La sonrisa característica que siempre le atribuimos a Dios es
esa sonrisa de satisfacción, de alegría tras ver un gesto de amor de uno de sus
hijos. Es la alegría del que ve con orgullo una buena obra de un hijo, esas
alegrías que hasta arrojan lágrimas. Pero la risa que trato de enfocar acá es
diferente. Es esa risa por la que muchos hasta pagan por tener y de la que
otros, con grandes habilidades, explotan para vivir generándolas: los
humoristas.
El humor es como las relaciones sexuales. Forman parte de
nuestra naturalidad humana (sin ser una necesidad primaria) pero fuera de norma
y contexto puede ser fuente de perdición y dolor. El humor característico de
muchísimos humoristas se enfoca no pocas veces en la burla, en condiciones, en
groserías. Y a lo largo de mi vida debo decir he conocido poquísimos humoristas
que desarrollen un humor tan inteligente que te pueden hacer reír y a la vez
educarte sin la necesidad de recurrir a malas palabras o burlas. Es por eso que sería un desafío interesante para cualquier humorista
o persona con habilidad para hacer reír a otros que teniendo por público a Dios
se plantee el hacerlo reír. Y es curioso porque la risa de Dios debe ser muy
parecida a la sonrisa de un niño. Esa risa pura, de gestos, de gran inocencia, que no se
contamina con el doble sentido y que expresa un afecto sincero. Lo que a veces
nos parece tan tonto para reír puede ser solo el reflejo de cual
alejada está la pureza de nuestras emociones. Quizás por eso la frase célebre para
este tema es: “Tienes que ser un niño
para ir al cielo” (Mateo 18,3); ó, para reír como Dios hay que reír como un
niño. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Les dejo un ejemplo de la risa de Dios expresa en los labios de un gigante en santidad como lo es San Juan Pablo II
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
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