viernes, 2 de diciembre de 2016

¿QUÉ ES LA IGLESIA?


Muchas respuestas teológicas, pastorales y hasta mundanas podrían aventurarse a responder esta pregunta, y en términos de certeza creo todas podrían dar un aporte constructivo para resumir una sola respuesta.

Desde la fe, Iglesia somos todos los bautizados en Cristo, una comunidad que cual familia de Dios (citando el catecismo) camina hacia la eternidad. Una Iglesia dividida en tres: Militante, Purgante y Triunfante.

Pero la Iglesia nació de una respuesta. Sí, fue una respuesta correcta, certera y muy iluminada que donada por Dios (según el mismo Cristo) sembró las bases de nuestra fe. La respuesta a su vez derivó de una pregunta concreta de Jesús: “¿Y para ustedes, quién soy yo?”. Sonaría radical decir que una persona que no le responda esto a Jesús no debería formar parte de la Iglesia. Esa pregunta, consciente y directa nos interpela y no tiene atajos, matices o varias opciones. La pregunta llevada al primer pronombre personal, el yo, nos la haría hoy Jesús así: “Para ti, ¿quién soy yo?” Porque si para ti Cristo es una ideología de vida, un amigo fiel, un profeta, un iluminado, un guía, un tipo chévere de la historia de la humanidad, entonces en tí la Iglesia no podría sembrar raíces, no podrías ser sucursal de esta Iglesia Universal (Católica). La respuesta es una: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo” Esta respuesta de Simón le dio entrada a la Iglesia de Cristo a nuestra historia humana. Fue su respuesta acertada, poco pensada pero potentemente colocada en su intelecto la que impulsó el nacimiento de nuestra Iglesia.

Sí, nuestra Iglesia fue producto de una respuesta correcta, de un anhelo de verdad, de una inspiración divina, de un profundo amor. La Iglesia es el recuerdo más vivo de un Cristo humano y la Eucaristía es la presencia viva de un Cristo Divino.

La Iglesia camina y tropieza pero su santidad brilla por Jesús. La Iglesia es la fuente de respuestas correctas. La Iglesia es el manual que seguido conduce a una eternidad con Dios.

Se podrán equivocar cardenales y obispos, sacerdotes y laicos, pero Cristo no se equivocó cuando dijo estas palabras: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.…” (Mateo 16, 17-18). Dios los bendiga, nos vemos en la oración.


Luis Tarrazzi

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