Los premios Oscar despiertan
mucho interés en el mundo del cine, actores, productores, directores y por
supuesto los que consumimos los productos de ese mercado. En su expresión más
llamativa, más internacional, de mayor alcance, están por supuesto los
representados por el mercado norteamericano, por el conocido “mundo
hollywoodense”.
Cada año son variadas las
propuestas. Bien sea basadas en hechos reales o ficción, Hollywood potentemente
influye en la mente de muchos de sus consumidores. Porque al final Hollywood es
el Hermes de un dios más potente y poderoso llamado: Medio de Comunicación.
El fin básico del cine es el
entretenimiento. Y entretener no es sinónimo de educar, ni de forjar valores.
Es un mundo creativamente ilimitado, variado, diverso, donde si algo es difícil
que exista es una verdad.
Este año (2016) una de las
películas nominadas, basada es una vergonzosa verdad para nosotros los
cristianos católicos, fue la llamada Spotligth y
su nominación salió por la puerta grande al llevarse la estatuilla más
codiciada: Mejor Película. Su historia se centra en los vergonzosos y
criminales abusos sexuales ocurridos en la Ciudad de Boston y donde sin duda
hubo un encubrimiento del clero, no global, no total, pero sí cómplice, ese
silencio cómplice que evita detener los abusos.
En esta realidad recuerdo que uno
de los galardonados que trabajó en esta película señalaba (escribo la idea no
la cita): que ese tipo de trabajos
periodísticos y cinematográficos ayudaban a tumbar a los que se creían
intocables y poderosos, en una clara alusión a la Iglesia Católica, principal
señalada en toda esta drama. Y eso refuerza aquello que nos enseñaban en la
catequesis de primero comunión que los pecados de uno(s) afectaban a toda
la Iglesia. Es injusto culpar a toda la Iglesia por esos actos que sí son criminales,
detestables y diabólicos, pero esa generalidad del juicio alimenta esa
corriente creciente de anticlericalismo, de burla y aversión por las cosas
sagradas.
En la gala de los Oscar, también hubo
una presión de boicot por acusársele a la Academia del Cine de racismo negro,
lo cual se tomó en el acto como el tema satírico, la broma de la noche. Satirizaron de manera tan exacerbada el tema que
prácticamente lo dejó a nivel de ridículo intelectual. Y esa opinión habla del
poder aplastante que tiene un medio de comunicación cuando desea generar una
matriz de opinión en determinada dirección.
Hollywood es un mundo de
actuación, de ficción, de arte, no de fe ni de verdad. Yo me confieso un gran
consumidor de films y siempre los veo con el fin de entretenerme, no de
educarme ni para saber cuán distante esta mi fe del mundo. Hollywood no solo es
un reflejo de lo que es una sociedad, un alimentador de sueños, sino que
también genera y nutre matrices de opinión ante personas que cada vez se quedan
con los títulos sin profundizar en los contenidos y las verdades.
Quizás la mía sea una percepción
muy rebuscada por sentir que en el mundo estamos compitiendo a ver quién es más
amoral, más corrupto, más falso. Pero a veces percibo que desde estos
escenarios o pantallas se mira a la sociedad desde arriba, desde el poder del
dinero, desde el pensar que fama es sinónimo de inteligencia.
Creo que si queremos construir un
mundo mejor, sumando profesiones e ideas, no podemos seguir con ese lenguaje
anti religioso y en especial anti cristiano. No podemos seguir juzgando a toda
la Iglesia por los reales e indefendibles errores del pasado, presente y los
que estarán por venir. Porque Hollywood también tiene sus mártires de la droga,
del sexo, de la fama, del suicidio. La herencia de la fe tiene un origen
divino, no humano, pero es que todo lo que conocemos proviene de Dios. Y así el
mundo cristiano sea detestado por muchos, su fuente eterna tiene de historia
humana dos mil años frente a los 88 de “La Academia”. Cielo y Tierra pasarán pero su palabra no pasará. Dios los
bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi