A razón del
reciente fallecimiento de quien fue el primer Papa Emérito de estos tiempos, Benedicto XVI, comenzaré mi reflexión con una historia que escuché una vez, ya hace unos
cuantos años. En un exorcismo, el sacerdote autorizado para tal fin, había
descubierto que nombrar a María Santísima es un tormento muy poderoso contra el
demonio. Una vez, en la letanía de los santos, el sacerdote invocó a una persona que tenía causa abierta de santidad pero aún no había sido reconocido por la Iglesia, y el
demonio lo corrigió diciendo que ese que nombraba no era santo. Y es que,
aunque pareciera un formalismo el esperar el nombramiento para ya aceptarla en
santidad, es verdad que sin la proclama de la Iglesia, caemos en un error de
adelantamiento innecesario y en cierta forma de arrogante. Solo Dios conoce el
corazón de las personas (recordando el diálogo entre Dios y el profeta Samuel),
así que aunque presumamos santidad, es siempre recomendable caminar con la
Iglesia, no delante de ella.
Cerrando esta
idea, Benedicto XVI no gozó de la fama de sus predecesores. Fue un Papa
injustamente comparado, atacado por los medios (en especial en el año 2010) por
los escándalos de abuso y corrupción en el clero. Inclusive, dentro de la misma
Iglesia, obispos le dieron la espalda.
Benedicto XVI principalmente, a mi parecer, fue un gigante en teología, un custodio de la
verdad confiada. Quien quiera saber cómo vivir el cristianismo en fidelidad al
mensaje de Cristo en el siglo XXI, debe conocer sus pensamientos, escritos y
enseñanzas. No sé si Benedicto XVI como persona era bueno, regular o mala, solo
sé que fue un hombre querido y admirado por un santo como Juan Pablo II, que el
Espíritu Santo lo escogió para llevar las riendas de la Iglesia y que,
acogiendo las enseñanzas que dictan que el martirio es un camino directo al
cielo, si Benedicto XVI alcanza este reconocimiento debería ser por esta vía,
porque él vivió algo que lo hizo afín a la Cruz, y es aquello que proclamó
Jesús al decir: "Felices ustedes,
cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de
calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa
que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas
que vivieron antes de ustedes." (Evangelio según San Mateo, 5, 11-12).
Si la
expresión “felices” o “bienaventurados” le hacemos una radiografía en la
profundidad de lo que significa, su contenido nos lleva a transformarla en: “el cielo es para”; y así quienes fueron
tan adversarios de Benedicto XVI porque lo llamaban feo, nazi, defensor de
pederastas, homofóbico, obsoleto, etc, todos ayudaron a que él, por la vía del
martirio, que no siempre será de sangre o de torturas físicas sino también emocional
y psicológico, alcanzara su cielo merecido.
De mi parte
no lo llamaré santo aún, esperaré que el tiempo y la voluntad de Dios determine
esto a través de la Iglesia. Lo que sí abogaré con mayor seguridad es recordarlo con cariño los
primero y dos de noviembre y agradecer haber nacido y vivido en tiempos de
Papas tan memorables. Quizás con Benedicto XVI y Francisco se detenga la
tradición de Papas santos reconocidos por la Iglesia por un tiempo, pero sin duda hemos despedido a un
Papa que fue motor de santidad de otros, entre ellos San Juan Pablo II.
Dios los bendiga, nos vemos en la oración
Luis Tarrazzi
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