martes, 8 de diciembre de 2015

¿QUÉ QUISISTE DECIR AHORA FRANCISCO?





Debemos anteponer la misericordia al juicio”, frase que forma parte del discurso u homilía que nos ha regalado el Papa Francisco para iniciar el año de la misericordia, y ¿qué mejor fecha para hacerlo que el día de la Inmaculada Concepción?

Francisco cuenta dentro de sus escuchas con dos tipos de pensamientos equivocados: los que sienten que no evangeliza con firmeza y los que sienten que los justifica en sus realidades de vida. Pues a esas dos corrientes de pensamientos les digo, con mucho respeto, que están equivocados.

Jesucristo en su ministerio si algo enseñó a la fe fue a bajar el dedo, a dejar de señalar, pero siempre invitando a la conversión. Por eso la palabra misericordia sin conversión es un veneno para el que desea entender la piedad de Dios y su amor. Así logramos entender esa frase del apóstol Santiago cuando dijo: “Habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó la misericordia, pero la misericordia triunfará sobre el juicio”. La Iglesia cuando es invitada por el Santo Padre a practicar la misericordia es una llamado firme a evangelizar la conversión de sus fieles, de todos aquellos que viviendo la condición de vida que sea, la condición moral que sea, reconozcan en Jesús una fuente de verdad y esa verdad tiene que confrontarnos, tiene que invitarnos a corregir. Ahí, ese amor de Dios que ofendemos con nuestras faltas, nos escucha, como lo expresa la parábola del hijo pródigo, nos perdona y nos recibe.

Es aquí donde siento se pretende, del lado de algunas ideologías de género relativista o contrarias al pensamiento católico (sobre todo del lado demagógico de muchos políticos) pervertir el mensaje de Jesús, porque muchos quieren que la Iglesia omita la conversión y el pecado que le antecede a la mera y simple expresión: “Acéptame y respétame como soy”. Es un gran salto de soberbia y poca humildad, distante al mejor ejemplo de humildad y obediencia que recordamos en una fecha como la de hoy, de la Inmaculada Concepción.

La misericordia no entra a la fuerza de la mano de las emociones, de las superficialidades del mundo y mucho menos de lo que la Iglesia tiene bien definido, por Palabra de Dios y por Tradición Apostólica, como el pecado. Así la Iglesia busca nuestro bien mayor, la salvación, por encima de acomodarnos en un mudo finito, cada vez más anti católico y abiertamente relativista.

Cuando Francisco pide anteponer la misericordia en la Iglesia al  juicio llama a que ese mensaje de salvación no sea una suerte de secreto de privilegiados, de aquellos que se sientan superiores a otros; sino que, al contrario, justamente se les abra la puerta a los alejados, a los obstinados en el error, a los que se sienten indignos y que  han convertido esos sentimientos en odio y rencor hacia este banco de salvación que es la fe católica. Pero eso no implica desacralizar lo sagrado. Manchar a Jesús en el pecado de la indiferencia. Abrir la comunión eucarística para todos sin un mínimo de examen de conciencia, de pudor y de respeto. Jesús recibía a todos, sanaba a todo el que le buscaba pero no olvidemos que la firma de muchos de sus milagros era: “Vete y no peques más, es decir, su misericordia entraba previo a una conversión, a un decir como aquel centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarle”. Hoy ese sanarle (que refería al siervo de aquel centurión) se lo decimos en primera persona porque somos nosotros los que necesitamos sanación interior.

Yo noto mucha soberbia anárquica en las ideologías de género nacientes, unas que pareciera no quieren de entrada confesar que desean sociedades laicas donde las religiones no digan, a los que pecamos, que la persistencia en una conducta nos puede costar la salvación. Es un engaño demoníaco que vende una misericordia pirata, falsa, que no involucra una necesidad de cambio sino que obliga a Dios a aceptar al pecador tal cual es.

Tengamos cuidado y celo de las verdades reveladas. Porque sí hay una fuerte maquinaria que quiere vender la idea de que la Iglesia está obligada a desechar las verdades de salvación por una suerte de esnobismo democrático, donde la opinión de las mayorías representan la voluntad de Dios; ese falso argumento de que “la voz del pueblo es la voz de Dios” ya que francamente me cuesta ver a Dios en esos pueblos que gritaban mayoritariamente: “crucifíquenlo, crucifíquenlo” o que daban vítores a Hitler, Stalin o a gobiernos autócratas. Un pueblo será la voz de Dios cuando primero escuche y cumpla su voluntad, nunca al revés. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.

Lic. Luis Tarrazzi


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