Recientemente me han brindado la confianza de
dictar clases de religión en un colegio de mi ciudad. La experiencia no es
nueva porque por muchos años di clases de confirmación y comunión. Sin embargo
los alumnos que reciben esta formación por vía pastoral para acceder a un
sacramento no tienen la misma motivación que aquellos que, con uniforme y
materias preestablecidas, les imponen la enseñanza religiosa. Y digo la palabra
imponer por lo que a continuación diré.
Hay un hondo abismo entre lo que enseña el
catecismo de la iglesia católica, en temas morales (sexualidad, matrimonio,
homosexualidad, gracia, pecado, sacralidad, perdón, conversión, etc) y lo que a
través de la secularización y la familia ya estos estudiantes traen como chips
formativo. Mi breve experiencia en aula académica me hace percibir dos tipos de
enseñanza:
Un
educador de religión que no se mete en
muchos líos y se enfoca en su guía, en los dibujos y en la alegría del
evangelio así, reduciendo la sensibilización y la reflexión al mínimo, logra una clase
dinámica, amena y entretenida aunque poco efectiva. Por otra parte estaría el
educador de religión que profundiza en el mensaje de salvación constrastando,
duramente, con lo que se vive masivamente en el colectivo social. Este último
tipo de educador (a mi criterio personal el que más hace falta en los tiempos
que vivimos) debe saber que si toma esta línea educativa su aula se convertirá
en un campo de batalla donde la agredida será la fe católica y a usted le
tocará defenderla ante un público moderadamente hostil, impenitente y con una
muy malisiosa formación doctrinal, aunque ya vengan de procesos de preparación
sacramental.
Recuerdo una breve experiencia con un grupo de
mis estudiantes donde hablando de moral
sexual cristiana y el llamado de la Iglesia a la abstinencia y la castidad
hasta el matrimonio, una alumna me decía: “entonces todo el mundo vive en
pecado” porque ella ya daba como una verdad (sofisma) que la sexualidad era
practicada por jóvenes desde el noviazgo, sin estar casados.
No puedo negar que vivir estas experiencias me
afecta, y me afecta no porque yo sea un modelo de vida católico, sino porque
veo en mi fe la verdad donde deseo llegar y en ese camino me consigo a muchos
que no solo dejaron de luchar por su conversión sino que son peajes para que
otros no avancen.
Es impresionante como niños de 10,11 y 12 años
pueden llegar a cuestionar temas dogmáticos como la virginidad de María, la
castidad, la anticoncepción, el matrimonio, la posición de la Iglesia sobre las
prácticas homosexuales; o se ven inmersos en mezclas de credos sincréticas
(santería, superstición, adivinación) y lo ven como algo natural.
Solo puedo pensar dos cosas: O hacemos lío como
lo sugiere el Santo Padre Francisco o la enseñanza de la fe se nos hará un lío.
Uno es atacado, cuestionado y hasta ridiculizado cuando se enseña con el
catecismo en la mano porque a su vez muchos se sienten interpelados en sus
vidas y la respuesta no es de dolor sino de defensa y justificación.
Fray Nelson Medina en una reflexión sobre la
carta de Pablo a los Romanos (capítulo 9) expresa que la fe nos ofrece en
Cristo salvación y esa salvación la entiende quien se sabe pecador, necesitado.
Siendo esto así percibo que hay muchas familias y por ende sus frutos (los
hijos) que no se sienten necesitados de Dios. Lo conocen pero no le necesitan, es un punto interesante de la formación cultural de la vida de todo ser humano
pero no la fuente vital de vida, es historia y no presente.
Ante esto ¿qué se puede hacer?. Mi esposa usa mucho
la expresión: “sembrar” y sembrar la semilla correcta. No basarnos en nosotros
o nuestras impresiones sino en la fuente de esta verdad que es: el catecismo,
la biblia, el magisterio y los buenos testimonios de vida (la santidad). Así
recordaré estas palabras del Señor Jesús: “El sembrador salió a sembrar su
semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y
las aves del cielo la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se
secó, porque no tenía humedad. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que
nacieron juntamente con ella, la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra, y
nació y llevó fruto a ciento por uno” (Lucas 8, 5 – 8). Dios los bendiga, nos
vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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