Al igual que el comunismo busca crear enemigos donde
inicialmente no los había, nos corresponde vivir la era ideológica de una
batalla absurda entre la fe cristiana y la homosexualidad. Y parte de esta
lucha ha sido sabiamente guiada por inteligencia angelicalmente superior desde
el mundo del consumo masivo del arte, cine, redes sociales, etc.
He visto la película Boy Erased y reconozco que tiene
un mensaje acertado desde el punto de vista humano. Catalogándola como una
película para crear conciencia y de cierto nivel de protesta, expone los
infelices casos de personas que siendo víctimas de un fundamentalismo religioso
les trataron de cambiar su inclinación homosexual usando métodos violentos,
psicológicos y hasta físicos, utilizando
a Jesús, nuestro Señor y Salvador, como excusa. Por supuesto, en estas
películas, la fe, la tradición cristiana y la Verdad revelada se suman al lado
de los villanos porque, tomando mi idea inicial, hace falta un culpable, un
malo y un bueno, una víctima y un victimario.
¿Dónde radica el problema?; ¿debemos cambiar el
mensaje y la enseñanza doctrinal de la Iglesia de categorizar la práctica homosexual o los actos
sexuales homosexuales como condenatorios del alma? El fin último de estos
mensajes ideológicos pro-homosexualidad es fomentar un rechazo a la ley de Dios
conocida y adaptar a Dios a nuestra verdad, como lo refleja el diálogo final
del padre (pastor) con su hijo de tendencia homosexual, quien le diría a su
papá que él era gay y él no iba a cambiar y que si quería seguir teniendo
contacto con él,el que debía cambiar era él (el papá), porque para el padre su
fe y el mensaje de Dios era importante, es decir, como pastor, predicaba sobre
los actos condenatorios. El padre al final le dice que lo intentará y esto se
fusiona perceptivamente para los consumidores de la obra en la interrogante:¿no
debería la Iglesia cambiar su postura y enseñanza sobre el tema de la
homosexualidad? Muchos Obispos y formadores de la fe han caído en esta trampa y
se han dejado llevar por los pensamientos del mundo. Entonces ¿qué hacer?
Las consecuencias de ello, en el corto tiempo, serán
similares a las que narró en su reciente carta el Papa Emérito Benedicto XVI
sobre la pedofilia y su aceptación social iniciada en los años 60 (del siglo
XX) así como la revolución educativa sexual. Sé que la Iglesia, la llevada por
el sucesor de Pedro, no cambiará, pero sí sé también que muchos se pasarán por
el forro la fidelidad a Roma y predicarán doctrinas falsas. Lo que es pecado lo
fue, lo es y siempre lo será, porque si el mismo Jesús dijo que no cambiaría
una tilde de la Ley ¿quiénes somos nosotros para cambiarla?
Hoy, como padre, sé que mi hijo, biológicamente varón,
deberá crecer con estos debates de conquista de la agenda LGBT, y también sé
que como el pasaje del hijo pródigo, como su padre, viva lo que viva o sea lo
que sea mi amor por él no deberá jamás cambiar. Pero aunque parezca lo que diré
parecido al fundamentalismo del padre (pastor) de la película, no es la
enseñanza del YO lo que le llevará a la felicidad de estar con su Creador, no
es la felicidad finita, los placeres finitos, los supuestos derechos a ser
felices y vivir en libertad lo que sintamos, porque guiados por esos
pensamientos sería justo serle infiel a mi esposa, matar al que me caiga mal,
juzgar a quien me dé la gana y ser mi propio dios. Los pensamientos ideológicos
son finitos y solo tienen cabida en esta corta y fugaz vida, pero la Verdad de
Dios es eterna y costó desde su amor infinito la muerte en la Cruz de nuestro
salvador.
La respuesta ala homosexualidad no está en terapias de
shock fundamentalistas, humillantes. Está en lo que decía San Agustín que todo
lo que hagamos lo hagamos desde el amor. Si corregimos lo hacemos con amor. Y
es ese amor, que San Juan definió como Dios mismo (“Dios es amor”) es la clave
para vivir la conversión del renunciar al YO para vivir solo para aquel que
“nos amó hasta el extremo”. Así le dije a un joven que me preguntó sobre la
homosexualidad: “colócala en las manos de Dios” y esa es la clave de ella. ¿Te
acerca la homosexualidad o heterosexualidad a Dios, te santifica según lo que
él quiere de ti? ¿Te da paz? Si buscamos la respuesta con honestidad en lo
profundo de nuestro corazón sabremos responder como María al ángel Gabriel: “Yo
soy la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra”. Dios los bendiga, nos
vemos en la oración.
Luis Tarrazzi