Viajar por placer siempre es una
experiencia interesante. La posibilidad de conocer nuevas culturas, nuevos
lugares, nuevas personas, es sin duda algo que marca. Pero como todo en la
vida, turistear puede ser un riesgo que eleve las expectativas pero que decepcione
con la experiencia vivida.
Muchos alguna vez nos habremos
decepcionado por una posada, paseo en lancha, paseo a la montaña, una playa, que
no haya estado a la altura de lo que aspiramos disfrutar o que nos prometieron vivir,
más aún cuando eso involucra ahorros del hogar o altos niveles de endeudamiento.
En el mundo espiritual ocurre
exactamente lo mismo. Siendo muchas las combinaciones de las que podría hablar, me enfocaré un
uno solo caso: el turismo desde la fe católica. Leyendo bien no hablo de
turismo EN la fe católica sino DESDE ella, es decir, partiendo del hecho de que
la fe católica sea el punto de partida, nuestro hogar.
Una amiga le decía a mi esposa
que nosotros éramos “muy católicos”, aludiendo al hecho de que no nos abríamos
a conocer o experimentar ritos, limpiezas, “sanaciones” como las ofrecidas, por
ejemplo, desde la santería. No es que esté mal conocer, informarnos, saber de
cosas, pero de ahí a vivir y hacernos parte de ese conocimiento, en una suerte
de trabajo de campo, es lo que en lo particular yo no le recomiendo a ningún
cristiano católico.
Primero, porque cualquier
experiencia espiritual fuera de Jesús (Santería, Horóscopos, Espiritismo, Superstición,
Adivinación, Nueva Era, Energías, etc) es una afrenta a la paz, será como esa experiencia
fraudulenta donde nos emocionan las expectativas, nos vacían los bolsillos y
luego quedamos peor física, emocionalmente y hasta espiritualmente. Segundo,
porque si bien puede haber turismo nacional (con cristianos no católicos –
ecumenismo) este turismo no puede caer en una entrega regalada de nuestros
innegociables (sacramentos, María, el magisterio, la doctrina, los dogmas). Al
final puede que en ese turismo nacional te hagan sentir muy bien, haya empatía,
mucho amor y fe sincera, pero no por ello dejaría de estar errada si carece de la principal virtud del
catolicismo: LA EUCARISTÍA (“Este es el
SACRAMENTO DE NUESTRA FE”). Un tercer aspecto que debemos analizar, ya de
manera interior y personal, es el ¿por qué necesitamos salir del hogar?, ¿qué
falta en casa que necesitamos buscar fuera?; porque alguien podría decir que en
la vida las vacaciones son necesarias y el conocer es sano, y eso es cierto,
pero en la fe, en la vida espiritual, lo que hace falta es hacer turismo en el
hogar, asentar raíces, profundizar en la unión y en el amor por lo propio. Salimos de turismo a EVANGELIZAR el mensaje de Jesús, no a envenenarlo con cosas que nada tienen que ver con su verdad.
Nuestra fe está cargada de
turistas, y cuando afirmo esto no miremos muy lejos, hablo de ti y de mí. Me
decía un amigo que estuvo en Roma que en esa ciudad lo que menos te conseguías en
las calles era a un romano (italiano); que era una ciudad cargada de turistas,
fotos, conocedores. ¿No seremos tu y yo así en la fe?; quizás sí.
El problema de hacer turismo es
que lo nuevo siempre atrae, llama la atención, cayendo posiblemente en el error
de menospreciar lo propio, de anhelar lo nuevo y de desdibujar nuestras raíces
espirituales sobre las cuales se asienta el alma y vive en armonía con su
creador.
La parábola del hijo pródigo lo explica
muy bien (Lucas 15, 11-32). Partió de casa porque quería vivir nuevas
experiencias, estaba cansado de lo mismo, y ¿qué logró?, sumergirse en una miseria
que apenas le dejó fuerzas para volver al lugar del que jamás debió haber
salido. Un momento de apatía, debilidad, dolor, rabia, nos puede hacer querer
abandonar, salir corriendo, olvidar, pero al final la casa cuya puerta pateamos
para abrir y salir será la misma casa que deberemos tocar, con profunda vergüenza y dolor, para volver a entrar. Pero tranquilos, Dios no es como tú o
como yo, Dios abrirá, nos abrazará, NOS PERDONARÁ, y limpiará todas nuestras
miserias. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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