Se ha puesto muy de moda en mi país
(Venezuela) el uso de la huelga de hambre para ejercer presiones sociales ante
fallos jurídicos considerados injustos o evidentes retardos procesales. El
fin de una huelga de hambre es infundir en quienes pueden decidir sobre estas cosas algún tipo de compasión y apego a lo correcto, pero ¿a Dios le agradará
que hagamos este tipo de protestas?
Mi opinión no es la opinión de la
Iglesia pero sí la someto a su criterio por si falto en caridad o verdad. En lo
particular pienso que cualquier daño que nos infrinjamos, así sea por causas
justas, es un pecado contra un mandamiento derivado del segundo mandamiento que
Jesús nos dejó: “Amarás a tu prójimo COMO A TI MISMO”. (Mateo 22,39).
El cuerpo, como el alma, es obra de
Dios y por ende su dueño es él. La misma lógica que aplicamos para combatir el
aborto o la eutanasia cuando exponemos que la vida nuestra o de otros no nos
pertenece, es la que debemos aplicar para la interrupción voluntaria de la
ingesta de alimentos. El deterioro de nuestro cuerpo, con daños irreparables
por no consumir alimentos, es una agresión que aunque no busque explícitamente
el suicidio se sabe se corre un gran riesgo de morir.
Jesús reiteradamente nos invita a
confiar en él. Y aunque los tiempos de Dios puedan desesperarnos por no ser
rápidos, lo cierto y comprobado es que Dios siempre responde. Jesús en la Cruz
dijo “Tengo sed” expresando una necesidad de su cuerpo de hidratarse. Jesús ni
en el peor de los suplicios y en la más amarga de las injusticias buscó dañar
su cuerpo, su cuerpo se lo dañaron. Él se sometió voluntariamente al martirio y
dio su vida por nosotros pero jamás lo hizo a costa de auto dañarse. Por eso
Jesús no pecó, quienes lo torturaron y mataron lo hicieron.
La política contemporánea no es
para nada justa y menos quienes ejercen de forma “autónoma” los destinos
civiles de la sociedad (los jueces). Pero debemos orar y esperar, orar y obrar,
orar y aceptar los tiempos de Dios.
El libro del Eclesiastés, en su capítulo
3, nos dice que para todo hay un tiempo, inclusive para el mal. No nos perdamos
el amor a nosotros por pretender el amor a los demás. Desgastémonos en el amor
pero que ese desgaste nos incluya y no nos sacrifique. Puede ser que la
injusticia y el mal duren muchos años y hasta siglos en una sociedad, pero el
mal cae y cae para siempre. Hay un bien que perdura para siempre y es el bien
que se obtiene cuando cumplido nuestro tiempo nos permite abrazar la eternidad
con Dios.
El ayuno, bíblico y con gran
poder espiritual para vencer el mal, es muy distinto a la huelga de hambre. ¿Por
qué no cambiar huelgas de hambre por ayunos?, ¿no tendría esto una
eficacia mayor? Recordemos a nuestro amado Jesús, maestro de maestros, cuando
le dijo a sus discípulos tras una jornada intensa de exorcismo frustrado de sus
apóstoles: "esta clase de demonio solo puede ser expulsado por la oración
y el ayuno" (Marcos 9,29).
El que quiere vencer a un mal que le aflige, puede ayunar y con la oración derrotar al tentador y ganar conversión para el tentado. Y ¿Cómo ayunar?, pues
con una buena asesoría sacerdotal lo ideal es hacer una comida al día, no tiene
que ser tan fuerte, que te permita sostener tu cuerpo y ganar en los tiempos de
hambre gracias especiales para derrotar al maligno.
No escribo esto por juzgar a
nadie. Es valeroso quienes se someten a sufrimientos tan grandes por la
justicia y el derecho. Pero no todo proceder es grato a los ojos de Dios, así
como lo exponía Santa Teresa de Jesús quien tenía por costumbre flagelarse y
luego comprendió que no podíamos tratarnos como bestias. Dios los bendiga, nos
vemos en la oración.
Lic. Luis Tarrazzi
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