La tentación de condicionar el
amor, los dones y los milagros de Dios a la gracia es muy alta, sobre todo
cuando estamos tan acostumbrados a que debemos ser buenos con quienes son
buenos con nosotros o por lo menos son agradecidos.
Pero ¿para qué es la gracia?, la
gracia, fruto de la fe en Jesús, es el principal requisito (casi el único) para
poder aspirar, al morir, entrar en el Reino de los Cielos, esto porque como
señala el libro del Apocalipsis “nada
impuro entrará en él”. Pero la gracia no es un condicionante para recibir
de Dios su amor, sus milagros o inclusive sus dones. Para esto la fe tiene un
rol principal, una fe que como primer escalón, conduce a la gracia y acompaña
cada transitar, con caídas y subidas, con aciertos y errores. Jesús muchos
milagros los condicionaba a la fe, no a la gracia y su amor se proyectó más que
nada en pecadores, paganos o inclusivo adversos a su mensaje.
¿Quiero con esto exhortar a las
personas a que no aspiren la gracia?, pues no, al contrario, una fe que no
motiva a buscar la gracia es una fe tan muerta e inútil como la fe sin obras de
la que hablaba el apóstol Santiago. Sobre todo porque aunque no tengamos la
capacidad de entender el significado de no
poder entrar al cielo y el sufrimiento que ese genera, de forma temporal en
el purgatorio o de forma definitiva en el infierno, no contar con la gracia
debería a todos preocuparnos. La gracia no es un asunto de pensar para después,
de dilatar, de dejarla para cuando estemos viejos, esa edad que se caracteriza
porque aunque quisiésemos pecar ya el cuerpo no responde con el mismo afán a
las tentaciones del mundo; no, al contrario, porque no sabemos “ni el día ni la hora” en que la muerte nos llegará.
Ahora, ¿por qué entonces motivarme
hablar sobre esto?, porque a veces uno siente que la fe la vivimos y la
exigimos en otros llenos de estereotipos morales, administrando lo que no nos
toca administrar: la voluntad de Dios.
Jesús habló mucho sobre cómo
obraba su generosidad y amor y cómo esta se expresaba por igual inclusive en los que respondían tarde al llamado, los que
no creían, los que tenían pecados graves o los que se levantaban con profundo
odio en contra de él. Dios al final todas sus decisiones las centra desde el
amor y el amor, como describe San Pablo:
… es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es
jactancioso, no se envanece;
no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda
rencor;
no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán
las lenguas, y la ciencia acabará.
Porque en parte conocemos, y en
parte profetizamos;
mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.
(1 Corintios 13)
Reclamar la gracia para recibir
el amor de Dios o inclusive para recibir dones y milagros sería actuar como el
hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, porque precisamente es desde el
amor que se activa la fe y desde la fe que se llega a la gracia; y ese camino
está lleno de tantas incomprensiones para nuestra pobre y limitada mente que
más que cuestionar la voluntad de Dios hay que disfrutarla, agradecerla y
vivirla.
El riesgo insustituible de vivir
sin la gracia, sin los sacramentos, sí va asociado en vida al estar más
expuestos a las tentaciones y ataques del demonio, más débiles espiritualmente contra
la maldad espiritual que existe. Eso es real y puede hacer mucho daño. Pero la
gracia, en esta vida, hay que luchar por tenerla y sostenerla, porque la
perdemos con cada pecado que cometemos. En el cielo la gracia no se va,
sostiene la inmortalidad del santo que vivirá ahí. Es el oxígeno de los
salvados, que por naturaleza acompañaría nuestra voluntad e inteligencia.
Como tal podemos concluir que
Dios da como, cuando y a quien desea, según su santa y perfecta voluntad y, de
nuestra parte, no deben existir prejuicios hacia quienes favorezca con sus dones
y entregue su amor. Pero, que estas
líneas no sirvan como excusa para no aspirar la gracia, porque como
creo traté de dejar muy claramente explicado, sin ella, las puertas del cielo
las encontraremos cerradas. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
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