Utilizando una comparación muy
común para referirnos a cosas sombrías o malas se suele hacer referencia a la
oscuridad. La oscuridad en cierta forma es la percepción que genera en nosotros
miedos, ansiedades, inseguridades. Así cabe la pregunta: ¿por qué hablar de un
lado oscuro del rostro de aquel que es “luz del mundo”
No sé si a ustedes les habrá tocado
alguna vez experimentar un estado de dolor, angustia o rabia a un nivel
altísimo, e inclusive no sé si han experimentado que han orado para que la
causa de esos males se vaya y estos no solo no se van sino que empeoran. Es
desde ahí que personas que han perdido seres queridos o que ven tanto mal en
sus vidas expresan frases como estas: “¿cómo
puedo yo creer en Dios si existe este mal en mi vida? Ó ¿cómo puedo yo creer en
Dios si permitió esta enfermedad en mi hijo, esposa, madre y además murieron aún cuando le pedí a ese Dios no
murieran?”; frases así, en mayor o menor grado son muy comunes y si
les soy franco no las critiquemos tan a la ligera hasta que no experimentemos
en nuestras vidas pruebas así, porque yo mismo me he visto tentado a
expresarlas.
Desde una óptica humana, desde el
yo hacia Dios, podríamos entender esto como un Dios que perturba el
entendimiento. Una persona que pudiendo evitar un mal no lo evita es
cuestionable. Por ejemplo: ¿Tiene más valor el libre albedrío que el mal?,
porque si el razonamiento para explicar el mal deriva en el libre albedrío,
entonces: ¿es acaso esto una suerte de juego celestial cuyas piezas somos
nosotros? Sin embargo, como todo lo relacionado con Dios, las cosas no hay que
verlas desde la obra sino desde su autor. Es cierto, la libertad considero es
el bien supremo de la humanidad, después de la vida. Con ella nos ganamos la
salvación por voluntad y no por autómatas, como una rica herencia de la fe en
Cristo. Pero más allá de la libertad hay una visión que nos es inalcanzable, inhóspita,
pero real. Y es que Dios ve más allá de nuestra inmediatez, de nuestros deseos.
Cuando Dios no responde con un sí
a nuestras súplicas, cuando no consuela nuestras dolores con un chasquido de
dedos o cuando no nos hace caer del cielo los bienes materiales que creemos
necesitar no es que Dios tenga un rostro oscuro, sádico y maligno; al
contrario, es porque sabe, mejor que
nadie, lo que realmente es bueno para nosotros y qué nos dará paz. Por
lo tanto el lado oscuro del rostro de
Dios es una mala percepción de nosotros, no una certeza de lo que realmente es.
No hay posibilidad de que en la luz habite un milímetro de oscuridad y Dios es
100% luz, una luz con sabiduría, con amor, que corrige, guía y siempre procurará nuestro bien.
La oración más fácil que podemos
hacerle a Dios, la más honesta y segura es la que dice: “que se haga tu voluntad”, así como se lo decimos en el Padre
Nuestro. Con esa oración le damos una carta blanca para el bien pero también
para purificar nuestros errores. Esos errores que nos hacen decirle a Dios qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo.
Con Dios hay que tener paciencia y créanme es
lo que más cuesta entender. Al final todo
lo que deriva de Dios nos gustará, inclusive aquello que en algún momento
nos llevó a enojarnos con él, porque ese rostro oscuro que percibíamos tenía, no
era más que el lente sucio de nuestros conceptos. Dios los bendiga, nos vemos
en la oración.
Luis Tarrazzi