Muy característico de las
personas cíclicamente fracasadas es el buscar el por qué de sus fracasos en
factores externos, lo más alejado posible de aquello que los incrimine en el
delito de sus fracasos.
Ese fenómeno es más frecuente
escucharlo en la sociedad y los políticos lo refuerzan día a día. Siempre es
culpa del pasado, de los de ayer. Pero lo cierto es que lo único que tenemos
los seres vivos es presente, porque el pasado ya pasó y el futuro aún no se
hace presente.
Rafael Caldera, el eminente
político venezolano, de pensamiento cristiano, cuenta la historia fue un
pacificador. Cuando Venezuela tenía guerrillas (aunque jamás al nivel criminal
de las FARC) fue el gobierno de Rafael Caldera el que logró pacificar
aquellos actos al margen de la ley y pienso
que el país entero se lo agradeció. Un
cristiano convencido de las verdades reveladas en los evangelios jamás ve en la
violencia una respuesta para superar la violencia.
Por ello era de esperarse, aunque
hoy nos moleste el saber que ese hecho le abriera el campo político a este
golpista, que una de sus medidas (en su segundo período presidencial) haya sido
liberar a los protagonistas del golpe de Estado de 1992 que buscaba sacar del
poder al presidente constitucional y por cierto adversario político del partido
de Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez. La visión, a mi entender, de este
político copeyano estaba fundamentada en la reconciliación y la unidad del
país.
Pero lo cierto es que esta
decisión le permitió al Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, bajo la
constitución de 1961 y con el sistema político que atacó, hacer una vida
política que le permitió llegar al poder electoralmente. Aquí es donde marco la
distinción de la culpa de que Chávez llegara al poder. No fue Rafael Caldera el
que puso a Chávez a gobernar, fue el voto de millones de venezolanos que aún
sabiendo el prontuario militar de este subversivo y conociendo en su campaña
electoral esas promesas cargadas de odio de “freír cabezas de adecos y
copeyanos”, le dieron su respaldo que lo llevó al poder.
Así el resto vino a nivel
institucional. Una Asamblea Constituyente, “también aprobado por millones de venezolanos” ratificó la carta blanca
para que los poderes del país quedaran a merced del nuevo sistema político que
llegaba a nuestro país. No olvidemos el gran apoyo de medios de comunicación que
tuvo este militar que daba rating y era un gancho televisivo.
No olvidemos que fuimos nosotros los
venezolanos que no vimos venir (o no quisimos ver) este tsunami que luego
develó su rostro socialista y que nos llevó a la realidad actual que vivimos.
No fue culpa de Dios por haberlo
creado, ni culpa de Caldera por haberlo liberado, la culpa es de quienes se
identificaron con este lenguaje violento, comunista, cargado de rencor y
resentimiento social. Fueron los hijos de Venezuela, fuimos los propios
venezolanos. Fuimos educadores que formamos esa generación electoral, fueron
comunicadores que vieron una oportunidad de raiting, fueron los militares que
formaron en sus cuarteles a hombres en armas con visiones destructivas y
conspirativas, fue la pobre evangelización que sostiene una fe popular por
encima de los verdaderos valores cristianos, que dentro de otras cosas, siempre
ha enseñado los daños sociales y
económicos que provoca la demagogia socialista.
La realidad es que Venezuela hoy
es más pobre, socialmente más anárquica, criminalmente más violenta y
espiritualmente más desorientada. Si no logramos entender eso, esta dura
experiencia no habrá dejado ninguna enseñanza y mañana repetiremos o
empeoraremos nuestras decisiones políticas. No, la culpa no fue de Caldera por
buscar la paz, fue del pueblo por buscar la violencia disfrazada de democracia.
Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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