Muchas respuestas teológicas,
pastorales y hasta mundanas podrían aventurarse a responder esta pregunta, y en
términos de certeza creo todas podrían dar un aporte constructivo para resumir
una sola respuesta.
Desde la fe, Iglesia somos todos
los bautizados en Cristo, una comunidad que cual familia de Dios (citando el
catecismo) camina hacia la eternidad. Una Iglesia dividida en tres: Militante,
Purgante y Triunfante.
Pero la Iglesia nació de una
respuesta. Sí, fue una respuesta correcta, certera y muy iluminada que donada por
Dios (según el mismo Cristo) sembró las bases de nuestra fe. La respuesta a su
vez derivó de una pregunta concreta de Jesús: “¿Y para ustedes, quién soy yo?”.
Sonaría radical decir que una persona que no le responda esto a Jesús no
debería formar parte de la Iglesia. Esa pregunta, consciente y directa nos
interpela y no tiene atajos, matices o varias opciones. La pregunta llevada al
primer pronombre personal, el yo, nos la haría hoy Jesús así: “Para ti, ¿quién
soy yo?” Porque si para ti Cristo es una ideología de vida, un amigo fiel, un
profeta, un iluminado, un guía, un tipo chévere de la historia de la humanidad,
entonces en tí la Iglesia no podría sembrar raíces, no podrías ser sucursal de
esta Iglesia Universal (Católica). La respuesta es una: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios
vivo” Esta respuesta de Simón le dio entrada a la Iglesia de Cristo a
nuestra historia humana. Fue su respuesta acertada, poco pensada pero
potentemente colocada en su intelecto la que impulsó el nacimiento de nuestra
Iglesia.
Sí, nuestra Iglesia fue producto
de una respuesta correcta, de un anhelo de verdad, de una inspiración divina,
de un profundo amor. La Iglesia es el recuerdo más vivo de un Cristo humano y
la Eucaristía es la presencia viva de un Cristo Divino.
La Iglesia camina y tropieza pero
su santidad brilla por Jesús. La Iglesia es la fuente de respuestas correctas.
La Iglesia es el manual que seguido conduce a una eternidad con Dios.
Se podrán equivocar cardenales y
obispos, sacerdotes y laicos, pero Cristo no se equivocó cuando dijo estas
palabras: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló
carne ni sangre, sino mi Padre que
está en los cielos. Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella.…” (Mateo 16, 17-18). Dios
los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
No hay comentarios:
Publicar un comentario