“Porque he aquí que yo
crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más
vendrá al pensamiento”. (Isaías 65,17).
Ante una promesa así, que redondeando supera los 2800 años de
espera, uno podría comenzar a dudar de que el mundo que “todos” deseamos ver,
de paz, unión, amor y justicia, llegará. Comenzando por el simple hecho de que
hay personas que no desean cambiar el mundo porque les va bien así, tal cual
como está. Otros, cargados de honda apatía, no esperan nada, viven como
muertos, posiblemente cargados de tantas heridas que ya aprendieron a vivir con
el dolor hasta el punto de no percibirlo. Otros usan la esperanza como
retórica demagógica, apostar siempre a la esperanza del cambio pero sin
trabajar por ese cambio es como decirle a una esposa “te amo” pero siempre
agredirla física y/o verbalmente. Con estas afirmaciones debo corregir mi frase
inicial: no todos esperan un mundo diferente.
El cambio no siempre debe venir desde lo externo hacia
dentro, sino que en las percepciones considero están las claves de la
felicidad. Y es aquí como podemos ver que ante un mismo hecho, como la pérdida
de un ser querido, en una misma familia podemos encontrar reacciones
diferentes. Unos de rabia y dolor, otros de resignación y otros (muy pocos) de
alegría por el encuentro de esa alma con su Creador. Ante una enfermedad también
encontramos respuestas variadas. Lo que sí pareciera un factor común entre las personas de
reacciones positivas, cuando son sinceras, es la fe. Para el cristiano un cielo nuevo y una tierra nueva
no se puede concebir sin que esté presente el mismo ser que lo promete: Dios.
En la figura de la Santísima Trinidad, Jesús avanza como un profeta que anuncia
cambios, pero cambios que empiezan y terminan con él, en los actores
y protagonistas de sus propias vidas.
Así uno puede ir concluyendo que la felicidad eterna, real,
está fuera de este mundo y que el mundo es la universidad donde se anhela esa
vida. Si el mundo fuera perfecto, a nuestro entero gusto y de aceptación
global: ¿nos preocuparía estar con un Dios que en apariencia no necesitamos?
Así la utopía de esperar un mundo mejor no se refiere de la
ventana de mis pupilas hacia fuera, es la transformación perceptiva de mis
realidades que en Cristo derivarán en otra realidad y que luego de la resurrección veremos materializa en la fundación de un nuevo y exitoso Génesis, sin
tentaciones, sin más pruebas y con la compañía de un Dios que ya no requerirá
de fe sino de amor para verlo. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
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