Derivado de esta profunda crisis
migratoria que vive Europa desde Siria, una de las excusas que he escuchado para
impedir el ingreso de estos inmigrantes que huyen del terror de los yihadistas
es que pueden estarse filtrando extremistas que pudieran ser focos de terrorismo
en un futuro. Así el título que lleva este temor no es otro que el que recuerda
el exitoso engaño que los griegos hicieron a los troyanos con aquel caballo
pensado como ofrenda para los dioses de Troya que resultó ser el camuflaje que
los griegos usaran para abrir las impenetrables puertas de aquella ciudad
fortificada e incendiarla (La Ilíada de Homero).
Pero Europa debe reconocer que
este temor lo debió sentir antes, cuando a sus tierras y países desarrollados
penetró otro caballo de Troya que abrazaron sin pudor y que en su momento
contenía tres amenazas potenciales:
secularismo, relativismo y el paganismo.
Si algo caracterizaba a muchos países europeros como Francia, Inglaterra, Italia, España, Irlanda, entre otros, era precisamente
su identidad cristiana católica. Sus bellas catedrales, monasterios y su
fecunda religiosidad, que la hizo ser cuna de grandes santos, nos habla mucho no
solo de lo que Europa era sino de lo que dejó perder.
Pero para conservar su status quo
o su zona de confort ahora algunos países y ciudadanos europeos rechazan una oportunidad
de ejercer el principio básico de la vida cristiana, la mayor expresión del
amor, que es la caridad, fundamentados en un factible pero inevitable riesgo de
extremismo en sus tierras, a sabiendas de que el extremismo se ha paseado por el mundo
entero con pasaportes, boletos y ciudadanías.
El caballo de Troya ya estaba en
Europa, ya había abierto sus puertas al retroceso que Santiago y Pablo (por
solo citar a dos apóstoles de la fe) habían luchado por superar. El hedonismo y
el egoísmo ya forman parte de generaciones enteras que hacen a este continente
frío y seco. Probablemente en Europa se viva bien, con seguridad y con mucha
norma, pero cada vez reportan más, sacerdotes y religiosos, la profunda
esterilidad del alma, que no se preocupa por alimentarse desde los sacramentos y
la oración, para solo ser potencias cuyos ciudadanos viven en una burbuja de
placer.
Europa, no era este el caballo de Troya que debías evitar,
porque quizás sí existan factores de riesgo en esta migración forzada, pero las
causas de esta migración que tratas de evitar (no todos pero sí muchos) son más
humanas que las que ponían en riesgo tu fe y la herencia apostólica de muchos
mártires, y al parecer esa no te importó perderla. En los tiempos Nazis a muchos
cristianos, muchísimos, no les importó arriesgar sus vidas por proteger judíos
y gracias a ello muchas vidas se salvaron. En tiempos de crisis nuestra fe, la
cristiana católica, no nos llama a medir riesgos, sino ayudar, hacer el bien
porque al bien no se le miden consecuencias, solo se ejerce por el honor y la
gloria de aquel que no le importó sufrirlo todo, padecerlo todo y morir por
todos, a fin de que las puertas del cielo nos fueran reabiertas.
El mal nunca descansa, el mal
actúa, planifica y no se detiene. El problema es que los que estamos llamados a
hacer el bien, en el nombre de Cristo, primero hacemos pausa para evaluar
riesgos, limitamos el alcance y luego operamos con una fragilidad tan
vergonzosa que solo pienso ¡cuán duro será mi juicio! Cuando Dios vea en mí
todo lo que no hice por esperar que otros hicieran mi parte. Ojalá Dios me de
la vida suficiente para remediar mi esterilidad en el amor al prójimo. Dios los
bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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