El autoengaño es una de las herramientas más útiles que
justifica, entre otras cosas, la mediocridad. Así, en tiempos de democracia, los
gobernantes (y aspirantes) se cambian sus vestiduras de reyes y dictadores para
usar la de políticos, entiendiendo que lo que genera menos ruido y conflicto
debería, inversamente proporcional, dar más votos.
Lo absurdo de este principio es que si se aplicara de la
mano con la coherencia espiritual que le da identidad a las naciones, la
doctrina espiritual cristiana estuviera firmemente representada en todas las
naciones que dicen profesar esta fe.
Con ello, desde la sana mesa de las ideas, podrían venir
muchas propuestas diversas en aras de buscar caminos económicos, de salud, de
avances educativos, de infraestructura, vialidad, de seguridad, que
contribuyesen al desarrollo de los pueblos, pero los temas doctrinales sobre
moral, familia y vida jamás se cuestionarían de la forma que hoy se hacen porque,
como sociedades cristianas, estos temas están en la línea de lo ya revelado. Si
la democracia es la representación de las mayorías y las naciones son
mayoritariamente cristianas, ningún político insinuaría siquiera abordar leyes
en favor del aborto, la eutanasia, la legalización de uniones homosexuales o la
erradicación de las aulas de la educación religiosa. Plantearse estos temas
debería ser tan impopular como el que se pretendiera promover leyes a favor de
la prostitución, la pedofilia o el regreso de la esclavitud.
Pero, ¿por qué estos temas notoriamente tan anti cristianos
están teniendo tanta aceptación en las sociedades logrando colarse con una
profunda indiferencia o aceptación?, pues porque el cristianismo se ha
contaminado, en nosotros los practicantes, con los conceptos mundanos, modernos
y vacíos propios de un desarrollo material a costa de una involución
espiritual. La verdad tergiversada de que “Dios
es amor” ha servido para arrastrar a la pureza de los conceptos divinos una
falsa publicidad, llena de miserias y aberraciones, que si son abiertamente cuestionadas
pues son tildadas con duros calificativos de homofobia, discriminación,
intolerancia.
Tanto es así que estos temas anticristianos ya no entran en
el marco del debate. Masivamente muchos medios de comunicación, periodistas,
artistas, novelistas, articulistas (sin hacer una generalización dañina a cada
gremio) parten del hecho de que al hablar de desarrollo ciudadano se deben incluir
leyes, sin objeción alguna, donde se superen estos temas calificados de tabú
religioso ortodoxo. Y la clave acá es preguntarnos: ¿es lógico que estos temas no se debatan porque sofismas sociales bien
vendidos lo consideran justos y buenos? Es precisamente esto lo que le
resta mayor credibilidad a estas seudo-propuestas de desarrollo moral; su pretensión
de excluir del debate a quienes por siglos han sido guía moral para las
sociedades, como lo ha sido la fe cristiana.
En pensamientos de libertad una persona pide respeto cuando
desea cambiar los conceptos de matrimonio, familia, interrupción de la vida en
el embarazo y fin de la vida ante dolores terminales. Con la bandera de
libertad reclaman que sus derechos de opinión sean aceptados sin
cuestionamientos...palabra clave: "cuestionamiento". Un pensamiento
que no tiene la libertad de ser cuestionado es un pensamiento tiránico. Un
pensamiento se hace eterno en el tiempo cuando pasado por cuestionamientos
sobrevive. La mayoría de los dogmas de fe nacieron de cuestionamientos, dudas y
posiciones diversas.
Así, si los temas de las legalizaciones de uniones
homosexuales, aborto y eutanasia no permiten dentro de sus argumentos los
cuestionamientos, como los del pensamiento cristiano, con sustentabilidad de
siglos de antigüedad es: o porque no tienen la capacidad de sobrevivir al
debate moral o porque sencillamente tienen la intensión radical de formar parte
de lo que definió Benedicto XVI como la "tiranía del relativismo".
Con esto queda claro que el problema no es político, porque
el político es un radar que retransmite lo que las sociedades desean escuchar o
les sume mayor popularidad; el político es más un esnobista que un formador. El
problema se centra en la obvia pérdida de identidad cristiana, la pérdida del
sentido de pertenencia y la pérdida de defender lo que nos duele nos quieran
cambiar, eso que le ha dado la idea al político que al hablar de aborto,
eutanasia y uniones homosexuales no resta votos, más bien le suma.
Como recordaba el párroco de mi parroquia en la misa
dominical del primer domingo de adviento (año 2015): “Las sociedades cuando sacan a Dios de sus vidas se autocastigan”, o
sea, viven las propias consecuencias de sus obstinaciones, de sus soberbias y
de sus indiferencias.
Por eso las naciones latinoamericanas de mucha tradición
católica, mariana, hoy viven el peligro de que en sus congresos entren estos
cánceres morales que deterioran profundamente a la sociedad, la desvirtúan y
las alejan de Dios. Quizás es tiempo de replantearnos si el ser cristiano tiene
algún peso político, social y educativo sobre nuestras opiniones y sobre
aquellos que aspiran representarnos. Sino, volveremos a los tiempos donde la
única manera de surgir pasará previamente por el profundo y enlodado proceso de
hundirnos. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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