jueves, 6 de febrero de 2014

LA LEY ORGÁNICA MACARENA





“Dale a tu cuerpo alegría Macarena, que tu cuerpo es pa´ darle alegría y cosa buena…”, así reza uno de los temas más exitosos y bailados en fiestas. Y con esta canción, con el respeto de sus autores, me he motivado a escribir sobre algo que me preocupa y que recientemente me llevó a un debate (si se puede definir así) muy fuerte por twitter sobre el tema de los derechos que tienen los homosexuales para aspirar al matrimonio civil, legal.

Es contundente cuando noto, más allá de los argumentos sociales y legales que puedan abordarse sobre este particular, cómo, para este debate, se ha sacado a un ser que a mi criterio es la mayor traba moral que tienen quienes apoyan esta corriente, se ha sacado a Dios del debate, porque sus enseñanzas bíblicas sobre este particular son muy, muy claras y contundentes. Y en casos más osados, se construye un perfil de Dios sobre este tema falso.

El discurso de intolerancia, homofobia, exclusión, nos llueve a los cristianos como una suerte de demonios que nos creemos dueños de la verdad. Inclusive me llegaron a llamar anticristo por no representar, entiendo, dignamente el mensaje de amor de Jesús. Pero es que es muy distinto el homosexual que la homosexualidad y sus derivados. Al hablarse del homosexual, persona que asume que su preferencia sexual es por personas del mismo sexo, se habla de un hijo de Dios. Es el ser humano, como yo, que respira, que se alimenta, que convive con un entorno social activo. Este ser humano merece todos los derechos civiles y espirituales que su decisión le permitan vivir. De eso a la homosexualidad como tal hay un segundo paso. La homosexualidad es cuando la persona asume su autopersepción de género (decidida o adquirida) y la vive abiertamente. Decide tener pareja y aspira constituir un hogar con esta otra persona. Es aquí donde hay una marcada diferencia entre la fe y lo que se aspira legalmente aprobar con la que yo he llamado  “la ley orgánica macarena”.

No todo lo que pensamos correcto, justo, lo es. Por naturaleza funcional y por enseñanza divina, nuestra vida debe estar guiada por un rumbo moral existencial porque si no nos reducimos a una mera respuesta a estímulos. Así cuando me provoque asesinar, asesinaré. Cuando me provoque robar, robaré. Cuando sienta intensa lujuria por alguien haré todo lo posible por complacer aquel deseo carnal sin control alguno, derivando posiblemente hasta en una violación, cuando descubra en mí dones de liderazgo puedo pensar que soy merecedor del dominio de otros y lo haré. Decidir o asumir la homosexualidad como una realidad que te inunda la mente no es pecado. Es una realidad respetable. Tampoco lo considero una enfermedad o algo que violentamente deba ser corregido. Pero esa realidad no puede ir acompañada de reforzamientos o maquillajes sociales como que serlo permite aspirar a ser: “familia homosexual”, “padres homosexuales” o “matrimonio homosexual”, este último siendo, para los cristianos, un sacramento y como tal necesitaría la aprobación, ya negada, de Dios.

¿Dios no ama a los homosexuales?, afirmar esto es diabólico. Los ama tanto o más que a los que nos definimos heterosexuales. Los ama porque Dios ama sin condición. Pero el acto sexual homosexual, como con la fornicación heterosexual, no puede ser visto como una aceptación divina, como un entendimiento del Creador ante un ser que siente y responde a lo que siente.

La Iglesia no odia, no persigue, no condena a los homosexuales. La iglesia rechaza, condena y busca corregir con caridad el pecado. Y quien enseñe o haga lo contrario en nombre de la fe nunca hablará ni actuará en el nombre de Dios.

Oremos: “Bendice a nuestros hermanos homosexuales. Guíalos a descubrir la luz de tu verdad y que esta luz los libere de todo lo que los aleja de ti. Inculca caridad para quienes les agreden y no son reflejo de tu amor. Fortalece nuestra Iglesia, tú Iglesia, para que tu mensaje de amor y salvación llegue a todos por igual. Amen” Dios nos bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi

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