Son pocas las películas que en estos años de escribir le he dedicado líneas. Aunque me declaro un alto consumir de cine, raras veces utilizo este recurso para hablar de lo que veo. ¿Por qué?, porque entiendo claramente que cine es cine y la vida es la vida.
Pero hay temas o guiones que fuera de su fantasía dejan
huella en la mente de quienes los ven, y entiendo que con la película “Coco” pasó esto. Sus críticos la
alabaron porque invitaba a los niños a pensar en la muerte y también a los
adultos, y a ver la muerte de una manera diferente con la importancia de recordar a quienes ya nos han dejado
físicamente.
Previo a este estreno, en el año 2011 (si mis
investigaciones no son erradas) surgió un film llamado “El gran Milagro” en donde también se aborda el tema de la muerte y gracias a sus tres personajes: (Mónica una mujer viuda y madre de un niño de 9 años que hace todo lo posible
por mantener su hogar. Don Chema, un conductor de transporte público quién
recibe la noticia de una enfermedad que puede llevar a la muerte a su hijo y Doña Cata, una mujer mayor de edad que
siente que su misión en esta vida
ha terminado), se le da una visión cristiana, a mi entender, correcta.
Coco enfoca su sinopsis en los muertos y estos a su vez son
los principales protagonistas. Su felicidad, en esa eternidad, reúne en un
mismo plano a buenos y malos e inclusive su estatus eterno está ligado, casi en
exclusividad, al recuerdo positivo o negativo que se tenga de ellos. No hay un
ser superior, claro, visible, inteligible y de admirar, que guíe esos procesos
de justicia y equidad. Coco, recogiendo una real tradición mexicana del “día de
los muertos” que se suele dar en sintonía con la festividad católica del 2 de
noviembre, tiene como motivo de culto el difunto. En el Gran Milagro, y dentro
de un contexto eucarístico (el sacramento de nuestra fe), Jesús es el Salvador,
las almas están separadas entre las triunfantes (cielo), purgantes (purgatorio)
y los condenados (que aunque no aparecen en la película, si salen miembros de
este lugar que son los demonios). Es decir, en Coco, somos los vivos los que
determinamos la felicidad o inclusive el total olvido de quienes ya se han ido.
En Coco, los muertos pueden volver a morir, desapareciendo para
siempre, si nadie los recuerda. En el Gran Milagro, en la real creencia y
tradición cristiana, el alma es eterna, se acuerden o no de ella. Tanto así que
la tendencia natural del tiempo es que todos seamos olvidados, por lo menos en su
mayoría, y siendo así, solo la justicia y el amor de Dios nos sostiene en una
eternidad construida por nuestros propios méritos de fe y obras de
misericordia.
Sé que pareciera absurdo aclarar esto, pero no deja de
preocuparme como en muchas familias al cine se le ha delegado la formación en valores infantiles que si no son aclarados, la línea de la ficción a lo real
desaparece. Por eso en mis clases cuando les digo a los niños que los animales
no tienen alma se molestan, se angustian. Y no dudo esto sea por la agudización
de la tendencia a humanizar a los animales. La fábula se volvió real.
Vi Coco y me pareció
una película linda, que también destacando lo bueno, nos invita a no olvidar a nuestros
ancestros, aquellos que han formado parte de nuestra historia, familias. Esa
invitación a hacer historia dentro de nuestros propios hogares, conocer nuestras raíces y darle honor a ellas. Pero de ahí a darle
culto al muerto y no al Dios de la vida es donde el cuidado debe ser mayor. Así
Jesucristo, Señor de la vida, único Salvador y Redentor, en alusión a los
muertos y no por desprecio decía:
«Deja que los muertos
entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.».
(Lucas 9, 60)
E insisto, no lo hizo por desprecio, sino porque la administración
de esta eternidad escapa de nuestros buenos recuerdos y deseos. Escapa de la
fama de pocos y el olvido de muchos. La administración del amor de Dios es
igualitaria para todos y ante su mirada todos seremos eternamente recordados. Y
los que siendo malos persistieron en su error y se apartaron voluntariamente de
su amor pues serán llevados al lugar donde el único olvido tormentoso es el de no recibir la confortante presencia de Dios.
"¿Dónde está, oh
muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?"
(1 Corintios 15,55)
Dios los
bendiga, nos vemos en la oración.
Luis
Tarrazzi
@luistarrazzi
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