En la serie: “la pequeña casa de la pradera” ó también
llamada: “La Familia Ingalls” una particularidad de aquel
pequeño pueblo de los Estados Unidos era que la escuelita, también usada los
domingos como iglesia cristiana protestante, en la hora del recreo
los niños salían de aquella casita y jugaban afuera, en la grama o bajo la
sombra de algún árbol. Esta separación Casa – Patio es la que quisiera tomar
por referencia para la idea de mi artículo de hoy.
Venezuela, mi país, es una nación
que se le reconoce mayoritariamente cristiana, pero ese cristianismo no
necesariamente está conglomerado dentro de la casita que recibió las llaves del
Reino, aquella que Jesús cimentó sobre la figura de Simón Pedro, la casita
llamada: “Iglesia Católica”.
Esta realidad no solo es de mi
país, es la realidad de muchos países del mundo, donde los cristianos, que sí
reconocen a Jesús como Dios y salvador lo veneran desde el patio de sus
recreos, a la suerte de la imaginación del líder que interpreta lo que es
correcto y lo que no, mientras la autoridad que está dentro de la casa, la que
recibió el Espíritu Santo para interpretar, educar y guiarnos, sigue a la espera
que este recreo (cisma) termine y todos regresen a sus sillas para mejorar nuestra formación y
continuar la historia salvífica de cada alma.
En el patio somos nosotros los protagonistas, siendo esto uno de los problemas
principales. Son nuestros estímulos,
percepciones, placeres y deseos los que condicionan nuestra forma de amar y
seguir a Jesús. En la casita no, en la casita es Jesús el que guía, por la vía
sacramental y privilegiada que otorga la santa y poderosa compañía del Padre y
del Espíritu Santo.
En el patio aunque pareciera que
no hay tantas reglas y donde lo importante es que todos quepan y participen, pero bajo ese esquema no tarda en llegar el aburrimiento y la sequedad, porque no hay nutrición del ser. ¿Y
por qué afirmo esto?, pues porque la no invitación a la conversión, a la
reflexión, al compromiso, al amar hasta que nos duela (como decía la beata Madre Teresa de
Calcuta), adoración eucarística, confesión sacramental; al final nos seca, porque podemos estar más llenos de nosotros mismos, de lo que nosotros creemos y sentimos, que de Dios y hasta podría
decir sentimos algo de admiración por lo que llegamos a ser. En la casa no
somos nosotros los importantes, es Dios. La casa invita a descentralizarnos, a
conocer y a sacrificar. La casa tuvo y tiene extraordinarios formadores,
mantiene una línea histórica con la tradición apostólica.
En la casa hay una ventana donde
el padre se asoma todos los días a la espera de sus hijos que se han ido y que
es labor de quienes estamos dentro de ella salir a buscar a los que faltan, invitarlos
a conocer o volver donde nunca falta la leche y la miel, donde hay maná de vida
eterna.
¡Sonemos las campanas porque el
recreo terminó!, es hora de entrar a la casa y seguir conociendo más del amor
de Dios. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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