"Les aseguro que
los publicanos y las prostitutas llegarán antes que ustedes al reino de Dios”
(Mateo 21,31)
En el mundo de la oferta y la demanda uno de los riesgos
competitivos más altos, catalogados administrativamente como “competencia desleal”, es el dumping. Es
decir, cuando personas (naturales o jurídicas) comercializan un mismo producto o
servicio y alguno de la rama lo hace a precios muy por debajo del resto para
captar clientes e inclusive monopolizar la oferta.
Si esto ocurriera en el mundo de la prostitución sería el fin
del comercio, mas no del servicio. El dumping en la prostitución tiene un
efecto contrario, pareciera que el deseo del tentador es aumentar las
oferentes sin importar el capital en sí. El pecado no se enriquece con dinero,
se nutre del distanciamiento del corazón del hombre de Dios.
El pecado de Adan y Eva, narrado en el libro del Génesis, develó la naturaleza humana en su desnudez, y la respuesta inmediata fue
cubrirse, vestirse. Luego de ello, el pudor nos hizo siempre usar ropa, porque
más allá de nuestro cuerpo, era el elemento mental, nutrido por la percepción, el
que se buscaba resguardar.
Pero la tendencia en moda, erotismo y arte ha sido volver a
esa desnudez sugestiva, que estimule las fantasías humanas, en especial las
masculinas, llevando a niveles de ridiculez aquella enseñanza de nuestro
Salvador cuando señaló:
“Pero yo os digo que
todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en
su corazón”.
(Mateo 5,28)
Esta lucha no se puede hacer de lo general a lo específico
(deductivamente), sino que tiene que hacerse, gota a gota, alma a alma
(inductivamente). La ola de la moda solo se detiene con la barrera de personalidades
propias, auténticas, que conozcan quiénes son y valoren su dignidad. Una mujer
no es más deseable por mostrar más o por tener mayores y variadas
experiencias sexuales, una mujer construye su dignidad de cara al respeto de su
propio cuerpo, reservándolo para un proyecto familiar exclusivo y para toda la vida.
Los hombres no quedamos aislados de esta lucha. No somos
víctimas, somos agresores. El consumo exacerbado de pornografía, de contenidos
eróticos, la promiscuidad, denigra nuestra razón y nuestra diferenciación de
los animales. Recuerdo un estudiante me preguntaba en tono de burla si ver
pornografía lo llevaría al infierno y en ese instante le devolví su pregunta
con otra: “¿cómo te sentirías si un amigo
tuyo, consumidor de pornografía, te dice que ha visto una película pornográfica
<muy buena> y desea compartírtela. Al pasártela le das play y en la
primera escena vez a tu madre o hermana ahí, en la escena? Él me respondió
que se sentiría ofendido. Ahí, en su respuesta a mi pregunta encontró la
respuesta de la suya. Esa mirada es la que Dios ejercita en sus hijos,
amándolos a todos.
Por eso Jesús encontraba tanto amor en los publicanos y las
prostitutas, porque amándoles como eran no los dejaba en su condición de dolor
y denigración, les sacaba de ahí. Un cristiano por conversión suele dar más frutos que uno por tradición. Así, la exhortación es que no sean Instagram, Facebook, Twitter u
otras redes sociales una vitrina a tu intimidad corporal. Construye el interés
hacia ti centrado en tu ser, así serás valorado(a) en todas las edades de tu vida
y no solo cuando fuiste eróticamente útil. Dios te bendiga, nos vemos en la
oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
No hay comentarios:
Publicar un comentario