Sobre la reciente aprobación de
las uniones homosexuales, desde el punto de vista de legalizarlas, en los
Estados Unidos, no sé si exagero al decir que la única que saltó con una firme
posición en contra, fue la Iglesia Católica. Muchos seglares y laicos dieron un
paso al frente opinando sobre cómo esto va frontalmente en contra de la
voluntad de Dios.
No pocos, entre ellos católicos
de nombre pero mundanos de corazón, apegados a una falsa y consentidora
misericordia que en nada se acerca a la misericordia de Dios, saltaron al ruedo
para apoyar, (con colores, con aplicaciones, compartiendo imágenes) esta decisión.
Pero llamó poderosamente la atención, primero a mi esposa y luego a mí el escrito de un conocido donde argumentaba, diríamos de
manera muy clara y fluida, el por qué la iglesia no debía opinar al respecto
porque al final esto era un tema civil y no religioso. Y si es justa la
separación entre lo civil y lo religioso entonces este argumento tendría toda
la razón. Pero, ¿es así?
Comencemos por la creación. Un
creyente cristiano católico cree que Dios lo creó todo. Es decir, nada existe
en el mundo que no sea directa o indirectamente creado por Dios. Todo lo que
existe, natural o artificial, necesita de Dios. Edificios, carros,
computadoras, etc; se hacen con derivados de lo creado. Eso, por cierto, nos
incluye. Nosotros somos creados por Dios, como los árboles, los animales, el
mar, el Sol, la Luna, etc. Dios no creó países y por ende no creó las
divisiones territoriales. Dios no creó las leyes humanas pero sí fundamentó unas
leyes morales para alcanzar el fin de toda existencia humana, la eternidad
junto a él.
La separación de lo civil con lo
religioso está bien en un sentido pero es absurdo en otro sentido aún mayor. Está
bien porque ningún religioso, ningún consagrado en ejercicio de su vocación
debe ejercer cargos políticos, públicos. Esto, porque además de que ya hay una
franca experiencia histórica de fracaso en torno a ello, conlleva, se quiera o
no, a una especie de fundamentalismo moral que no es apropiado para aquellos,
que por libre voluntad deciden no creer o no practicar. En este plano, más
amplio, la política y las leyes deben alcanzar a todas las clases sociales, a
todas las personas por igual. Pero a su vez es absurdo si con esta lógica pretendiéramos
hacer a Dios una suerte de accesorio cultural de una sociedad, en una franca,
deshonesta y vil actitud de ingratitud a ese ser que nos lo dio todo por amor.
Si Dios aplicara esa lógica civil
que buscamos nosotros aplicar, solo repartiría su amor a los que le son fieles,
leales. A los ateos, corruptos y pecadores no les daría más que la espalda y su
indiferencia. Pero no, “El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover
sobre justos e injustos”. (Mateo 5,45).
Es más, Jesús se encarnó no por los sanos sino por aquellos que en pecado
vivían alejados de él <“Los que están sanos no tienen necesidad de médico,
sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”
(Mateo 2,17)>. Me pregunto yo: ¿cómo podrá Jesús evangelizar a los enfermos,
a los que no le conocen, si en el plano civil no se respeta ni se reconoce la
voluntad de Dios?, pero más aún, ¿cómo un cristiano puede poner por encima de
Dios lo humano, cuando lo humano contradice, explícitamente, la voluntad de su
creador?
Uno no sale de su asombro porque
esto no se trata de juzgar, ni ponderar pecados o de medir la moral de las personas
para ver quién tiene más derecho de opinar por encima de otros porque su moral sea
“mejor” o de quiénes sean más moralmente coherentes. No se trata de comparar
santidades ni de comparar pecados, los míos (que son muchos) con los del resto.
Acá hablamos de un peligro, de abrir puertas, de crear tendencias irreversibles
que pueden llevar a una sociedad en pleno de desvincularse del verdadero Dios
por construirse un “becerro de oro”. (Éxodo 32).
La sociedad tiene el derecho de
construir las leyes que quiera, inclusive si esas leyes van en franca oposición
con lo que la Iglesia enseña, pero la Iglesia también tiene EL DEBER de opinar
cuando estas leyes contradicen los designios revelados por Dios para el hombre,
porque las leyes que la Iglesia custodia
no son solo para sus miembros, la Iglesia no es un club y los mandamientos unos
reglamentos internos, la Iglesia representa la luz que nos guía al camino para
la salvación (ese puente del que habla la Doctora Santa Catalina de Siena en
sus “diálogos” con Dios”).
Como reflexión final, porque
abordar este tema completo más que para artículo sería para un libro, a los
cristianos católicos bautizados, confirmados y que dicen seguir esta fe: No
somos perfectos, es verdad que nuestras fallas y pecados preceden cualquier
pretensión de opinar sobre la moral del mundo. Pero, esto no se trata de defender nuestras ideas o criterios. Con la Iglesia no podemos ser como una gota de
aceite en el agua, flotamos en ella pero no terminamos de formar parte plena de
su pureza, de su riqueza, de esa agua que quita para siempre la sed. Con la
Iglesia somos todo o al final solo fuimos nosotros. Siglos de verdad, de
martirio, de persecuciones, no pueden acabar con un plumazo legal y con el
triste apoyo, hoy de colores pero que mañana será sombra y grises para nuestra
alma. Ya Jesús recibió flagelación,
espinas y clavos por nuestros pecados, ¿qué más dolor le queremos dar? Dios los
bendiga, nos vemos en la oración.