Todas las personas que entregan sus vidas a
la enseñanza de una doctrina sin duda saben que en el mundo queda mucho terreno
virgen por explorar y que esta fuente de enseñanza prácticamente es inagotable.
En el caso puntual de la enseñanza de fe cristiana (católica), es inmensa el hambre que muchos tienen por
saber, por conocer. Ante esta hambre alguno buscan las llamadas balas frías
(comida rápida) que sacien su inmediata desnutrición, pero esto a la larga
sabemos no alimenta.
No obstante, hoy más que nunca pareciera que
las misiones se quedaron sin misioneros o los misioneros sin misiones. La
grotesca apatía por la enseñanza de la sana doctrina se ha visto abrumada por
su peor enemiga, la apostasía. La desmotivación de atrevernos a más es una sub
valoración del esfuerzo que Dios aprovecha, sin desperdicio, para que las
personas experimenten su amor en todas las formas posibles. La falta de
imaginación, creatividad y la exagerada monotonía pastoral nos hacen nuestros propios
saboteadores del trabajo misionero.
Misionar es un abandono total pero nunca un
naufragio. Porque quien dirige esa aventura sabe muy bien a donde nos lleva y
lo que espera de ese viaje. Misionar es
una renuncia salvaje y total a los paradigmas modernos de seguridad y confort.
Pero es una nutrida inyección de vida para el alma, como el experimentado por
el protagonista de la película Up.
Hoy más que nunca necesitamos asignar
misiones a nuestros misioneros. Los que trabajan por el bien y que parecieran están
opacados por una nube de desinterés y mala estimación de éxito.
Por eso digámosle al señor: “Señor, permíteme
misionar para ti, para tu viña. Hazme un instrumento útil del bien. Limpia mi
vida de lo que me aleja de ti, transforma mi existencia y has que yo sea el
protagonista de mi propia salvación. Amén.”
Lic. Luis Tarrazzi
03-02-2014
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