En una programada visita que tuve
que hacer a una clínica caraqueña recientemente pude notar, con cierto pesar,
que el tema de los enfermos, en mi país y seguramente en todo el mundo, es sin
duda el desafío social más grande a vencer. No porque las personas se enfermen,
eso es parte de la vida, sino por tres factores que considero claves:
Primero, decadencia de los servicios de salud públicos que obligan a las personas, sobre
todo de bajos recursos, ir a clínicas privadas con sus altos costos, segundo,
el drama de no contar con una ciencia médica de vanguardia al alcance de todas
las personas y; tercero, lo más duro,
enfrentar la enfermedad en soledad.
Solo hablaré del último punto
porque los dos primeros, siendo muy importantes, requieren macro soluciones de
gobiernos que hasta ahora, sin duda alguna, les ha importado EL MÍNIMO los
asuntos de salud, por lo menos en mi país. Pero el acompañamiento del enfermo
es algo que todos, absolutamente todos, podemos hacer, más cuando se trata de
un ser querido.
Imagino a un enfermo de cáncer
que le toque llevar su enfermedad solo con la compañía de quien amenaza su
vida, en compañía de ese tumor inesperado, con el adjetivo de maligno. Esto es
tan horrendo de imaginar como aquella característica que describía Santa
Faustina en su visita al infierno, llevada por un ángel, donde decía que uno de
los tormentos del infierno, para cada condenado, era la ETERNA COMPAÑÍA DE SATANÁS. Jesús dedicó
mucho tiempo a los enfermos, los evangelios nos hablan de consuelo, perdón y sanación,
lo cual derivaba, en la mayoría de los casos, en conversión. Un enfermo debe
saber que su principal compañía no es la enfermedad, ni la angustia, sino Dios
y su voluntad. La compañía de Dios siempre da tranquilidad pero hay que
reconocer que la voluntad genera incertidumbre, porque la voluntad de Dios,
aunque siempre es buena, su recorrido no siempre es claro para nosotros. Así la voluntad se
alimenta de la fe y la fe de la obediencia.
A veces el tema de la enfermedad
lo abordamos solo si nosotros estamos enfermos, si nosotros somos la víctima. Peor
¿cuál es nuestra respuesta al enfermo cuando el rol que se nos pide es
acompañar, ayudar, simplemente estar ahí? Ver personas solas, llevando la
pesada cruz de una enfermedad, sin un Cirineo a la vista, dispuesto, da mucho
pesar, muchísimo pesar.
Tomografías, biopsias, resonancias,
citologías, mamografías (cruces de sentencia) o radioterapias, quimioterapias,
operaciones, amputaciones, trasplantes (cruces de dolor) necesitan un Cirineo,
uno o varios, que estén dispuestos a llegar al Gólgota, de ser el caso, y estar
hasta el final a los pies de esa cruz.
No se trata de las palabras que
digamos, ni del apoyo económico; a veces el peso de la cruz es tan grande que
quita el aliento y priva el habla, pero si estamos ahí, el dolor se hace llevadero,
más tolerable. Permitir las lágrimas, secarlas, abrazar y hacer sentir el apoyo
y el amor. Al final, pocos pueden presumir no haber tenido o tener a un enfermo
en su entorno, en sus familias, pero ojalá todos podamos decir, como Juan el apóstol, que estuvieron con esa
persona hasta el final. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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