Hay
una falsa pero muy aceptada afirmación de que el Estado, más específicamente
quienes gobiernan estados democráticos, deben marcar distancia de alguna doctrina
religiosa. Su obligación a mantener una apertura a todas las creencias,
ideologías, percepciones de género, etc; le obligaría ser como un gran centro
ecuménico, solo que en lugar de religioso, de índole cultural y social.
Pero
ningún estado se sostiene sin normas y sanciones, y eso hace que los conceptos
amplios de libertad y derechos tengan la necesidad de tener límites. Por
ejemplo, una pareja puede sentir enormes ganas de tener relaciones sexuales,
pero hacerlo en espacios públicos está sancionado por la ley. Una persona puede
tener todo el derecho a realizar en su espacio privado (casa, apartamento) una
celebración, pero si su música se mantiene a decibeles altísimos durante toda
la noche existe el derecho de denunciarlo y que sea advertido, multado o hasta
privado de libertad por reincidencia. Así que este ecumenismo estatal tiene,
como el religioso, sus innegociables.
En
el aspecto político, para llegar al poder, muchos aspirantes se venden como
personas sin valores establecidos, sino que están abiertos a todo (lo cual también es un valor o antivalor, porque la suma de valores no lleva a un gran valor universal). Es la
práctica más obscena del relativismo demagógico, con el único fin, insisto, de
sumar votos y evitar al mínimo las matrices de opinión negativas. Esta
estrategia ha calado hondo en occidente donde muchos políticos han notado que
lo que pudiera ser un punto de traba agudo, como en el medio oriente con el islam, acá no lo
es, y es que los cristianos de occidente cada vez sienten menos empatía con su
fe y sí más empatía con el relativismo, materialismo, hedonismo. En pocas
palabras no hay un sentido de pertenencia de la fe. Al no haberlo, el desarrollo
de propuestas como la legalización de uniones homosexuales, el aborto, la
eutanasia, ha crecido exponencialmente por el temor, dentro del mundo
cristiano, a ser tildados con las palabras dragón (definidas así por Fray
Nelson Medina) de discriminantes, desigualitarios, intolerantes,
fundamentalistas.
Lo
curioso es que el fundamentalismo también existe en el relativismo. Basta ver
las amargas reacciones de estos LGBT que son capaces de ingresas desnudos a
iglesias, escupir sacerdotes o asistir a marchas sumamente excéntricas para defender su causa, viendo el mundo cristiano como se humillan y
ofenden nuestros sacramentos y valores salvíficos que costaron la sangre de
nuestro redentor.
El
error, creo yo, dentro del ala creyente cristiana (ya que esto los musulmanes
lo tienen bien claro aunque no comparto en absoluto sus creencias y métodos) es
pretender hacer frente a esta lucha sin que Dios vaya delante. Una falla
terrible dentro del ecumenismo cristiano es hacer puntos de encuentro con
cristianos separados donde para evitar incomodar se excluya la eucaristía, a
María, los dogmas, al papa. ¡Una vergüenza! Porque me recuerda las palabras del
salvador: “Porque cualquiera que se avergüence de mí y de mis palabras en esta
generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de
él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8,
38). No imagino a ninguno de los apóstoles, en especial a Pablo que le tocó
evangelizar a paganos (gentiles) no argumentando sus enseñanzas sin que Cristo
fuese el fondo de su mensaje, esto porque sin Cristo entramos en el mundo de
las ideas, no de la verdad, y el mundo de las ideas, como paradigma, es
cambiante e inestable.
Si
el cristianismo fracasa en la defensa de sus valores que a su vez son los
valores por los que debería luchar la humanidad (el derecho a la vida, a la
defensa del matrimonio como Dios lo
pensó, a la enseñanza de todo lo que nos aleja de Dios) entonces habremos
fracasado haciendo lo correcto, pero nunca haciendo lo que el mundo espera que
hagamos. No le damos al enemigo el derecho de escoger nuestras armas de lucha,
porque entonces ante la espada nos dará palos de escoba, ante las armas
chalecos de cartón.
Habiendo dentro del cristianismo católico un valor moral de vida debe ser vendido, enseñado y
ejercido como tal. El tema de fondo acá es la sinceridad y creo que hoy los
pueblos del mundo, en especial de América están ávidos de verdad. Debe ser
desde la campaña electoral, constituyendo partidos propios lejos de los ya viciados por la forma tradicional de hacer política, con clara lectura de los
valores desarrollados y el origen de
esos valores, lo que podría marcar un éxito, porque “Si Dios está con
nosotros quién contra nosotros” (Romanos 8,31). Siempre me llamaron la atención las
palabras de Jesús a Pilatos, un gobernante pagano y enemigo del pueblo hebreo: “tu
no tendrías poder sobre mí si no se te hubiese dado de lo alto” (Juan 19,11).
Es
falso que los estados no tengan dioses que les imponen sus normas. Todos los
tienen. El dios dinero, materialismo, hedonismo, ateísmo, idealismo, sexo,
muerte (con el tema del aborto y la eutanasia), droga, prostitución, relativismo, etc; todos
esos dioses rigen a sociedades enteras, unos más fuertes que otros. ¿No tiene
derecho entonces el Dios verdadero ser luz moral de sociedades? La respuesta es
sí, pero esa exigencia parte de lo que los cristianos bautizados exijan tener
por gobernantes y este es el gran drama. Hoy no tenemos esos políticos, no los
hay. El que le reza a María apoya la unión civil homosexual, el que va a misa
cree que el aborto es una opción ante la violación o malformaciones, el que
lleva una cruz en el pecho piensa que en enfermedades terminales la eutanasia
es una posibilidad, y así sucesivamente.
Yo
entiendo los miedos que pueda tener una sociedad ante la posibilidad de un
fundamentalismo religioso al estilo musulmán, que lanza a homosexuales desde
las ventanas, cortas las manos a delincuentes o apedrea a mujeres adúlteras. Pero
el cristianismo dista mucho de eso. No hay una letra de violencia en el Cristo
que trajo un mensaje, claro y contundente, pero cargado de amor y bondad, que
llama a la CONVERSIÓN pero que nos espera con los brazos abiertos de la
misericordia. Un cristianismo que respeta decisiones libres de cada ser humano
pero que jamás impulsa proyectos legales que atentan contra sus principios
fundamentales, y ese también es nuestro derecho, el derecho a disentir de estas
corrientes fundamentalistas del pecado.
Políticos
católicos, no vendan la verdad por obtener votos. Vendan votos ofertando la
verdad y créanme si Dios los quiere gobernando, gobernarán. Dios los bendiga,
nos vemos en la oración.
Lic.
Luis Tarrazzi
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