Quisiera aclarar, antes que la
tensa emoción política de mi país (Venezuela) me interprete mal, que lo que
expresaré acá no es un llamado a la no participación electoral, la cual considero
es el mínimo esfuerzo que todo ciudadano debería ejercer en aras de su país.
No obstante me preocupa cuando
duramente se señala o insulta a quienes en determinadas elecciones
sencillamente tienen el derecho a no identificarse con ninguna opción política,
sobre todo cuando estas se alejan en demasía de los patrones morales y
espirituales que, para algunos, resulta de suma importancia para darle el voto
(expresión de confianza) a otro ciudadano a fin de ejercer un cargo público.
Venezuela actualmente vive este
drama. Una de las riquezas de la democracia es que las personas no se definan
entre opciones pactadas o duales, sino que haya una amplia gama de opciones
electorales en donde sus aspirantes digan claramente cuáles son sus
fundamentos, proyectos e ideas en torno a sus posibles gestiones públicas, de
ser electos. Que los votantes podamos ver, con atención, debates públicos. El
tema de la elección política considero es uno de las crisis más grande de las
que padece el mundo por la pobre representación que muchos sectores de una
sociedad sufren y que por ende no solo carecen de representación sino que terminan siendo
atacadas, como pasa con los valores cristianos en torno a temas como el aborto,
la eutanasia, uniones homosexuales, educación religiosa en las aulas, etc.
Siguiendo esta línea de ejemplo,
¿cuál sería el voto responsable de un elector católico ante candidato poco
definidos o poco representativos? Es aquí donde el voto nulo cobra fuerza y es
un voto que también hay que saber leer políticamente porque muchas veces se
atribuye al error del elector y no como una decisión consciente y libre de
decirle al sistema: “ningún candidato me
representa”.
La política tiene mucho que
madurar, sobre todo en los temas de honestidad. Las uniones de partidos
diversos con el fin de vencer a partidos oficiales puede entenderse como lógico
pero políticamente no es natural y tiene sus pases de facturas. El hambre de
poder prevalece sobre cualquier buena voluntad de hacer las cosas bien, por el
camino del medio. En la política la única alianza válida es la que une a sus
políticos por conservar su nación, hacerla fértil, próspera y segura. Y eso
todavía muchos lo percibimos como ese pueblo de Israel en el desierto, buscando la
tierra prometida que de momento parecía no llegarían nunca.
Sin embargo existe una mejor
opción ante el voto nulo que es la participación política. Si el partido
político que buscas no está ¿por qué no crear uno en asociación con personas
que compartan tus valores y principios?, ¿por qué no podrían los católicos
(laicos) tener una línea política clara, fiel a la doctrina, NO FUNDAMENTALISTA, que busque el ejercicio del poder
para agradar a Dios primero y amar al pueblo como hermanos que somos? Esta
opción siempre será un reto interesante y creo es el gran desafío político
para los cristianos del siglo XXI. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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