Como venezolano que me he tenido que tragar a golpes todo
este proceso de descomposición política desde la llegada del chavismo al poder
(1998) quienes siempre hemos sido opositores de este sistema de gobierno hemos
levantado nuestras banderas de apoyo a diversos candidatos presidenciales. Uno
de ellos, no el único, fue usted señor Capriles.
Sin cuestionar su amor al país y su vivencia de la injusta
justicia venezolano que le costó muchos días de prisión, me preocupan los
dirigentes que se puedan sentir con el derecho a gobernar por haber sido
víctimas olvidando que el principal alimento de una democracia son las
propuestas y no las vivencias personales (esto por cierto aplica para López,
Ceballos y todos los que han conocido el látigo castigador de este gobierno).
Todos los políticos que se han enfrentado a este régimen han
sacrificado mucho, quizás unos más que otros, pero todos han sacrificado algo.
Y otros sin aspiración de cargos han inclusive dado sus vidas como el ya
conocido Franklin Brito. No obstante nuestros problemas han superado ya a la
dirigencia, a los gobernantes. La cultura de corrupción, de oportunismo, de
odio, de delincuencia no se cura con un cambio de régimen nada más, pero
tampoco con campañas demagógicas que buscan hacer creer a los venezolanos que
con el simple paso de sacar al chavismo del poder todo comenzará a mejorar.
Los tiempos democráticos que usted ha defendido parecieran
ir poco a poco dándole la razón pero ¿a qué costo señor Capriles? Yo comparo
esto con lo que hoy ocurre en Siria y Nigeria (solo por citar dos naciones en
agudo conflicto), en donde mientras la diplomacia juega a la solución de las
palabras y el diálogo, diariamente familias son destruidas, mujeres violadas y
niños vendidos. La estrategia del tiempo pareciera jugar a un mal que se
consuma y no a un mal que es derrotado. Es verdad que las posturas de Diego
Arria (por quien fue mi voto en las primarias que usted ganó) y las de Leopoldo
López parecían desesperadas, pero ellos no apostaban a la violencia, apostaban
a derrotar a un sistema frontalmente antidemocrático con un pueblo movilizado. Eso
en su momento pareciera no haber dado frutos pero tampoco fue su apuesta por el
tiempo, fue el mismo chavismo el que se derrotó electoralmente, por la
insostenible situación socio económica de mi país.
La verdad es que el parlamento venezolano es un poder
importante pero débil, débil porque siguen siendo nuestras sociedades
latinoamericanas sumamente presidencialistas, dependientes de un poder
ejecutivo que es una suerte de monarquía electoral en regímenes como estos.
Al final lo imprudente del asunto es seguir haciendo campaña
y política por redes sociales, sembrando matrices de opinión que a cada triunfo
opositor (por cierto muy escasos) le agregan dosis de miedos, amenazas y
frustraciones.
El peor riesgo de la oposición es convertirse en la cara
opuesta del chavismo, es decir, una misma moneda con un mismo valor. Ser una
oposición formada y educada por el chavismo, una oposición que siendo gobierno
se siga oponiendo a todo y sigamos perdiendo años y décadas de crecimiento.
Necesitamos una salida del sistema, una salida integral de
la manera de hacer política y de la manera como venezolanos nos estamos viendo
en las calles. Una salida de las promesas que jamás se cumplirán y que muchos
políticos lo saben y aun así las hacen, una salida de tantos expertos que
opinan y que explican pero que poco transforman. Una salida a la arrogancia y
una entrada a la honestidad, un puesto de honor a Dios para que guíe y depure
un país que lo único que le va quedando como nación es su nombre.
No solo es por los presos que requieren ser liberados, es
por lo que estando libres seguimos sintiéndonos preso en nuestro propio país.
Dios lo bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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