Dijo el filósofo Ortega y Gasset “Yo soy yo y mis circunstancias”, en una franca alusión de que el
mundo externo que conocemos solo tiene importancia no desde lo que ofrece sino
desde el cómo lo interpretamos.
La vida que para muchos da enormes motivaciones de vivirla es
la misma vida que a otros les motiva, como a “Fidelito”, a quitársela. Ese es
el problema de la vida, es justa para algunos e injusta para otros. Es por ello
que vivir la vida sin intérprete y sin motivadores se torna vacío y peligroso.
Es ahí donde aquella enseñanza de Jesús cobra vigor y fuerza existencial: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo
entero, si pierde la vida?” (Mateo 16,26).
Hombres como el dictador Fidel Castro que ostentaron el poder
por décadas, gobernó hasta que le dio la gana, teniendo toda clase de lujos y
placeres propio del poder autoritario; pero le faltó algo hoy visible
en su legado vital (su hijo), algo que diera una respuesta a su propia existencia, EL TEMOR DE DIOS.
No digo que esto sea un castigo de Dios pero sí creo algo que
es muy común (no ley): la vida son los frutos de nuestros propios actos. Así,
cuando leí esta noticia del suicidio de “Fidelito” no puede evitar recordar
esta advertencia de la Palabra de Dios: “…visita
la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos,
hasta la tercera y cuarta generación.” (Éxodo 34,7). El poder mal habido,
mal ejercido, seca y destruye uno de los tesoros más grandes de todo hombre: La
familia.
El suicidio, que por años la Iglesia entendió como un pecado
mortal que enviaba a las almas al infierno, sin derecho a exequias, hoy por hoy
se entiende como un acto duro, contrario a la voluntad de Dios pero nunca ajeno
a su misericordia. Muchas son las causas que pueden llevar a un hombre a
quitarse la vida y Dios acompaña esas razones hasta el último aliento, dando
siempre una posibilidad de perdón y de amor. Así se lo daba entender Dios a
Santa Teresa de Jesús sobre el caso de un hombre que lanzándose de un puente se
quitó la vida: “Teresa, Teresa, ¿acaso no
sabías que entre en puente y el río estaba Yo?” Hoy podríamos decir entre
la pistola y la bala, entre la soga y el cuello, entre las pastillas y la
sangre.
Este acto del hijo del dictador fallecido Fidel Castro, que
lideró lo que todavía queda como un destello triste del oscuro comunismo
soviético en Cuba, nos invita a reflexionar, a pensar. A mí, si me lo
preguntan, me interesaría más dejar en mi hijo un legado de amor y paz en torno
a Dios y su salvación, que un legado de dolor, muerte y obsoleta ideología.
Dios le dé perdón y paz al hijo de Fidel Castro, Fidel Castro Díaz-Balart. Nos
vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
@luistarrazzi
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