Estimado presidente electo, pronto presidente en ejercicio,
Sebastian Piñera. No sé con cuál ilusión le escribo, si es solo por intentar o
por la convicción de que Dios a través de sus creaturas, como muchas veces nos
habla, toca el corazón y transforma nuestras conductas. Solo lo intentaré y el
resto se lo dejo a la Providencia.
Desde Venezuela, Chile ha cobrado un protagonismo muy
importante, y lo ha hecho porque ustedes han recibido a miles de venezolanos,
familia y amigos, que buscando un país llegaron a traspasar sus fronteras.
¡Gracias por eso!
El desarrollo que hoy ofrece Chile no es poca cosa. Es un
país que está en la vanguardia del mundo. No dudo todavía con enormes desafíos,
pero encaminado. Donde inclusive posturas políticas opuestas son capaces de
sentarse y trabajar por un bien común, el país. Pero, señor Piñera, el
desarrollo cuando quiere ser complaciente con todos, amplio, inclusivo, se
torna débil, frágil, y le abre las puertas a enfermedades sociales que, avanzadas, transforman a la sociedad, la degeneran.
En sus recientes declaraciones que vi por CNN Chile,
usted ha pedido que se avance en la Ley de identidad de género, declarando:
“Somos partidarios en
avanzar en Ley de identidad de género, para que personas como Daniela (Vega),
que tienen disforia de género, lo natural es que puedan cambiar, no solo de
forma registral, sino que sean aceptados por la sociedad. La discusión no está si
en avanzar o no, sino en qué momento. Yo creo que un niño de 4 años, que tiene
síntoma de disforia de género, no debiéramos cambiarle su género o su sexo
porque puede ser prematuro, y mucho menos contra la voluntad de sus padres”
A veces pienso que mi país (Venezuela) está estancado en esta
miseria social, económica y política, precisamente porque ese estancamiento ha
impedido que entre este tipo de debates que en otras latitudes se ven como
avancen. Es como recordar esa infeliz
frase de Bolívar que decía: “aunque la naturaleza se oponga lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.
Desde que el mundo es mundo la naturaleza, obra de Dios, ha
funcionado en todo como un reloj preciso, bien ajustado. Los ciclos de lluvia,
calor, la reproducción entre las especies, incluyendo la nuestra, la definición
de los sexos que se dan de manera equilibrada, permitiendo a la inmensa mayoría
no padecer de problemas de parejas e hijos, la fórmula cromosómica XX y XY,
todo está ahí dado, no para ser cambiado, sino para ser cuidado.
Hablar de Dios, en estos temas, pareciera invalida la
participación. Expresar que uno es cristiano coloca etiquetas de homofóbico,
fundamentalista, ortodoxo, discriminador, etc. Son las palabras dragón (como
enseña en sacerdote dominico Fray Nelson Medina) que debemos enfrentar y
aprender a vivir con ellas. Pero ese Dios que incomoda, que sacamos de los
temas políticos u omitimos adrede, es el que nos bendice en el matrimonio sacramental, bautiza a nuestros hijos, se hace comunión (eucaristía) y
perdón en el sacramento de la reconciliación. Y cuando la muerte se acerca, es
a través de la Santa Unción, con un sacerdote, que nos da consuelo. Ese Dios lo
conocemos por la Biblia, la Tradición Apostólica, la vida de los Santos (como el
santo chileno Alberto Hurtado). Y ese Dios, en ninguna parte, en NINGUNA,
expresa estar a favor se alentar políticas pro aborto, pro eutanasia y pro
cambio quirúrgico de sexo, que por cierto se logran solo externamente porque la naturaleza genética,
cromosómica seguirá siempre ahí. Así
cabe la pregunta ¿Por qué le damos la espalda a Dios?
Usted se opone al cambio de sexo en niños y me parece bien.
Yo me opongo al de niños y al de adultos. Pero usted no gobernará por siempre. Y
al dejar la ley en vigencia, solo una ampliación de su aplicabilidad, lograda en
sesiones parlamentarias, los incluirá tarde o temprano. Y en esto no podemos
lavarnos las manos como Pilatos.
No le digo nada que las conferencias episcopales no digan,
que los pro vida y pro familia no digan. No le digo nada innovador. Pero
nuestra condición mortal, finita, con un alma trascendente, nos llevará a
enfrentar tarde o temprano a la justicia de Dios. Y ante él, con las manos
llenas de nuestras obras y decisiones, ¿qué argumentos se podrían dar para
justificar estos apoyos y “avances”?
¿Qué contribución santificante y salvífica deja una ley así?
Pienso en las palabras recogidas en el libro de Ezequiel:
"Cuando yo diga al
malvado: "Vas a morir", si
tú no le adviertes, si no hablas para advertir al malvado que abandone su mala
conducta, a fin de que viva, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su
sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al
malvado y él no se aparta de su maldad y de su mala conducta, morirá él por su
culpa, pero tú habrás salvado tu vida."
(Ezequiel 3, 18-19)
La política debe tener principios claros señor Piñera. No
solo fijar su mirada en las minorías, porque nadie mejor que Dios hace eso,
sino entender que las decisiones presentes tienen impacto en el futuro. No tema
ser firme en la verdad. No es un desprecio a las personas que no están a gusto
con su sexo, es un tema de hacer una sociedad armónica y coherente con su
propia naturaleza. Ustedes conocen bien la fuerza de los terremotos, conocen lo
frágiles que somos cuando desafiamos la naturaleza. ¿Cuánto más daño y dolor no
causará fomentar leyes que atenten contra ella? Dios lo bendiga, nos vemos en
la oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi