miércoles, 29 de noviembre de 2017

EDUCACIÓN PRESENCIAL EN VENEZUELA, ¿TIENE SENTIDO?



Es injusto comparar el pasado con el presente. En primer lugar porque cada tiempo tuvo sus propios desafíos y, segundo, porque el vertiginoso ritmo que llevan los dos últimos siglos de avances y cambios tecnológicos fomentan situaciones más complejas, de gran alcance y de rápido cambio que probablemente antes no se planteaban con tal magnitud.

Sin embargo, lo que sí debemos preguntarnos es si los métodos y dinámicas educativas actuales, como las que desarrolla el sistema educativo venezolano, están al alcance de detener los antivalores, moldear conductas, alimentar el intelecto y desarrollar potencialmente a los estudiantes. Quizás aquí veremos algunos signos de que no, en mi opinión muy personal.

Primero: Las clases presenciales de hoy, donde el alumno ocupa un espacio físico, propio, que le da la oportunidad de recibir una enseñanza de la mano de un especialista formado en un área, no son voluntarias. La experiencia en la parte educativa, y en esto me podrán confirmar o contradecir colegas en la labor docente, me enseña que el alumno en aula, sumergido en sus “prohibidos celulares”, distractores humorísticos, burlescos y con alta desmotivación en lo que respecta a la atención, no se sienten para nada interesados en los resultados aritméticos o literarios, filosóficos o científicos que emanen de estas aulas. Son alumnos con altos niveles de irritabilidad, que no sienten mucha admiración hacia el maestro y que solo, de forma transaccional, piden a cambio de su tiempo una calificación que les permita seguir avanzando.

Segundo: La contrariedad a la norma.  Temas como uniformes, vocabulario, tuteo a la autoridad, hablan en amplio espectro que la disciplina se convierte cada vez en una utopía para la enseñanza. Y como enseñan personas de nacionalidad asiática, sin disciplina la inteligencia no se desarrolla.


Tercero: El punto más álgido para mí de todo este asunto: cuando la carrera docente con las instituciones educativas pierden la esperanza en el resultado de su trabajo. Cuando educar se torna estéril. Cuando se siente que se pierde el tiempo y lo único que justifica y motiva a un docente es su relación salario – tiempo. Esto deteriora tanto la labor educativa que nos puede llevar a ser cómplices del cambio sostenido que hoy vive nuestra sociedad.

Cuarto: La familia. El joven que llega a un colegio lo hace con unos hábitos educados o maleducados adquiridos, primeramente, en sus familias, que si son disfuncionales, así sean constituidas (papá y mamá) o con la sola presencia materna o paterna, generan un impacto colectivo. Se nota como uno, dos o tres estudiantes pueden ser un factor agudamente disruptivos para el resto, sumado a la ausencia de programas de apoyo sancionatorio ministerial que separe estos focos que seguramente requerirán otras atenciones, trayendo como consecuencia un deterioro marcado del esfuerzo de educar.

Todo esto, a groso modo, es lo que me lleva a cuestionar el sentido presencial de las aulas. Porque el que entra a un aula, como concepto básico educativo, es porque desea aprender y a su vez esto implica el reconocimiento propio de su ignorancia. Una ignorancia que se debería ir reduciendo gracias a la atención que presto, a la información nueva que recibo o que quizás ya tenía pero de manera tergiversada. Por eso digo con cierta frecuencia que la fuente de la ignorancia es la soberbia.

¿Qué alternativa tenemos? Aunque pareciera un sarcasmo, todo pareciera indicar que llegarán los tiempos de la formación autodidacta a distancia, lo cual agudizaría el ya complejo modo de relación social que manejan nuestros jóvenes, pero entendiendo de que lo único que está motivando la ida a las instituciones educativas es el tiempo, es decir, reducir el tiempo que falte para recibir mi título de bachiller y comenzar a estudiar “lo que me interesa”.

El conocimiento en sí ya no es lo atractivo, sino la vida centrada en la moda, la música, el hedonismo y lo tecnológico. Quizás no estemos enfrentando a la extinción de escritores, poetas, novelistas, intelectuales de la lengua y el buen escribir, para pasar a una práctica y superflua generación de grandes habilidades, destrezas y relativismo. Pero teniendo siempre presente que los que gobernarán el mundo, las tendencias y las conductas serán aquellos que atreviéndose a pensar descubrirán el poder del saber sobre el poder del disfrutar. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.


Luis Tarrazzi
@luistarrazzi

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