Si leemos bien el título dice: "mercadeo Y los carismas", no dice: el
mercadeo de los carismas. Y comienzo aclarando esto porque este artículo no se
centrará en el pecunio o dinero sino en los apegos que el corazón puede apostar a la hora
de formar parte de una congregación u orden religiosa saltándonos el fin mayor en todo cristiano: “formar parte de la Iglesia
Católica”, la que amó Cristo hasta el extremo.
He tenido la oportunidad de compartir con varios carismas
dentro de la Iglesia. Por citar algunos, el carisma agustiniano que ha consumido
(en buen decir) una buena parte de mi vida. Pero también he compartido con
carmelitas, jesuitas, carismáticos e inclusive soy gran admirador de los
dominicos. En todo ello la Iglesia demuestra su riqueza, una diversidad de ríos
que confluyen en un único mar u océano. Sin embargo, el riesgo de los carismas
es desarrollar celos, envidias, críticas o subestimaciones de otras formas de
vivir la fe. Así como en la fe pueden existir carismáticos y contemplativos,
grupos de alabanza y grupos de silencio, misioneros y personas de claustro (todos necesarios), lo que debemos tener cuidado a la hora de evangelizar
es querer arrastrar o imponer nuestros carismas propios a otros que quizás
estén llamados a vivir la fe de diferentes forma. Cuando Cristo hizo el milagro de la pesca milagrosa, en la
red se dice habían peces, no se dice que todos fuesen iguales o de cuáles había
mayoría, lo importante es que todos estaban en la misma red. En este sentido, temo, que
por querer mercadear carismas, tengamos personas comprometidas con una orden o
congregación pero distanciadas en mente o corazón de la Iglesia Universal
(Católica). Esto, por supuesto, no lo digo como una generalidad, solo que
administrativamente debemos cuidar el fin último (visión y misión) para que al
final no construyamos muros dentro de una misma casa y que todos podamos gozar
de la comunión de los santos. No es la medición de cuántos aspirantes tenga
cada orden religiosa, ni tampoco quiénes son más productivos en la fe; es dar a
conocer y vivir a Jesucristo.
No es difícil visualizar en el cielo a los padres fundadores
de los grandes carismas de la Iglesia, todos tan variados en cultura, tiempo,
carácter y dones. Aún así, los podemos imaginar compartiendo la visión
beatífica de Dios, unidos, en la Iglesia triunfante. Cada uno orgulloso de lo
que dejó e intercediendo por la santidad de sus miembros. El producto final es
la fe en Jesús, el amor a la Iglesia, y la santidad de los hijos de Dios por el
bautismo. Dios los bendiga, nos vemos en la oración.
Luis Tarrazzi
Twitter: @luistarrazzi
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