domingo, 9 de agosto de 2015

ECUMENISMO POLÍTICO



                                                            


Hay una falsa pero muy aceptada afirmación de que el Estado,  más específicamente quienes gobiernan estados democráticos, deben marcar distancia de alguna doctrina religiosa. Su obligación a mantener una apertura a todas las creencias, ideologías, percepciones de género, etc; le obligaría ser como un gran centro ecuménico, solo que en lugar de  religioso, de índole cultural y social.

Pero ningún estado se sostiene sin normas y sanciones, y eso hace que los conceptos amplios de libertad y derechos tengan la necesidad de tener límites. Por ejemplo, una pareja puede sentir enormes ganas de tener relaciones sexuales, pero hacerlo en espacios públicos está sancionado por la ley. Una persona puede tener todo el derecho a realizar en su espacio privado (casa, apartamento) una celebración, pero si su música se mantiene a decibeles altísimos durante toda la noche existe el derecho de denunciarlo y que sea advertido, multado o hasta privado de libertad por reincidencia. Así que este ecumenismo estatal tiene, como el religioso, sus innegociables.

En el aspecto político, para llegar al poder, muchos aspirantes se venden como personas sin valores establecidos, sino que están abiertos a todo (lo cual también es un valor o antivalor, porque la suma de valores no lleva a un gran valor universal). Es la práctica más obscena del relativismo demagógico, con el único fin, insisto, de sumar votos y evitar al mínimo las matrices de opinión negativas. Esta estrategia ha calado hondo en occidente donde muchos políticos han notado que lo que pudiera ser un punto de traba agudo, como en el medio oriente con el islam, acá no lo es, y es que los cristianos de occidente cada vez sienten menos empatía con su fe y sí más empatía con el relativismo, materialismo, hedonismo. En pocas palabras no hay un sentido de pertenencia de la fe. Al no haberlo, el desarrollo de propuestas como la legalización de uniones homosexuales, el aborto, la eutanasia, ha crecido exponencialmente por el temor, dentro del mundo cristiano, a ser tildados con las palabras dragón (definidas así por Fray Nelson Medina) de discriminantes, desigualitarios, intolerantes, fundamentalistas.

Lo curioso es que el fundamentalismo también existe en el relativismo. Basta ver las amargas reacciones de estos LGBT que son capaces de ingresas desnudos a iglesias, escupir sacerdotes o asistir a marchas sumamente excéntricas para defender su causa, viendo el mundo cristiano como se humillan y ofenden nuestros sacramentos y valores salvíficos que costaron la sangre de nuestro redentor.

El error, creo yo, dentro del ala creyente cristiana (ya que esto los musulmanes lo tienen bien claro aunque no comparto en absoluto sus creencias y métodos) es pretender hacer frente a esta lucha sin que Dios vaya delante. Una falla terrible dentro del ecumenismo cristiano es hacer puntos de encuentro con cristianos separados donde para evitar incomodar se excluya la eucaristía, a María, los dogmas, al papa. ¡Una vergüenza! Porque me recuerda las palabras del salvador: “Porque cualquiera que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8, 38). No imagino a ninguno de los apóstoles, en especial a Pablo que le tocó evangelizar a paganos (gentiles) no argumentando sus enseñanzas sin que Cristo fuese el fondo de su mensaje, esto porque sin Cristo entramos en el mundo de las ideas, no de la verdad, y el mundo de las ideas, como paradigma, es cambiante e inestable.

Si el cristianismo fracasa en la defensa de sus valores que a su vez son los valores por los que debería luchar la humanidad (el derecho a la vida, a la defensa del matrimonio como Dios lo pensó, a la enseñanza de todo lo que nos aleja de Dios) entonces habremos fracasado haciendo lo correcto, pero nunca haciendo lo que el mundo espera que hagamos. No le damos al enemigo el derecho de escoger nuestras armas de lucha, porque entonces ante la espada nos dará palos de escoba, ante las armas chalecos de cartón.

Habiendo dentro del cristianismo católico un valor moral de vida debe ser vendido, enseñado y ejercido como tal. El tema de fondo acá es la sinceridad y creo que hoy los pueblos del mundo, en especial de América están ávidos de verdad. Debe ser desde la campaña electoral, constituyendo partidos propios lejos de los ya viciados por la forma tradicional de hacer política, con clara lectura de los valores desarrollados y el origen de esos valores, lo que podría marcar un éxito, porque “Si Dios está con nosotros quién contra nosotros” (Romanos 8,31). Siempre me llamaron la atención las palabras de Jesús a Pilatos, un gobernante pagano y enemigo del pueblo hebreo: “tu no tendrías poder sobre mí si no se te hubiese dado de lo alto” (Juan 19,11).

Es falso que los estados no tengan dioses que les imponen sus normas. Todos los tienen. El dios dinero, materialismo, hedonismo, ateísmo, idealismo, sexo, muerte (con el tema del aborto y la eutanasia), droga, prostitución, relativismo, etc; todos esos dioses rigen a sociedades enteras, unos más fuertes que otros. ¿No tiene derecho entonces el Dios verdadero ser luz moral de sociedades? La respuesta es sí, pero esa exigencia parte de lo que los cristianos bautizados exijan tener por gobernantes y este es el gran drama. Hoy no tenemos esos políticos, no los hay. El que le reza a María apoya la unión civil homosexual, el que va a misa cree que el aborto es una opción ante la violación o malformaciones, el que lleva una cruz en el pecho piensa que en enfermedades terminales la eutanasia es una posibilidad, y así sucesivamente.

Yo entiendo los miedos que pueda tener una sociedad ante la posibilidad de un fundamentalismo religioso al estilo musulmán, que lanza a homosexuales desde las ventanas, cortas las manos a delincuentes o apedrea a mujeres adúlteras. Pero el cristianismo dista mucho de eso. No hay una letra de violencia en el Cristo que trajo un mensaje, claro y contundente, pero cargado de amor y bondad, que llama a la CONVERSIÓN pero que nos espera con los brazos abiertos de la misericordia. Un cristianismo que respeta decisiones libres de cada ser humano pero que jamás impulsa proyectos legales que atentan contra sus principios fundamentales, y ese también es nuestro derecho, el derecho a disentir de estas corrientes fundamentalistas del pecado.

Políticos católicos, no vendan la verdad por obtener votos. Vendan votos ofertando la verdad y créanme si Dios los quiere gobernando, gobernarán. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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