Es injusto comparar el pasado con el presente. En primer
lugar porque cada tiempo tuvo sus propios desafíos y, segundo, porque el
vertiginoso ritmo que llevan los dos últimos siglos de avances y cambios
tecnológicos fomentan situaciones más complejas, de gran alcance y de rápido
cambio que probablemente antes no se planteaban con tal magnitud.
Sin embargo, lo que sí debemos preguntarnos es si los métodos
y dinámicas educativas actuales, como las que desarrolla el sistema educativo
venezolano, están al alcance de detener los antivalores, moldear conductas,
alimentar el intelecto y desarrollar potencialmente a los estudiantes. Quizás
aquí veremos algunos signos de que no, en mi opinión muy personal.
Primero: Las clases presenciales de hoy, donde
el alumno ocupa un espacio físico, propio, que le da la oportunidad de recibir
una enseñanza de la mano de un especialista formado en un área, no son voluntarias. La experiencia en
la parte educativa, y en esto me podrán confirmar o contradecir colegas en la
labor docente, me enseña que el alumno en aula, sumergido en sus “prohibidos
celulares”, distractores humorísticos, burlescos y con alta desmotivación en lo
que respecta a la atención, no se sienten para nada interesados en los
resultados aritméticos o literarios, filosóficos o científicos que emanen de
estas aulas. Son alumnos con altos niveles de irritabilidad, que no sienten
mucha admiración hacia el maestro y que solo, de forma transaccional, piden a
cambio de su tiempo una calificación que les permita seguir avanzando.
Segundo: La contrariedad a la norma. Temas como uniformes, vocabulario, tuteo a la
autoridad, hablan en amplio espectro que la disciplina se convierte cada vez en
una utopía para la enseñanza. Y como enseñan personas de nacionalidad asiática,
sin disciplina la inteligencia no se
desarrolla.
Tercero: El punto más álgido para mí de todo
este asunto: cuando la carrera docente con las instituciones educativas pierden
la esperanza en el resultado de su trabajo. Cuando educar se torna estéril.
Cuando se siente que se pierde el tiempo y lo único que justifica y motiva a un
docente es su relación salario – tiempo. Esto deteriora tanto la labor
educativa que nos puede llevar a ser cómplices del cambio sostenido que hoy
vive nuestra sociedad.
Cuarto: La familia. El joven que llega a un
colegio lo hace con unos hábitos educados o maleducados adquiridos,
primeramente, en sus familias, que si son disfuncionales, así sean constituidas
(papá y mamá) o con la sola presencia materna o paterna, generan un impacto
colectivo. Se nota como uno, dos o tres estudiantes pueden ser un factor
agudamente disruptivos para el resto, sumado a la ausencia de programas de
apoyo sancionatorio ministerial que separe estos focos que seguramente
requerirán otras atenciones, trayendo como consecuencia un deterioro marcado
del esfuerzo de educar.
Todo esto, a groso modo, es lo que me lleva a cuestionar el
sentido presencial de las aulas. Porque el que entra a un aula, como concepto
básico educativo, es porque desea aprender y a su vez esto implica el
reconocimiento propio de su ignorancia. Una ignorancia que se debería ir
reduciendo gracias a la atención que presto, a la información nueva que recibo o
que quizás ya tenía pero de manera tergiversada. Por eso digo con cierta
frecuencia que la fuente de la ignorancia
es la soberbia.
¿Qué alternativa tenemos? Aunque pareciera un sarcasmo, todo
pareciera indicar que llegarán los tiempos de la formación autodidacta a
distancia, lo cual agudizaría el ya complejo modo de relación social que
manejan nuestros jóvenes, pero entendiendo de que lo único que está motivando
la ida a las instituciones educativas es el tiempo, es decir, reducir el tiempo
que falte para recibir mi título de bachiller y comenzar a estudiar “lo que me
interesa”.
El conocimiento en sí ya no es lo atractivo, sino la vida
centrada en la moda, la música, el hedonismo y lo tecnológico. Quizás no
estemos enfrentando a la extinción de escritores, poetas, novelistas,
intelectuales de la lengua y el buen escribir, para pasar a una práctica y superflua
generación de grandes habilidades, destrezas y relativismo. Pero teniendo
siempre presente que los que gobernarán el mundo, las tendencias y las
conductas serán aquellos que atreviéndose a pensar descubrirán el poder del
saber sobre el poder del disfrutar. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi