Es contundente cuando noto, más allá de los
argumentos sociales y legales que puedan abordarse sobre este particular, cómo,
para este debate, se ha sacado a un ser que a mi criterio es la mayor traba
moral que tienen quienes apoyan esta corriente, se ha sacado a Dios del debate,
porque sus enseñanzas bíblicas sobre este particular son muy, muy claras y
contundentes. Y en casos más osados, se construye un perfil de Dios sobre este
tema falso.
El discurso de intolerancia, homofobia,
exclusión, nos llueve a los cristianos como una suerte de demonios que nos
creemos dueños de la verdad. Inclusive me llegaron a llamar anticristo por no
representar, entiendo, dignamente el mensaje de amor de Jesús. Pero es que es muy
distinto el homosexual que la homosexualidad y sus derivados. Al hablarse del
homosexual, persona que asume que su preferencia sexual es por personas del
mismo sexo, se habla de un hijo de Dios. Es el ser humano, como yo, que
respira, que se alimenta, que convive con un entorno social activo. Este ser
humano merece todos los derechos civiles y espirituales que su decisión le permitan vivir. De eso a la
homosexualidad como tal hay un segundo paso. La homosexualidad es cuando la
persona asume su autopersepción de género (decidida o adquirida) y la vive abiertamente.
Decide tener pareja y aspira constituir un hogar con esta otra persona. Es aquí
donde hay una marcada diferencia entre la fe y lo que se aspira legalmente
aprobar con la que yo he llamado “la ley
orgánica macarena”.
No todo lo que pensamos correcto, justo, lo
es. Por naturaleza funcional y por enseñanza divina, nuestra vida debe estar
guiada por un rumbo moral existencial porque si no nos reducimos a una mera
respuesta a estímulos. Así cuando me provoque asesinar, asesinaré. Cuando me
provoque robar, robaré. Cuando sienta intensa lujuria por alguien haré todo lo
posible por complacer aquel deseo carnal sin control alguno, derivando
posiblemente hasta en una violación, cuando descubra en mí dones de liderazgo
puedo pensar que soy merecedor del dominio de otros y lo haré. Decidir o asumir
la homosexualidad como una realidad que te inunda la mente no es pecado. Es una
realidad respetable. Tampoco lo considero una enfermedad o algo que
violentamente deba ser corregido. Pero esa realidad no puede ir acompañada de
reforzamientos o maquillajes sociales como que serlo permite aspirar a ser:
“familia homosexual”, “padres homosexuales” o “matrimonio homosexual”, este
último siendo, para los cristianos, un sacramento y como tal necesitaría la
aprobación, ya negada, de Dios.
¿Dios no ama a los homosexuales?, afirmar
esto es diabólico. Los ama tanto o más que a los que nos definimos
heterosexuales. Los ama porque Dios ama sin condición. Pero el acto sexual
homosexual, como con la fornicación heterosexual, no puede ser visto como una
aceptación divina, como un entendimiento del Creador ante un ser que siente y
responde a lo que siente.
La Iglesia no odia, no persigue, no condena a
los homosexuales. La iglesia rechaza, condena y busca corregir con caridad el
pecado. Y quien enseñe o haga lo contrario en nombre de la fe nunca hablará ni
actuará en el nombre de Dios.
Oremos:
“Bendice a nuestros hermanos homosexuales. Guíalos a descubrir la luz de tu
verdad y que esta luz los libere de todo lo que los aleja de ti. Inculca caridad
para quienes les agreden y no son reflejo de tu amor. Fortalece nuestra Iglesia,
tú Iglesia, para que tu mensaje de amor y salvación llegue a todos por igual.
Amen” Dios nos bendiga, nos
vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
Amen....
ResponderEliminar