Existe una extraña y peligrosa
ilusión de que con el nombramiento del Papa Francisco como cabeza de la Iglesia
Católica cambiarán percepciones y prohibiciones que actualmente tiene la
doctrina católica sobre ciertas conductas del hombre. Temas tan conflictivos
como la homosexualidad, el divorcio, el aborto, la eutanasia, el celibato, la
anticoncepción. Cada vez que el papa menciona algo sobre alguno de estos temas,
en particular la homosexualidad, el divorcio, como lo hace con un lenguaje
amoroso y cercano al que vive esta condición, se genera la ilusión de un pronto
cambio. Muchos afirman que el papa Francisco cambiará la Iglesia, la adaptará y
por fin dejarán esa visión retrógrada el mundo.
La Iglesia necesita
aceleradamente responder a los cambios del mundo actual. Pero responder no es
sinónimo de adaptar y mucho menos de incoherencia. Lo que la Iglesia ha
enseñado durante siglos no ha sido, aunque muchos crean lo contrario, el
capricho de 20 cardenales o 100 obispos; no, ha sido, es y siempre será una
expresión de la voluntad de Dios, el cual creemos es cabeza y motor de esta fe.
De no serlo seríamos una especia de Institución, ONG o Movimiento Carismático
sin conexión con el Altísimo.
Flexibilizarse con el pecador no
implica flexibilizarse con aquello que nos aleja de Dios, el pecado. El pecado
es la doctrina del enemigo de Dios. El pecado que ha condenado almas antes, hoy
no puede entenderse como un error conceptual. La justicia divina, contraria a
la de los hombres, es perfecta en misericordia y justicia. Siendo así, cuando
Jesús le dijo a su primer papa, Pedro, “A ti te doy las llaves del Reino de los
Cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en
la tierra quedará desatado en el cielo” sin duda, más que un gesto extremo de
confianza, fue una declaración absoluto del vínculo indisoluble que siempre
habría entre la Fe Cristiana Católica y la Eternidad de Dios. Que sus dogmas y
doctrinas siempre serían cónsonos con la voluntad del Altísimo.
Sí, la Iglesia cambiará sus
maneras de respuestas, seguramente habilitará nuevos caminos de salvación y de
evangelización, pero jamás, jamás dirá que lo que antes era pecado hoy no lo
será. Es cierto que han existido posturas desde el clero que han querido tener
aperturas sobre temas como la anticoncepción o la comunión de los divorciados
vueltos a casar, pero estos posturas, no dudo cargadas de buenas intenciones, se
han encontrado con un no, porque lo que se podría creer un beneficio para las
almas, al final lo que busca es una aceptación de la fe en masa, ante el temor
de perderse presencia en la moral en la vida de los hombres. Y la fe, es como
ese encuentro con Jesús y la gente luego de la multiplicación de los panes, narrado
en el capítulo 6 de San Juan, en donde él revela que es el pan vivo bajado del
cielo, que quien coma su carne y beba su sangre tendrá vida eterna. Ese
discurso, señala el evangelio, provocó un éxodo de seguidores decepcionados
ante aquellas declaraciones que parecían las palabras de un desequilibrado. Al
irse la gente y quedarse Jesús con sus discípulos, este les pregunta: “Y
ustedes también se irán”, respondiendo Pedro: “Señor, ¿a dónde iremos si tú
tienes palabras de vida eterna?”. Esto lo entiendo yo así: <aunque seamos
pocos, jamás sacrificaremos la verdad y la alegría de estar junto a ti para
complacer a las masas>. Que dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi