarrar más a ella y trabajar día a día para hacer llegar el mensaje de salvación a todo el mundo. En Asia y Europa que van rumbo a la islamización o al laicismo ultranza, a América del Sur que baila con el sincretismo o América del Norte con el paganismo. Fomentar y acompañar ese crecimiento de fe en África que sigue siendo el continente más pobre pero a su vez el que más abraza la fe cristiana. Y una Oceanía que camina sendas peligrosas de la indiferencia y el apego al materialismo.

A la segunda pregunta, los refugiados, para mí la respuesta es clara y evidente. ¿Debemos dejar que muera el trigo por el miedo a la cizaña?, el principal enemigo que tiene Europa no siento venga de los refugiados sino de sus propios políticos y soberbias. Cuando una Nación le da la espalda a Dios queda a merced de sus propios pecados, esclava de sus vicios. La historia de los imperios, en especial el romano, deja una cátedra sobre el tema. Roma no se negaba nada, todo era permitido, placeres, dioses. El capítulo 1 de la Carta de San Pablo a los Romanos lo describe muy bien (léanlo por favor). Y ¿qué nos quedó de aquella  república de emperadores y senadores?, la invasión bárbara marcó el punto final de aquel libro que parecía indestructible e interminable.

Los refugiados y los sacerdotes comparten hoy los duros juicios de un mundo cómodo, cobarde y profundamente hipócrita. Que con sus diplomacias y debilidades busca abrazar el bien con el mal, busca nivelar a Jesús con cualquier credo fantasma, vacío y sin poder salvífico.

Hoy, día del sacerdote, quiero expresarle a los que llevan su magisterio dignamente y luchan por ser mejores cada día mis respetos y agradecimiento. A los que no, pues decirles que caminamos en la misma acera del pecado y que espero juntos, sabiéndonos reconocer pecadores y necesitados de la gracia y la misericordia que solo nos puede dar Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, lleguemos a la conversión y a la santidad. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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