La ciudad santa, aquella que hoy concentra a las tres
principales religiones monoteístas del mundo (judaísmo, cristianismo e islam),
ciudad donde profetas pusieron su mirada y la cuna del Rey David.
Miqueas anunciaba sobre Belén, pequeña ciudad dentro de Jerusalén:
“Pero tú, Belén Efrata, aunque eres
pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante
en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la
eternidad”. (Miqueas 5,2). Y así sucedió.
Es indudable que Jerusalén tiene un “algo especial” ante la
mirada de nuestro Señor. Y a su vez Jerusalén representa lo que el hombre desea
hacer y hace con el resto de los países, es decir, adueñarnos de lo que no nos
pertenece.
En mi opinión es indudable que Jerusalén tiene un
protagonismo hebreo y un origen también. El islamismo e inclusive el mismo
cristianismo hicieron protagonismo en ella siglos después. Pero a diferencia
del Islam que conquistó a espada y sangre, la integración del cristianismo a
Jerusalén nace en Cristo, que siendo
judío trajo la doctrina de salvación para judíos y gentiles (paganos).
El amor de Dios por Jerusalén evoca mucha nostalgia en las
palabras de Jesús, a las puertas de la ciudad que viéndolo nacer también lo
vería morir: “¡Jerusalén, Jerusalén, la
que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella! ¡Cuántas veces
quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus
alas, y no quisiste!” (Mateo 23,37). Creo esa nostalgia expresada en
Jerusalén hoy se expande en todo el mundo.
El judaísmo, una fe que debió reconocer en Jesús a su Mesías
y no lo hizo (salvo los conversos) y el islam, una fe innecesaria que de la
noche a la mañana se ha convertido en la religión mayoritaria del mundo.
Lejos de no reconocer los excesos que Israel haya cometido contra
el pueblo Palestino y viceversa y a su vez reconociendo el evidente carácter injerencista
de las potencias del mundo, en especial de Estados Unidos en muchos países del
mundo que luego derivaron en comunismos férreos e inclusive en terrorismo, lo
evidente es que Jerusalén, la pequeña muestra del mundo, es una ciudad santa que
nuestro Salvador escogió de morada para iniciar su plan de Salvación.
Ya Jerusalén comprobó lo que es que su lugar sagrado no le
quedara piedra sobre piedra. Jerusalén conoce de invasiones, sacrilegios,
guerras y desgracias. Jerusalén hoy le grita al mundo las palabras del profeta
Jeremías:
“Oh Jerusalén, tú eres
mi hija hermosa y delicada,
¡pero te destruiré!
Los enemigos te rodearán como pastores que
acampan alrededor de la ciudad.
Cada uno escoge un
lugar para que su tropa devore.
Ellos gritan:
“¡Prepárense para la batalla!
¡Ataquen a mediodía!”.
“No, ya es muy tarde; el día se acaba,
y caen las sombras de
la noche”.
(Jeremías 6, 2 – 4)
Dios los
bendiga, nos vemos en la oración.
Luis
Tarrazzi
@luistarrazzi
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