La vida, sin la mirada puesta en la muerte, puede ser una
trampa cargada de errores y arrogancias, de sueños estériles y de luchas
vacías. Dijo Jesús: “¿De qué le sirve al
hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Marcos, 8,36), y en
efecto, hoy la muerte de Fidel Castro, una muerte anhelada por muchos y temida
por otros, nos recuerda estas palabras.
Siempre que muere una figura pública, política, de cierta
importancia (amada u odiada), de esas que no pasan indiferentes ante las
emociones de los que se enteran de su partida, me gusta señalar y reiterar como
cristiano que no debemos desearle el
infierno a nadie, porque la única vez que el demonio muestra una sonrisa
sincera en su rostro es cuando le arrebata un alma a Dios.
La Cuba de Fidel Castro representó, en mi opinión, la
Rusia de Europa en los tiempos bolcheviques. Unos conceptos de comunismo y
revolución que tristemente abrazó Latinoamérica y que mi país todavía vive bajo
la secuela del también fallecido presidente Hugo Chávez. Sí, a muchos Fidel
hizo muchísimo daño. Cuando hubo personas que se vieron obligadas a dejar su
país, arriesgando sus vidas en balsas improvisadas, sumada a las que murieron
en el intento, cuando este país cayó en un profundo atraso tecnológico y
regulación de alimentos, sin duda no podemos hablar humanamente hablando de
progreso. Pero el principal daño que vivió Cuba en los tiempos de Fidel fue
cuando la Iglesia fue reducida casi que a la nada, arrebatándole instituciones
de acción social y eliminando la formación cristiana. Ya que claramente se sabe
que Comunismo e Iglesia son agua y aceite.
Pero Fidel tuvo un por qué. Antes de su llegada muchos
llamaban a Cuba el patio trasero de los EEUU y sin duda los niveles de
popularidad y aceptación con los que llegó Fidel al poder hablan de una
sociedad dolida, cargada de una enorme necesidad de cambio y anhelos de un
futuro mejor. El problema de los que llegan al poder es que el demonio se
sienta a su lado y si se aceptan sus ofertas de placeres y comodidades el
gobernante lo acomoda como consejero político y de vida. Recordemos la última
tentación que el demonio hiciera a Jesús en el desierto, Rey de reyes y Señor
de señores: “le mostró todos los reinos
del mundo y la gloria de ellos. Y le dijo: todas estas cosas te daré si,
postrándote delante de mí, me adoras” (Mateo 4,1-11). Quien no llega con el
Santo Temor de Dios a gobernar se convertirá en un sirviente del demonio.
Pero hoy Fidel, como todos algún día, conoce la verdad.
Esa verdad de la que Cristo hablara a Pilatos (“Todo el que es de la verdad escucha mi voz”), esa verdad que salva
(“Nadie viene al Padre sino es a través
de mí”), y lo importante es que dentro de la infinita misericordia de Dios
Fidel haya reconocido esta verdad, la haya aceptado y se haya salvado. Porque
si Fidel se cerró la puerta de la misericordia la ganadora no será la justicia,
será el demonio y nuevamente hoy el demonio habrá sonreído.
La justicia de Dios, que purifica con el dolor de
nuestras culpas, salva. No se regocija con la condenación de ninguna alma.
Fidel, como todos, para salvarse, deberá tener el dolor de sus errores,
idolatrías y daños causados. No hay salvación sin ese dolor. Pero Fidel al
salvarse sería un alma nueva, diferente a la que le embriagó este mundo cargado
de poder, placeres y opresiones.
Que Fidel sea un ejemplo para los políticos del mundo, en
especial los de mi amada Venezuela. Porque la muerte llega y no avisa. La
muerte es la factura que deberemos pagar ante Dios y que cuando los fondos no
alcanzan la fe en Cristo, su gracia, es la que señala: Tu deuda está saldada por mi Cruz. Dios los bendiga, nos vemos en
la oración.
Luis Tarrazzi
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