viernes, 2 de octubre de 2015

CRISTIANOS EN EL PATIO






En la serie: “la pequeña casa de la pradera” ó también llamada: “La Familia Ingalls” una particularidad de aquel pequeño pueblo de los Estados Unidos era que la escuelita, también usada los domingos como iglesia cristiana protestante, en la hora del recreo los niños salían de aquella casita y jugaban afuera, en la grama o bajo la sombra de algún árbol. Esta separación Casa – Patio es la que quisiera tomar por referencia para la idea de mi artículo de hoy.

Venezuela, mi país, es una nación que se le reconoce mayoritariamente cristiana, pero ese cristianismo no necesariamente está conglomerado dentro de la casita que recibió las llaves del Reino, aquella que Jesús cimentó sobre la figura de Simón Pedro, la casita llamada: “Iglesia Católica”.

Esta realidad no solo es de mi país, es la realidad de muchos países del mundo, donde los cristianos, que sí reconocen a Jesús como Dios y salvador lo veneran desde el patio de sus recreos, a la suerte de la imaginación del líder que interpreta lo que es correcto y lo que no, mientras la autoridad que está dentro de la casa, la que recibió el Espíritu Santo para interpretar, educar y guiarnos, sigue a la espera que este recreo (cisma) termine y todos regresen a sus sillas para mejorar nuestra formación y continuar la historia salvífica de cada alma.

En el patio somos nosotros los protagonistas, siendo esto uno de los problemas principales. Son nuestros estímulos, percepciones, placeres y deseos los que condicionan nuestra forma de amar y seguir a Jesús. En la casita no, en la casita es Jesús el que guía, por la vía sacramental y privilegiada que otorga la santa y poderosa compañía del Padre y del Espíritu Santo.

En el patio aunque pareciera que no hay tantas reglas y donde lo importante es que todos quepan y participen, pero bajo ese esquema no tarda en llegar el aburrimiento y la sequedad, porque no hay nutrición del ser. ¿Y por qué afirmo esto?, pues porque la no invitación a la conversión, a la reflexión, al compromiso, al amar hasta que nos duela  (como decía la beata Madre Teresa de Calcuta), adoración eucarística, confesión sacramental; al final nos seca, porque podemos estar más llenos de nosotros mismos, de lo que nosotros creemos y sentimos, que de Dios y hasta podría decir sentimos algo de admiración por lo que llegamos a ser. En la casa no somos nosotros los importantes, es Dios. La casa invita a descentralizarnos, a conocer y a sacrificar. La casa tuvo y tiene extraordinarios formadores, mantiene una línea histórica con la tradición apostólica.

En la casa hay una ventana donde el padre se asoma todos los días a la espera de sus hijos que se han ido y que es labor de quienes estamos dentro de ella salir a buscar a los que faltan, invitarlos a conocer o volver donde nunca falta la leche y la miel, donde hay maná de vida eterna.

¡Sonemos las campanas porque el recreo terminó!, es hora de entrar a la casa y seguir conociendo más del amor de Dios. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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