sábado, 14 de noviembre de 2015

CONSPIRACIÓN DE LAS AULAS







Generalmente se llama conspiración a una acción o conjunto de acciones secretas realizadas por varias personas con ánimo de unirse contra su superior o soberano” (Wikipedia)

Cuando tuve la idea sobre este artículo mi motivación principal fue que llegara a ser leído por profesionales de la docencia, ya que honestamente el objetivo principal es despertar en ellos un anhelo adicional al que ya llevan sobre sus hombros; sumar a su deseo de ser formadores la ardua tarea de ser educadores de valores.

La educación (desde la realidad venezolana que es a la que puedo referir como fuente de mi naciente experiencia) ha tomado una línea muy práctica y empírica; alejada de modelar conductas se ha centrado en lo técnico, en el hacer, y eso la introdujo en el estéril mundo de la neutralidad. Fuera de cuestionar temas morales (salvo los que el común todavía considera universalmente buenos o malos), maquetas, trabajos, dibujos, guías para colorear, dictados y cálculos matemáticos van construyendo generaciones que saben acatar y resolver, anotar y completar, callar y obedecer, recibir sin cuestionar, tecnificarse sin ese pensamiento abstracto que iría más allá de un sí o un no sino que profundizaría en las intenciones de una causa, pregunta o actividad.

Pronto, muy pronto, el común de los padres (papá y mamá) se han ido rindiendo a la lucha de fomentar valores. Hablar de temas de Dios se desvinculó de la religión, la moral se relativizó y lo material se convirtió en el reforzador positivo de las conductas. Los padres se han venido convirtiendo en proveedores serviles de sus hijos porque la idea de felicidad ya no va unidad a la verdad sino a evitar el dolor, el llanto y las frustraciones. Los niños no reconocen con facilidad que han hecho algo malo porque inmediatamente se les coloca una cortina sobre sus malas obras y se les brindan solo motivadores positivos que estimulen su autoestima, un autoestima que va aprendiendo a vivir con la mediocridad.

Este panorama solo alberga la esperanza de ser superado y mejorado, con calma y mucha paciencia en la figura del docente. Ciertamente hoy se escucha: “la escuela forma no educa”, pero ¿siempre fue así? Las generaciones de comienzo y mediados del siglo XX recordaban sobre sus tiempos de estudiantes, colegios públicos y privados, que se les enseñaban modales y buenas costumbres y donde inclusive Dios, en el abrigo de la fe católica, era respetado, enseñado y orado en los patios de las escuelas. Y ese docente, fuente de autoridad y de respeto, inclusive por encima de los padres, era una persona formada en su área pero también con una proyección ética, moral y cultural alta. Saber vestir, saber hablar, saber imponer respeto era quizás su sello profesional. Así, amigo docente, en el mundo secularizado, tu figura en el tablero de ajedrez es de suma importancia y ahí tu batalla se pinta difícil pero estadísticamente prometedora.

Por las aulas de clase pasan como promedio mínimo anual 30 estudiantes. 30 estudiantes que a su vez representan 30 familias. 100 docentes entonces le estarían llegando con facilidad a 3000 familias y 1000 docentes a 30.000. Su impacto podría ser efectivo si se desvinculan de ese concepto de ser la guardería de hijos, el mandante de programas o el proveedor de responsabilidades técnicas. La fuente principal de educar a un ser humano se centra en su capacidad de hacerle pensar, cuestionar, reflexionar y trascender. No se trata de amaestrar niños o jóvenes como amaestramos a una mascota doméstica. Y aquí salto al objetivo principal de mi artículo, el salto directo, se trata de volver a llevar a Dios a las aulas.

Esa es la conspiración que ayudaría a las naciones a superar el fundamentalismo, la corrupción, la delincuencia, la demagogia política, el fanatismo, el laicismo o secularismo y en conclusión el pecado. Y no porque el pecado no se seguirá cometiendo, sino porque su conciencia como algo malo no sería relativizada o eliminada de las mentes como de hecho hoy siento viene ocurriendo.

Gobiernos, reyes, fundamentalistas, podrán dictar leyes que prohíban hablar de Dios en las aulas, que mermen el pensamiento crítico y que busquen domesticar sociedades; pero al final eres tú y tus alumnos, amigo(a) docente, el que tiene el mando y la privacidad, la autonomía y el respeto (si te los sabes hacer ganar) para educar a esos jóvenes que todavía les dicen con cierta veneración: “buenos días profesor(a)”

La fe que tengo puesta en la educación no es superior a la fe que tengo puesta en Dios. Pero sí creo que Dios tiene, de todas las soluciones posibles, su mayor fe en el mejoramiento de las conductas del mundo a través de la educación, esa que le recuerde al hombre el por qué cuando su Creador lo creó exclamó: “¡Muy bueno!”, porque sabía que esta criatura, hecha a su imagen y semejanza, tenía el potencial de amarle con el pensamiento, cultivado por el conocimiento de su amor y su entrega hacia nosotros. No olvides amigo educador, tu poder en las aulas tiene la capacidad de transformar el mundo. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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