Hoy, 16 de febrero de 2014, al
despertar y revisar el twitter, me consigo con la funesta noticia, deplorable y
condenable, del asesinato de dos religiosos (Sacerdote y Hermano) salesianos en
la ciudad de Valencia, ambos de la tercera edad. Buscar las causas o los por
qué de este acto siniestro es redundar en lo mismo que ya por años vivimos en
Venezuela y en buena parte del resto del mundo, y es que hay personas, hijos de
Dios, que se creen los dueños de la muerte.
En las lecturas que sugiere el
magisterio de la Iglesia para el día de hoy, domingo, lecturas que probablemente
hubiera meditado este sacerdote, asesinado, en su homilías dominical, destaca
la del libro del Eclesiástico (15, 16,21) en donde, en una parte, reza así: “Delante
del hombre están la muerte y la vida; le será dado lo que él escoja”. Y es que
precisamente los que andan por la vida creyendo que tienen en sus manos el
poder de la muerte, administrándosela a quienes les plazca con total impunidad,
no son más que esclavos de ella. No son ellos quienes dominan a la muerte sino
la muerte las que les domina a ellos.
Solo un hombre venció a la
muerte, Cristo Jesús. Como nos lo señala San Pablo en su primera carta a los
Corintios, al decir: “¡Qué victoria tan grande! La muerte ha sido derrotada.
¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte tu aguijón?” (15,
54-55). Muchos pueden pensar que toda persona asesinada ha sido vencida por la
muerte, fruto de un mal solo explicado por el pecado y la acción del demonio.
Pero no, la muerte no triunfa sobre el que se va, triunfa sobre el que lleva en
sí el peso de su crimen. La muerte, gracias a Cristo, da paso a la vida, a la
vida eterna. Ella no refleja acción ni sufrimiento para el abatido, pero sí
genera una culpa, solo lavable por el sacramento del perdón, que oprime al alma
del asesino a una oscuridad eterna, alejada de Dios.
Dios jamás estará en la muerte.
Jamás estará en el pecado. Como dice la misma lectura del Eclesiástico que ya
cité, más adelante: “A nadie (Dios) le ha mandado ser impío y a nadie le ha
dado permiso de pecar”.
Tristeza da ver como todavía
vemos a Caín asesinando a Abel. Vemos a personas con nada en la cabeza más que
odio e inmediatez, sin ningún tipo de compromiso ético y moral, que se piensan
poderosos por el simple hecho de asesinar. Pero recordemos las justas y
oportunas palabras de Jesús: “El que a espada mata, a espada morirá” (Mateo,
26, 52). Hoy podemos decir igual, el que a bala mata, por la bala morirá.
Busquen el perdón los que llevan en la frente de su alma el título de asesinos,
depongan sus armas y ese camino de violencia criminal, que mientras vivan
encontrarán la gracia y el perdón de Dios. después será eternamente tarde.
Oremos: Señor Jesús, asiste a mi amada Venezuela. Hoy víctima del odio
de quienes asesinan, de quienes se creen dueños de la muerte. Ayúdales a
encontrar tu perdón sacramental, a deponer sus armas e insta a todo el que
propicia la violencia a que, por el camino de la conversión y el perdón,
alcance tu amor y salvación. Amén. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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