miércoles, 19 de febrero de 2014

CUANDO MI ENEMIGO ES MÁS PODEROSO


Todos tenemos un enemigo en común. Por más cristianos, judíos, musulmanes, pacifistas, ambientalistas, entre tantas formas como nos podamos definir, todos compartimos un mismo enemigo. Negarlo es la principal falta de juicio y razón hacia la verdad y pretender encuentros con ese enemigo es perder el tiempo. El nombre de ese enemigo abstracto es el MAL. El mal no es empírico pero necesita hacerse tal a través de muchas aspectos de la vida, entre ellos, la humanidad.

El mal no es etéreo, no es una metáfora filosófica que atrae hacia sí todo lo que consideramos o percibimos contrario a nuestra voluntad. No; el mal es fruto de una decisión y esa decisión tiene su origen y tendrá su fin. El mal, aunque hoy hablar de esto pareciera absurdo en pleno siglo XXI, nace del libre albedrío y sus primeros poseedores fueron los ángeles caídos, quienes tras una decisión contraria a la voluntad del Dios eterno, que todos compartimos aunque definimos o percibimos de múltiples maneras, se desfiguró su esencia, convirtiéndolos en lo que hoy conocemos como: demonios.


La filosofía del mal, que no es lo mismo a decir el mal como filosofía, es muy rara y cambiante. Es como esos tumores con metástasis que nos invaden lo más débil, lo más vulnerable. Y es precisamente ahí donde tenemos que aprender a diferenciar a los portadores del mal del mal en sí.

Cuando vemos gobernantes, líderes mundiales o hasta cabezas de familia, ejerciendo el mal sin medida lo que vemos es a un ser que ha decidido permitir la entrada en sí de este cáncer incurable e invencible. Eliminar al portador no elimina al mal, solo lo demora, lo desvía, lo inactiva de momento.

Hoy viendo tanto mal en mi país, tanta división y odio, tantos crímenes absurdos, sin razón, tantos muertos en nuestras aceras en donde uno podría desear que al final apareciera la palabra GAME OVER y todos estos personajes asesinados, como juegos de video, se levantaran y no pasaran de un mal episodio, de un mal juego, me hacen recordar las palabras de San Pablo donde advierte que nuestra batalla no es contra seres de carne y hueso sino contra ángeles caídos en sus diferentes jerarquías, trato de reenfocar mi natural desprecio por los rostros que utiliza el mal y dirigirlo al mal en sí, un mal que sé jamás tendremos las fuerzas de derrotar SIN EL AUXILIO DE DIOS.

¿Dónde está Dios en nuestras luchas?, ¿dónde hemos dejado a nuestro principal guerrero del bien? ¿Lo estamos incorporando en nuestras batallas? Como leí recientemente a Martín Valverde decir, <Dios no tumba gobiernos sino que convierte corazones y Venezuela está en plena cirugía de corazón abierto>.

Derrotamos al mal obstruyéndole la entrada a nuestros pensamientos y acciones. Esto lo supieron manejar muy bien la Virgen María, Ghandi, Mandela (quien aunque al principio apoyó la lucha armada luego comprendió que la vía era otra) e inclusive Martin Luther King Jr.

No es fácil, pero quizás la mayor lucha que estamos enfrentando los venezolanos, y me sumo a ella, es contra nosotros mismos. Venciendo nuestros propios demonios que nos asedian y nos quieren igualar a lo que hoy más despreciamos.

Oremos: "Padre eterno, como decimos en el Padre Nuestro, líbranos del mal, del maligno. Haznos fuertes ante la tentación del odio, de la venganza, del desprecio por el otro. Siembra en todos tus hijos un corazón de amor, de paz, de verdadera paz. No como la paz que nos ofrece el mundo sino como la que tú nos das. Renueva en especial a cada venezolano y extranjero que vive en esta tierra bendita que tú nos has regalado. Expulsa, con la ayuda de María Santísima y San Miguel Arcángel, los demonios que hoy guían las acciones de muerte, odio y anarquía en Venezuela. Amén". Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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