Todo ser humano tiene derecho a cambiar, ese derecho es parte de un bien superior otorgado por Dios llamado libre albedrío. Lo que hoy sentimos malo o inconveniente, puede luego derivar en un cambio de rumbo, de convicciones, de amigos, de conceptos.
El problema
es que para quienes viven de la opinión pública, porque fue el público quien
les dio reconocimiento y fama, dejan estelas de vida, inmortalizadas en los medios,
que luego se hacen virales en los haters de oficio, y que califican de
incoherentes estas acciones (con otra sarta de improperios de los cuales no me
haré eco).
Hay dos
tipos de camino a la conversión: el que vive de siempre en el mal camino y
descubre el bien, lo abraza y se hace fiel seguidor de él, o, el que estando en
el bien se deja seducir por el mal, por el oportunismo, por las tentaciones del
mundo, y toma el rumbo del conocido ejemplo bíblico del hijo pródigo. Este,
luego de ver su error, regresa y el Padre (no la gente) lo recibe, le perdona y
lo abraza.
¿En cuál de
estas etapas podemos identificar a Winston Vallenilla?, pues no me corresponde
a mí juzgarlo ni decirlo, pero Dios y su conciencia sí lo harán. A veces
sacrificamos tanto y cosas tan valiosas por buscar dinero, poder, placeres, y
eso luego, con el tiempo, la vida le coloca nombres y apellidos de amigos,
familiares, parejas, hijos.
No me
detento en el morbo de destruir la vida de famosos que hacen de sus vidas un
libro abierto. Me detengo, con esta reflexión, a evaluar si yo no estaré en un
tercer estado de "conversión", peor a los dos anteriores, en donde lloro en las
noches mis pecados y en el día los recargo. Al final, podemos caminar de la
mano con un ángel y un demonio y nunca ser definidos, ni auto definirnos. A
esos, dice el Señor, Dios los vomita.
Que Dios los
bendiga, nos vemos en la oración.
Luis
Tarrazzi
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