miércoles, 5 de enero de 2022

SACERDOCIO XX: LA LUCHA DE UN SEXO

 


El tema del sacerdocio en la Iglesia Católica ha venido dando qué hablar por varias décadas, sobre todo porque hay que reconocer que se vive un crisis vocacional derivado de un mundo cada vez más secularizado, mediático y hedonista. La sexualización explícita de muchos contenidos de la vida dificulta la comprensión de lo que exige en concepto tradicional de vida consagrada, es decir, la vida en castidad, pobreza y obediencia. 


A razón de lo expuesto no sé si surge como una solución al vacío sacerdotal o como un capricho de lucha de géneros que buscan siempre domar los designios tradicionales de la Iglesia, el ordenamiento sacramental de mujeres e inclusive el ordenamiento sacramental de hombres casados. De estas dos variables solo abordaré la primera y no lo haré en un concepto de convencer a los lectores de cuál decisión o posición es la correcta, sino evaluar el propósito y aspectos funcionales de un ordenamiento sacramental femenino.


Para ello debemos quizás repasar cómo imaginamos a un sacerdote, cómo lo soñó quien lo inspiró, el mismo Jesús, no sobre la base de los aspectos socio culturales de su época, profundamente machistas, porque Jesús si algo tenía era que rompió estas piedras que habitaban en el corazón. El sacerdocio requiere un ser cuyo corazón esté atado a Dios y tenga una libertad de servicio sin ataduras emocionales, con una capacidad de prudencia muy alta, con niveles de formación y convicción doctrinal sólidas y representar en el altar al mismo Jesús encarnado, sobre todo en el momento de consagración eucarística.


Si me tocara imaginar un sacramento del orden para una mujer partiría del modelo de María, la madre de Jesús, la santa, virgen, inmaculada y asunta al cielo en cuerpo y alma. Este modelo expresa atributos que inclusive deben estar en el sacerdocio masculino: obediencia y confianza absoluta a Dios, castidad total, pobreza (entendida como un total desapego a lo material, donde Dios es la única riqueza de la existencia -anawin); es decir, que el modelo del sacerdocio perfecto viene, luego de Cristo, de una mujer, de María. Pero María no fue sacerdote, porque el sacerdocio es imagen de Cristo, sería como representar la paternidad en la figura de una mujer. 


Una mujer desde el altar como oficiante de una celebración eucarística, pero además como administradora sacramental, invita a pensarnos el por qué y el para qué de esta labor. ¿Lo harían bien?, posiblemente, como en el caso de los hombres, unas sí y otras no; ¿Habría escándalos sexuales o de corrupción?, posiblemente como en el caso de los hombres, para unas sí y para otras no. El problema no es quién lo haría igual, mejor o peor, es tema de fondo son los roles pensados por Dios para cada uno, todos importantes, todos relevantes, todos complementarios


La mujer es tan extraordinariamente multi tareas que ha demostrado que puede ser madre, empresaria, estudiante, esposa, amiga, con un cerebro interconectado. Yo no dudo y sé que como yo muchos, de las habilidades de una mujer. Pero Jesús instituyó el sacramento del orden en hombres y no por ello hizo al hombre jefe o superior a la mujer. No olvidemos a Jesús lavando los pies de sus discípulos y diciendo que el que quiera ser el primero que se haga el último entre sus hermanos. Un sacramento que involucra lo que un hombre está llamado a ser: caballeroso, atento, servil.


Otro aspecto que en lo particular me preocupa sobre este tema, y ya lo mencionaba, es que no haya aires de caprichos ideológicos acá. La mujer ha conquistado espacios que, celebro en demasía, logró alcanzar. Tener derechos humanos, derecho al voto, derecho al estudio y a trabajar en puestos importantes, alcanzar presidencias, etc, habla de todo lo que la mujer es capaz; pero no es menos cierto que hoy las familias tienen enormes desafíos en lo que refiere a la educación de los hijos, delegadas a terceros, la estabilidad y durabilidad de los matrimonios (cada vez más escasos). 


No me atrevo a decir que el sacerdocio de la mujer en la Iglesia Católica nunca se dará, pero sosteniendo los aspectos mencionados y la santa tradición de la Iglesia, lo que el sacerdocio representa y a quién vivifica, creo que no es necesaria esta lucha. Jamás pondría, para promover una sana lactancia, la imagen de un hombre dando pecho a un niño, pero sí pondría a esa hombre acompañando a su esposa en este acto de amor, ayudándola en los quehaceres del hogar. El sacerdocio no es quién quiera serlo, sino quien Dios quiera llamar para representar a su hijo, aquel que dio su vida por todos nosotros y que dignificó a la mujer al darnos a su madre, en modelo y figura de santidad, imagen que hasta el Papa de turno (Francisco para el momento que escribo) le rendirá devoción y respeto. 


Existe un ordenamiento femenino, una vida consagrada para la mujer. En él se pueden desarrollar muchos aspectos de la vida religiosa: ser consejeras, servir al necesitado, orar, educar, amar a Dios. Las monjas o religiosas no son imagen de Cristo en el sacramento del orden, pero sí pueden ser modelo de vida santa, esposas e hijas de Dios, que logran, como tantas santas lo hicieron, dignificar la esencia de ser mujer.


Dios les bendiga, nos vemos en la oración


Luis Tarrazzi


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